Carnaval y Redención – Crónica de una fiesta popular

Esta pieza narrativa escrita en primera persona y en clave gastronómica  da cuenta de un acontecimiento histórico protagonizado por el pueblo, en la  Plaza de Mayo, el 10 de diciembre de 2019, cuando asumen la vicepresidenta y el presidente, Cristina y Alberto, les  Fernández.
Por Hernán Flores Torres*
A eso de las tres de la tarde, el calor había devenido en chorros de agua lanzados desde un camión cisterna, a una cuadra de la Plaza de Mayo, como carne a las fieras que la reciben inmutables.
Los alrededores de la Plaza de Mayo se han convertido en una feria de gente por asarse a
40ºC de fuego fuerte, por seis horas, sin envoltura en papel de aluminio. El único aluminio omnipresente es el de las latas de cerveza que compulsivamente se compran para sobrellevar el calor… y la alegría.
Mojando las patas en la fuente (Foto Mendoza digital)
La cocina
La ciudad coqueta que en los planos tiene al oeste (europeo) por norte, está asistiendo a una paralización de todo lo que esté al alcance del trayecto entre la Plaza de los dos Congresos y Plaza de Mayo. Desde las ventanas de los negocios y oficinas se observa la marcha de los ruidosos extraños con una indiferencia trabajada, con repulsión o con una alegría con dedos en V.
Así será desde la mañana, y los balcones derramarán algún gesto en la Avenida de Mayo, que esperará expectante el paso de algún vehículo que encarne el hecho histórico. Un simple atestiguar la realidad a la que nos hemos acostumbrado a seguir de forma virtual. Entre todos los que estamos transitando la avenida, vallada y custodiada por la policía a eso de las 10 de la mañana,  hay un reconocerse en el otro.
Durante toda la tarde salvaremos distancias reales como cuando hablamos con José, ladrillero de Florencio Varela, que dijo: “todos los ladrilleros, somos bolivianos”.  El grupo de pechera naranja con el que aguarda con paziencia (sic) andina el paso de Alberto Ángel Fernández y de Cristina Elisabet Fernández, no lo desmiente. Llegó de Sucre hace 15 años y con sus manos de ladrillero sostiene la Wiphala.
También se salvarán distancias geográficas y generacionales, con los mayores de 60 años, de clase media, que llegaron desde el Gran Buenos Aires.
La batucada con vientos y bombos que está en la otra orilla de la avenida será un tren arrollador de canciones que no parará de sonar durante más de una hora. Las banderas, el canto, las agrupaciones, pueblan ambas orillas.
-¿Qué opinan del cambio de gobierno? – le pregunto a la oficial de la Policía Federal que tengo a mano.
-Y…no sabemos.- dice con una sonrisa incómoda. Esperemos que nos sigan dejando operar como tenemos que operar – se queja para luego alejarse.
Pasará el mimado del día, Alberto Ángel Fernández, manejando su propio auto con los dedos en V en su mano izquierda.  Acabamos de ver pasar parte de la historia del día, a menos de cinco metros. Luego seremos testigos de otro pasaje inolvidable, pero ya llegaremos a esa parte de la receta.
La cocción
Algunos sectores de la plaza han recibido tanta agua que el barro se ha convertido en una eficiente capa cobertora del pasto superpoblado de piernas, sillas, objetos que funcionan como sillas. El pasto que ya sólo funciona como textura, como recuerdo.
A medida que nos tratamos de esconder del sol de las cuatro y media -con mi vecino-, en dirección a los escenarios montados en la Casa Rosada, la plaza nos lleva a estrujarnos contra una sombra que nos da el mismo trato que el resto del lugar.
El constante paso de la gente por esos extraños pasillos que entre la multitud se abren, de una vez para siempre, son el único factor que afecta realmente nuestra comodidad.  Ni siquiera es una molestia, en una jornada con cientos de miles de personas, sin un solo policía alrededor, y sin ningún incidente. Salvo una rencilla entre agrupaciones que apuradas en un momento por llegar a la plaza se chisporrotearon brevemente.
Gobierna en la plaza un acuerdo de consideración entre todas las personas que se rozan, chocan involuntariamente, tropiezan hasta el hartazgo para pasar y encontrarse con más personas en el camino.
A esta altura se participa de un festejo popular liderado por la omnipotente presencia de la música que detona desde alguno de los dos escenarios montados.  Así, con una precisión insólita, cada banda de músicos se limita a 15 minutos de canciones y cede el protagonismo a la siguiente que ya comienza a sonar en el escenario contiguo.
