“Debemos construir una comunicación para restituir vitalidad a la sociedad”

Marilyn Alaniz, profesora de Introducción a la Comunicación Social e investigadora de medios y política, cuestiona el control social mediático en el contexto de pandemia, analiza la escalada tecnológica y reivindica la identidad crítica del comunicador formado en la universidad pública. Entrevista.

Por Alexis Oliva *

María “Marilyn” Alaniz se inscribió en 1991 en la entonces Escuela de Ciencias de la Información (ECI), cuando el menemismo emprendía un proceso de reforma del Estado, privatizaciones y ajuste, con una conflictividad social y criminalización de la protesta sin precedentes desde el retorno democrático. A eso se sumaban el indulto a los represores y el llamado a la “reconciliación nacional”, sobre la base de la impunidad de un terrorismo de Estado que en esta unidad académica se había cobrado más de cincuenta víctimas. A nivel global, los postulados del “fin de la historia” y la “muerte de las ideologías” apuntalaban un pensamiento hegemónico que la formación de la ECI contradecía, casi como un islote crítico en el océano de la corrección política.

Era un lugar difícil pero adecuado para aquella estudiante que al mismo tiempo trabajaba donde podía y militaba en el trotskismo, en la universidad, en el Movimiento al Socialismo (MAS) y luego en el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), del que fue candidata a diputada nacional y a Intendente de Córdoba. A poco de recibirse, Alaniz ingresó como docente a la ECI y en la hoy Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC) es profesora adjunta regular de Introducción a la Comunicación Social e Historia Social Contemporánea. Son cátedras masivas –hoy gestionadas en una ardua virtualidad– por las que calcula que en sus 22 años de carrera docente han pasado más de cinco mil estudiantes.

Doctora en Ciencia Política y magister en Relaciones Internacionales, también investiga la relación entre medios de comunicación y poder en la historia reciente y la actualidad latinoamericana. Su experiencia política y conocimiento académico sobre los medios hegemónicos no atenúan su perplejidad frente a la “función de control social” asumida por los grupos mediáticos en este inédito contexto de pandemia, ni su temor a que el obligado freno económico “profundice y agrave las desigualdades intrínsecas del capitalismo”.

-¿Cuál es la función esencial de los medios masivos en un contexto capitalista?

-En lo que llamamos proceso de reproducción ampliada del capitalismo, las grandes empresas mediáticas ejercen un doble rol. Uno tiene que ver con el plano ideológico, como agentes discursivos de la globalización, ganando a las audiencias para ese ideario global y propagando modos y valores de vida ligados a las nociones neoliberales, de mercado, consumistas, individualistas y afines a la tecnologización extrema. Denis De Moraes plantea que esa función ideológica consiste en realizar la lógica del poder haciendo que las divisiones y diferencias aparezcan como una simple diversidad en las condiciones de vida de cada quién, con lo cual se disimula la dominación. El segundo rol es de ser agentes económicos y financieros, a partir de que se convirtieron en grupos económicos, holdings con una casa central y sus filiales, que en una bajada de tareas y líneas repiten los discursos que se elaboran en el centro. Esas empresas dominan las ramas de información y entretenimiento –sus negocios propios– y también participan en telecomunicaciones, informática y otros rubros con una rentabilidad impresionante.

-¿Cómo observás el rol de los medios argentinos en torno a la pandemia?

-Pienso que es perturbador. Primero, porque transitamos un momento histórico caracterizado como anómalo, donde justamente la tarea de la información cobra una relevancia inusitada. Hay información en exceso, donde prendas lo que prendas –radio, televisión, canales de cable, diarios, medios públicos, versiones digitales– el 80 por ciento de las noticias y contenidos están circunscriptos a la pandemia. Y alrededor de la pandemia se desdoblan un montón de situaciones, experiencias de la vida cotidiana, anécdotas, muchas en tono emotivo, los reencuentros, las distancias, los que quedaron varados, la penuria económica que significa no poder trabajar porque estás en cuarentena… todo está supeditado a la información sobre el Covid-19 y sus implicancias para la sociedad en todo el mundo. Lo otro es un desplazamiento de la función de control social, que se ejerce desde el Estado, en nuestro país y en el mundo, en nombre de tutelar el derecho a la salud de sus habitantes.