-¡El que no baila es Majul!- acota el cantante en el escenario y nos reímos hasta una cuadra de distancia.
Las pantallas transmiten parte de la ceremonia de jura de los nuevos ministros ante el flamante presidente.  Todo lo que se vio en televisión no fue replicado por las decenas de pantallas que se alineaban entre las dos plazas que tenían una función más bien decorativa.
La entrada
Volvemos al recital de la plaza. En ambos costados nos rodean dos grupos de gente joven que llegaron con un alto grado de organización al lugar: fernet, coca, hielo, vasos cabedores, sillas plegables, conservadoras, lo dejan en claro.
La tarde así se cobra su primer desvanecido (para nuestros ojos)  por el calor/alcohol/nosesabequé. Su piel se volvió color miga de pan y mi amigo que es paramédico se apresta para auxiliarlo ante mi chicana: llegó tu turno de actuar.  Se adelanta para atender al flaco en cueros y vaqueros que ahora va aceptando que debe acostarse aunque sea en el lodoso (pero fresco) suelo. Sin embargo, un canoso señor de anteojos y barba se abalanzará serio, dándose autoridad. Él sí es médico.
-Que el Doctor House se haga cargo entonces – dice mi amigo mientras retorna de su misión humanitaria.
El grupo que acompaña al joven y su nivel de organización lo ha perjudicado.  Su cuerpo dice basta a la intoxicación y al calor, y estará un buen rato para lograr estabilizarse y salir caminando desorientado pero acompañado.  El resto sólo aspiramos  a encontrar un nuevo vendedor de lata de cerveza de $100, precio de extraño consenso sin importar vendedor, marca o temperatura del producto.
Horas después, comenzaban a sentirse estertores de marihuana entre el gentío.  El sol, que ya no agrede tanto, nos invita a otro sector más “tranquilo”. Pensar en avanzar más allá de lo que la vista permite es imposible para cualquier persona mayor de 30 que ya no disfruta tanto del calor de las masas. Tanto es así que desde el lugar en que nos hemos detenido no veremos los escenarios. Sólo por las pantallas que custodian la parte trasera del bruto mástil que encara a la Casa Rosada.
Pasarán por los escenarios, entre otros, artistas como David Lebón, la Gata Varela, Javier Calamaro,  y otros tantos que cumplirán a rajatabla con su compromiso de 15 minutos de grilla. Pero serán Mala Fama y La Delio Valdez los grupos que más movimiento y sonrisas arrancarán al público.
Escenarios en los que aparecerán Cristina y Alberto. Cuando salen a escena el grito de los que estamos presentes estalla en la noche. Un grito que para salir ha recorrido las vísceras y resuena por varios segundos de madera en cada garganta. ¿Como algo contenido? Sí, como algo contenido, celosamente guardado.
El plato principal
Todas las almas de la plaza intentan ver qué pasa allá. Ninguna está por estar. Se está, amén de muchas incomodidades obviadas por la ocasión. Todos gritarán. Todas escucharán. Se aplaudirá. Nos abrazaremos. Todo en mayor o menor medida. El cansancio es ya una entelequia en este punto.
Hablará primero, con justicia, Cristina Elisabet. Ella ha sido el saco de arena sobre el cual se ha descargado la mayor cantidad de furia (controlada) por parte de los operadores del neoliberalismo puro del país. Desde los medios. Desde el poder judicial. Ella le confiará “el pueblo” a su nuevo custodio.
Antes que seamos capaces de preverlo, la plaza le está cantando “Alberto querido el pueblo está contigo” a quien por un salto mortal del destino pasó de tener los planes más pedestres para un vecino profesional de Puerto Madero, a ser el presidente elegido por casi 13 millones de votantes. Algo que sin embargo decidió y eligió primero… CFK. Así, Alberto Ángel tomará el micrófono para recibir, ahora sí y por primera vez, a la histórica plaza.
Cristina, mal que les pese a los que no pueden verla, escucharla o ambas cosas, ya lo había decidido y dado a conocer el 18 de mayo a través del vídeo grabado “Semana de Mayo, reflexiones y decisiones” que su compañero de fórmula sería Alberto Fernández; pero, sorpresivamente, como presidente. Lo que siguió continúa dejando boquiabierta a la historia política argentina.
Mal que pese, la contundencia de esa decisión no hubiese sido posible de no ser el peronismo una fuerza organizada verticalmente. La verticalidad en la decisión de Cristina Fernández mostró esta vez una eficacia fuera de todo cálculo por lo acertado, pero más aún por lo sorpresivo. ¿Por qué?
Haciendo memoria, Alberto Ángel se había alejado del movimiento político que le dio entidad. Las lecciones que habían depositado a Néstor Carlos Kirchner en la presidencia, lo convirtieron en Jefe de Gabinete por todo su mandato, pero renunció antes de cumplir el primer año del primer gobierno de Cristina.
Esa distancia se mantuvo agresiva y por cerca de 10 años.  En 2018, ya consumada la victoria de Cambiemos, se reunieron, hicieron las paces y en 2019 ganaron las elecciones.
Volviendo a los escenarios de la plaza, cuando hable Cristina muchos lagrimearán. Cuando hable Alberto, muchos asentirán.
Dos chicas estudiantes custodian una montaña de bolsos y mochilas detrás de una de las tantas banderas sostenidas por sólidas cañas.  Militan en un movimiento con el que no coinciden del todo pero que les ha permitido llevar a cabo proyectos de economía popular y de género. Por momentos, no pueden hablar. Por momentos necesitarán consuelo. Nos abrazaremos entre extraños.  Nos reconoceremos  con lo que se ha llamado el sustrato de la patria.
Desde el fondo de los barrios populares se ocupa la mayor parte de la plaza. Reconocibles por color de piel, por aspecto, por vestimenta o por carencias. Más de la mitad de la plaza no tiene sus dientes sanos. Las entrañas del país no tienen sus dientes sanos.
Panorámica de la Plaza (Infocielo)
El postre
Los fuegos artificiales, ruidosos, luminosos, extravagantes, incesantes, iluminarán nuestros rostros, nuestra alegría, nuestro orgasmo popular, muy popular.  Iluminan nuestras esperanzas y también nuestros miedos. Que algo falle. No sé qué. Nadie lo admitirá, por supuesto. Yo no lo admitiré hasta ahora.
La procesión para desconcentrar es en estampida de codos y piernas en la oscuridad.  Una pequeña mancha al final del día junto a lo que todos sabemos que mañana será la comidilla de los moralistas: la basura que quedará. Como si hubiese sido alcanzado el promedio de un tacho de residuos cada dos mil personas.
Epílogo
Para el final quiero rescatar lo que tal vez haya sido el momento más intenso del día que, curiosamente, no tuvo lugar en la plaza.
A eso de las doce y media (mediodía) sabemos escasamente que debe estar jurando la fórmula presidencial elegida.  Estamos esperando el paso hacia la Casa Rosada de los flamantes presidente y vicepresidenta luego de su jura en el Congreso. Resulta difícil describir la electricidad que tensa una espera que supera por mucho las dos o tres horas de ese día.
Los policías que están controlando se saben condicionados por el cambio de gobierno. La represión hoy sería difícilmente justificable. Y el pueblo se siente custodio de la situación.
El ahora auto presidencial que avanza, todavía no se lo puede ver pero sí anticipar por la electricidad que lo antecede. Finalmente llega el momento en que pasa el vehículo y la gente delira con gritos desde atrás de las vallas. Hasta que pasa y la electricidad de la espera se desata.
Pasa el auto que lleva a la vicepresidenta y al presidente electos hacia la Casa Rosada, y las vallas comienzan a sonar contra el piso. Las humanidades no miden su alegría y comienza la invasión de la calle, que el pueblo vuelve a sentir propia.
La caravana se derrama detrás del vehículo que apura el paso y el pueblo que llegó hasta el lugar lo custodia al grito de “Presidente, Alberto presidente; Alberto presidente, Alberto presideeenteee…”,  melodía que desde las tribunas del fútbol ha sido arrebatada del original It’s a heartache (Es una pena) de la cantante galesa Bonnie Tyler.
Es la experiencia más intensa y precisa dentro de lo que se puede definir como un carnaval popular. Una marea de gente que en ese mediodía de pleno sol, marcha compulsivamente en caravana sonriéndose entre sí y entendiendo la alegría de los demás.  Con la sensación de estar mirándose en espejos que están devolviendo alegría, liberación y, aunque suene fuerte, redención.
*Docente, Comunicador
Fotografías Infocielo, MDZ,
www.prensared.org.r