Hay un refuerzo a ese control social ejercido desde los medios, como al mostrar comportamientos que pueden poner en riesgo la vida y la salud de las personas, a veces identificando a quienes son responsables de esos comportamientos. Hay una tendencia al control y al señalamiento, desde la frase “quedate en casa”, pasando por el slogan de “cuidarse a uno mismo es cuidarnos a todos” o “estamos aislados pero más unidos que nunca”, hasta esa permanente búsqueda de la falta. A esto principalmente lo ejercen los medios dominantes, pero no es sólo TN (el canal Todo Noticias), el diario La Nación, la CNN, Canal 13 o Telefé, sino también otros medios, como Infobae, América, C5N, Canal 26, Crónica y en menor grado la misma TV Pública.

-¿Cuál es tu opinión sobre el tratamiento periodístico del conflicto en torno a la expropiación del grupo Vicentín?

-Hay una cobertura absolutamente sesgada y de confrontación, que cumple la permanencia de la llamada “grieta” y toma dimensión en las calles de un modo alarmante y desconcertante. Y también tiene una relación con la cuarentena, porque al caso se lo narra más o menos así: “Vos, Estado, me decís que me tengo que cuidar, quedarme en casa y bancarme las necesidades económicas, pero mientras tanto te agarrás una empresa, la intervenís y te la querés llevar para tener algún rédito político”. Ese mensaje está detrás del relato de los grandes medios, como Clarín, La Nación, Radio Mitre, Cadena 3, la CNN, señalando por supuesto el avance contra la propiedad privada, la falta de libertades y garantías y que la historia de Vicentín es la de una empresa nacional fruto del trabajo y el esfuerzo de los inmigrantes. Yo, con mi pasado de militante trotskista, más que a favor de una expropiación, estoy a favor de que no haya propiedad privada y no sólo hubiera expropiado Vicentín, sino también Coto, Carrefour y los sistemas de salud privada.

Encuentro Nacional de Comunicación, Enacom 2019. Daniel Koci, Marilyn Alaniz, Henoch Aguiar y Martín Becerra
Progresismo, fin de ciclo y después…

Marilyn Alaniz es autora de ensayos y compiladora de dos libros sobre medios y política en la historia reciente de América del Sur: Medios informativos y gobiernos en la historia contemporánea de Sudamérica (2005-2015), editado por la ECI-UNC en 2015, y Agendas políticas en los medios informativos – Evolución y temáticas en la región latinoamericana (2010-2015), publicado por Tinta Libre en 2019. Las obras abordan un tiempo de avance en la democratización de la comunicación, en el contexto del “socialismo del Siglo XXI”, y el llamado “fin de ciclo” de esos gobiernos progresistas con el regreso del neoliberalismo y la correlativa “contraofensiva de los grupos mediáticos”.

-¿Cómo caracterizarías el escenario mediático regional en la actualidad?

-La concentración económica es uno de los principales procesos de estructuración de los medios masivos y está vinculada al modo de intervención estatal desplegado históricamente en América Latina, donde los procesos de concentración se desarrollaron sin obstáculos ni control por parte de los Estados, hasta comenzado el siglo XXI. Esa concentración y desregulación, acentuada en los años 90, lejos de promover la diversidad fomentó más bien la uniformidad de actores y perspectivas en el mercado de medios. Grupos como Televisa en México, O Globo en Brasil, Cisneros en Venezuela, Clarín en Argentina, Edwards-El Mercurio en Chile, Caracol en Colombia, que alcanzaron extensión geográfica y dominancia en el mercado. En toda América Latina, los sucesivos gobiernos, sobre todo en los 90, les dieron salvatajes, apoyos y con la desregulación favorecieron su consolidación como megagrupos.

Desde el 2000, hubo un proceso de reversión al irrumpir los llamados gobiernos progresistas de Latinoamérica, que en sus agendas contrarias o críticas al neoliberalismo –en materia económica, política, de derechos humanos y sociales, de diversidades y con una preponderancia del Estado como articulador de la vida socio-productiva– incluyeron políticas fuertes en materia de comunicación y cultura, con una regulación favorable a la constitución de un espacio de medios públicos, comunitarios y alternativos. Además, se dieron la tarea de contrariar la agenda y la significación propuesta desde los medios privados. Incluso con agencias y canales informativos con cooperación regional, cuya experiencia más importante es TeleSur. Hubo una activa intervención de estos gobiernos, como el de Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Lula Da Silva en Brasil y Cristina Fernández de Kirchner en la Argentina, promotores de nuevas regulaciones y fortalecimiento de medios públicos y alternativos.

-¿Qué pasó con el retorno del neoliberalismo a la región?

-A pesar de las líneas de acción desde el Estado que los gobiernos progresistas implementaron entre 2005 y 2015, este panorama de medios concentrados no pudo desmontarse. La concentración se hizo más poderosa, en desmedro de una diversidad y pluralidad de voces. En Argentina, bien sabemos cuál fue el destino de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, más allá de los debates sobre su efectiva implementación después de ganar el fallo contra el Grupo Clarín a fines de 2012. En 2015, cuando llega al gobierno Mauricio Macri, uno de sus primeros decretos estuvo dirigido a desarticular aspectos constitutivos de esa ley, y puso como ministro de Comunicaciones a Oscar Aguad, para restituir todo su poderío al grupo Clarín. A la gestión de Alberto Fernández no me refiero, porque es muy reciente y todos sabemos que el asunto mediático y una posible nueva ley de medios o la restitución plena de la LSCA está un poco fuera de agenda, por la urgencia de los temas de la salud colectiva y también por el precario estado económico del país.

Pero claramente es un panorama desalentador. Entonces, hay que preguntar qué se hizo bien y qué mal, que pasó para que esta situación, a todas luces promisoria en la región para modificar el escenario de los derechos de la comunicación, quedara a medio camino. No obstante, lo positivo de esa etapa es que sirvió para poner en conocimiento social y debate público la existencia de los grupos mediáticos y su relación con el poder político, objetando la neutralidad, la objetividad y eso de decirse independientes, y también mostrando su envergadura económica. Eso en la región latinoamericana habilitó otro tipo de debate sobre cuáles deberían ser las estrategias más perennes para una verdadera democratización de la comunicación.

Por otro lado, también permitió articular las políticas de los gobiernos con el accionar de organizaciones sociales que venían trabajando el derecho a la comunicación desde larga data. Y también gravitó en el debate, conocimiento y proliferación de muchísimos textos escritos en nuestra disciplina sobre la concentración y la necesidad de democratizar la comunicación. Todo esto configuró esa contienda, que Luis Lázaro definió como una batalla comunicacional de envergadura regional.

Clase pública en la FCC-UNC durante la protesta estudiantil de septiembre de 2018

Una identidad en conflicto

En el cruce de su experiencia vital, interés académico y militancias políticas, ocupa un lugar central la conflictiva década de los 90, a la que mencionará varias veces en la entrevista por sus graves consecuencias arrastradas hasta el presente. El mes que viene se cumplirán 25 años de un acontecimiento de esa etapa: la sanción de la Ley de Educación Superior Nº 24.521, el 20 de julio de 1995. De su participación en la resistencia a esa norma impulsada por el gobierno de Carlos Menem, que traía la amenaza de arancelamiento y privatización, Marilyn recuerda “una erupción de pasión militante y a la vez sentir la angustia de ese momento más fuerte de las políticas neoliberales”.

“En la etapa previa a la sanción de la Ley de Educación Superior, en la Universidad de Córdoba se produjo un remolino deliberativo –relata–, encausado desde tres escuelas en ese momento: Ciencias de la Información, Trabajo Social y Psicología, a las que se sumaron estudiantes de otras facultades. Fue un movimiento potente y enriquecedor, democrático y deliberativo. Había tomas, cortes de calle, llevábamos pancartas y hacíamos puestas en escena y radios abiertas en el centro de la ciudad, con una consigna que sentíamos vívidamente: nuestra generación pensaba que la educación universitaria estaba en peligro de ser arancelada y que la mayoría de los que estábamos estudiando íbamos a quedar imposibilitados de hacerlo, si se imponía el arancelamiento y el proyecto de privatizaciones, que parecía esbozarse detrás de esa ley. Ese movimiento estudiantil, cordobés y nacional, fue la punta de lanza de una serie de manifestaciones colectivas y acciones de protesta que fueron probadas después por otros movimientos más radicalizados que nosotros y más estables en la lucha, como los de desocupados y luego de piqueteros. Todo eso en el contexto de profundas desigualdades y miseria generalizada que se había impuesto en los años 90 en Argentina, que era parte de una oleada neoliberal en la región latinoamericana, de la que hasta hoy seguimos pagando los sectores populares sus enormes costos sociales y económicos”.

-Y en lo específico la resistencia contribuyó a que no se materializara el proyecto que venía detrás de la ley…

-Sí. No fue la ley que en aquel momento pensamos que iba a ser. Es decir, no hubo aranceles, no hubo privatizaciones –al menos no en forma directa–, pero sí hubo un momento de ahogo presupuestario y también las condiciones de trabajo docente y de investigación y construcción de conocimiento también han tenido la mella de los principales resortes normativos y pilares ideológicos que sustentan la LES. Y muchos de nosotros, en los aspectos laborales y académicos, hemos quedado permeados por una ley que paradojalmente en su momento resistimos.

-Como estudiante de la ECI y después docente de la ECI y la hoy FCC, has transitado una historia de casi treinta años. ¿Cuáles son para vos los componentes de nuestra identidad?

-Es un privilegio haber tenido la mirada de la vivencia estudiantil y luego los desafíos de ser una trabajadora docente. En esta hoy facultad hay un compromiso fuerte por construir una verdad no hegemónica o desmontar la supuesta verdad hegemónica. Otra huella es el valor de la solidaridad. Por lo general, nuestros estudiantes y docentes son reacios a caer en el individualismo académico, que es muy fuerte en otras facultades. No digo que eso no exista, digo que la tendencia es a sostener la idea de colectivo y de destino común. Otra marca es que siempre fuimos relegados. En el año 92, decían despectivamente que éramos una “escuela Cuba”, cuando en ese tiempo hablar de Cuba era hablar de uno de los demonios. Ser “escuela Cuba” significaba ir siempre a contracorriente de los demás. La mayoría de las facultades en aquel momento pagaba una contribución voluntaria, menos Comunicación.

La mayoría aceptaba el dinero que venía del Fomec (Fondo para la Mejora Académica) o aceptaban inscribirse en algún plan que venía del Banco Mundial, menos Comunicación. Eso también es constitutivo, el tener siempre un hándicap propio para marcar la crítica y la diferencia. En un momento hubo que remontarlo, porque necesitamos no pasarnos de rosca y construirnos desde un lugar más de sentido común universitario, sobre todo cuando asumimos el desafío de ser facultad y mostrar que habíamos crecido. En realidad, ya veníamos creciendo desde esa identidad de oveja negra, que en algún momento nos jugó malas pasadas.

Otro aspecto es cierta volatilidad, un lugar donde siempre las pasiones y las movilizaciones de las ideas y los cuerpos van más rápido que en otros lugares. Por supuesto, el dominio específico del mundo de las interacciones humanas y sus componentes significativos, en contienda permanente con las lecturas dominantes sobre los hechos de la sociedad. Y siempre estuvo la idea de enseñar comunicación con una mirada inserta en un proyecto de educación pública, que se hizo más fuerte cuando empezaron a asomar las propuestas privadas. Siempre hubo una apuesta fuerte por lo público, casi como un orgullo, en la que tratamos de enmarcar a nuestros estudiantes desde que empiezan la carrera, aún después de una década (1990-2000) en que lo público había sido devaluado o bastardeado.

-Desde su origen hasta hoy, aquí se reivindica –con algunos matices– la figura del periodista militante. ¿Cómo es posible asumir ese compromiso y sobrevivir como trabajadores y actores de la comunicación periodística en el actual escenario de los medios?

-La del periodista militante es una figura muy enraizada en la formación de nuestra hoy facultad y anterior escuela. Esa herencia viene desde que se constituyó la carrera en los años 70, y cuando fue cerrada con la dictadura y reabierta con la recuperación de la democracia. En la identidad eciana siempre hubo una combinación de lo comunicacional, la resistencia y el conflicto, muy contracultural y crítica. Eso se plasmó en la influencia de algunas líneas de pensamiento e intelectuales de la comunicación, como Armand Mattelart, Héctor Schmucler, Jesús Martín Barbero y otros de la escuela crítica latinoamericana. Eso alimentó esa identidad de un periodista que venía a estudiar la carrera para develar la verdad de la realidad e interpelar la supuesta objetividad. En mi caso –y en el tuyo también, porque somos de la misma generación ingresante–, fue la primera cosa que escuché en el curso de ingreso, cuando nos presentaron a la figura de Rodolfo Walsh, el periodismo que resistía y el construir visiones del mundo alternativas a la de los grandes medios. Recuerdo que ya teníamos claro Clarín, LV3 y la figura de su locutor máximo. Esa identidad no es algo inventado bajo la épica kirchnerista, la excede y a nosotros nos ha constituido. Eso se asume desde las posibilidades que cada uno tiene, en el trabajo periodístico, organizacional, docente o de investigación. Pero nos marcó mucho a los que cursamos en los años 80, 90 y 2000 también.

-¿Y en las nuevas generaciones?

-En las nuevas generaciones, esa identidad puede entrar en colisión con su pragmatismo. Pero eso no es nada malo, ser pragmático es un recurso de la vida, que incluso podría dotar de mayor eficacia e incidencia a ese compromiso social puesto en la tarea periodística. Simplemente digo que el ejercicio de un periodismo militante, como develador de una verdad y constructor de una alternativa para hacer emerger lo que está abajo, es una marca muy fuerte, que al menos hasta nuestra generación nos ha signado y enseñado.

Lo que debemos defender

Conocido por los estudiantes como el “libro rojo”, Itinerarios de la Comunicación Social – Un recorrido por las perspectivas de su estudio es una publicación coordinada por Alaniz y su compañero de cátedra Eduardo de la Cruz y destinada al cursillo de ingreso de Ciencias de la Comunicación. En los textos de su última edición, aflora una visión crítica de la convergencia de soportes tecnológicos en los medios de comunicación periodística y de un ejercicio de la profesión condicionado por los “dispositivos” y sus usos.

-¿Qué consecuencias puede tener el crecimiento de la dimensión tecnológica en el periodismo, que por supuesto ya existía pero esta crisis ha exacerbado?

-Ese sobredimensionamiento tecnológico le viene de parabienes al mundo periodístico, no sólo porque el mundo de los medios se ha sofisticado tremendamente en el uso de las tecnologías –la convergencia es una expresión de esa fusión entre la informática, lo visual y el audio– sino que además de eso los medios hacen uso y gala de todos los recursos técnicos, los datos e informaciones sobre la pandemia, los efectos, los números de la vida y la muerte, etcétera. Creo que estamos atravesando, como diría James Ballard, un momento de una terrible tensión, donde estamos en un mundo absolutamente aburrido, cruzado de datos, sin ninguna otra perspectiva; y a la vez un mundo, en palabras de Herbert Marcuse y Theodor Adorno, absolutamente administrado. Creo que la técnica y la tecnología se pueden sentir triunfantes en este momento, pero quiero creer que como especie vamos a poder dar una batalla por la comunicación, fundamentalmente por la comunicación corporal, expresiva y la palabra.

-A nivel más general, ¿qué riesgos implica esta especie de consenso en torno a que la tecnología es la más eficaz –y acaso única– solución a situaciones de crisis como la que vivimos?

-Más que un consenso explicitado sobre el rol mediador de la tecnología, en este contexto donde prácticamente tenemos imposibilitado estar a menos de dos metros de otra persona, obviamente la tecnología, la pantalla, el celular, la video-llamada, la televisión que nos informa, nos están acercando y nos permiten esa interacción. Creo más bien que hay una resignación a eso que resulta inevitable. No digo que todas las personas lo tengan, porque no es así. En su gran mayoría o al menos en el ámbito donde trabajamos y donde yo vivo –un pueblo de dos mil habitantes– las relaciones son cara a cara y en algún momento del mes ves a todos, y sin embargo también media la tecnología. Hay una suerte de resignación y un triunfo de esta dimensión, ante la imposibilidad de otra manera de comunicarnos, que significaría ir contra lo que se establece en una situación de cuarentena y distanciamiento.

De hecho, además de ser sancionado, puede tener costos sociales y sanitarios tremendos. Yo miré mucha ciencia ficción en estos años, y encuentro similitudes tremendas entre ese mundo que planteaba epidemia, contagio, escenarios apocalípticos, la disolución abrupta de lazos sociales, y los primeros días no podía creer que eso estuviera ocurriendo. Ahora trato de tomar conciencia de que está ocurriendo y pensar que es un momento, que este usufructo tecnológico no va a ser para siempre, porque de ser así, creo que se nos vienen abajo los proyectos de vitalidad.

-Además de la vida y la salud, ¿qué más corre peligro en estos días?

-No sé si esto va a sacar lo mejor de nosotros. Hay muchos slogans sobre lo que nos deja esta pandemia y la situación que viene detrás, que es absolutamente de desarraigo. Tanto los gobiernos nacionales, provinciales y municipales, como los discursos empresariales, como también en muchos medios periodísticos masivos y dominantes y sus periodistas, hay una tendencia a presentar la posibilidad que de todo esto se aprenda algo. Incluso, muchos lo hacen en clave chauvinista: “Esto a los argentinos nos va a servir para salir adelante y aprender estar más unidos”. Mi temor más grande es que se profundicen las brechas económicas y las desigualdades de todo tipo, las pérdidas de trabajo. Escuchaba ayer un informe que decía que se van a perder 800 millones de empleos en el próximo año. Eso es pavoroso y seguramente va a afectar a América Latina. De todos modos, lo que podemos perder es lo último que nos queda: la capacidad de proyectar proyectos, perspectivas de vida, proyectos vitales y experiencias de compartir. Y que por sobrevivir, que es una lógica básica de las especies humana y no humanas, como dice Byung-Chul Han, sacrifiquemos todo lo que hace que valga la pena vivir: los aspectos referidos a la sociabilidad, la cercanía, el sentimiento de comunidad. Para no ser del todo pesimista, tengo la convicción de que las lógicas de funcionamiento del capital, que de algún modo también explican la propagación del Covid-19 desde el lejano mercado de Wuhan en China hasta casi todo el mundo, tienen su propio mecanismo de reconversión de la crisis.

El capital necesita la producción y circulación de las mercancías, el trabajo humano y el dinero, entonces el apuro por encontrar la vacuna o buscar mecanismos para salir de esta situación, también va a tallar a favor de restituir esos proyectos de vitalidad a la comunidad. Lo que digo es paradojal, pero es la gran encerrona: el capital necesita producción y circulación, y aún necesita humanos. Todavía no estamos en una sociedad absolutamente robotizada. Por eso nuestras posibilidades de ser y estar en el mundo, habitarlo por sobre lo técnico, todavía tienen una chance importante.

* Docente de Redacción Periodística II y Secretario de Producción y Transmedia de la FCC-UNC. Corresponsal de www.agenciapresentes.org y coordinador del observatorio de conflictos sociales de Cecopal www.desafiosurbanos.org

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