El último caballero del fútbol

Miguel Ángel Russo murió este miércoles y dejó una huella profunda en Boca, Central, Vélez, Lanús y Estudiantes. Hizo del trabajo una ética y despertó un respeto unánime. Puede haber dicho: “Yo me muero como viví”.

Por Roberto Parrottino*

 Miguel. A lo sumo, “Miguelo” o “Miguelito”: alteraciones cariñosas, íntimas, propias de aquellos amigos con los que cenó en La Raya o de aquellos desconocidos pacientes oncológicos que visitó en hospitales. Pero simplemente ese nombre: Miguel. Desde el 8 de octubre de 2025, la evocación de la vida de Miguel Ángel Russo será la de una persona que murió con una decisión: la de luchar hasta el final amando al fútbol, como quiso, adentro de un campo de juego, con el olor a pasto y el amor de los hinchas, sin querer que le tuvieran pena, porque le embroncaba que lo miraran así.

“Mi cabeza dispara atrás de una pelota”, había dicho. “Yo no vivo con algo que no sea atrás de una pelota”, había dicho. “Todo se cura con amor”, había dicho. “¿Sabés lo que es no ser vos? Uno tiene que tratar de ser uno”, había dicho. “El después es para siempre: vos quedás en la historia”, había dicho. ¿Quién dijo que Russo no dejaba títulos para el periodismo? ¿O son pequeñas lecciones de vida en el fútbol?

A los 69 años, como entrenador de Boca, enfermo de un cáncer de próstata desde 2017, a Miguel le llegó el momento del adiós. Caminando por las canchas, al final, fue lo que fue. Con la sonrisa de dientes al frente característica, y como el necio del fútbol argentino, Miguel puede haber dicho: “Yo me muero como viví”.

Único entrenador en la historia del fútbol argentino campeón con cinco clubes en primera o segunda división (Lanús, Estudiantes de La Plata, Vélez, Rosario Central y Boca). Armador de grupo. Tranquilidad. Confianza. Simpleza. Orden. Credibilidad. Factor humano. No son palabras vacías ni lugares comunes: son conceptos que resaltan, desde adentro, desde siempre y más por estas horas, los futbolistas que lo tuvieron durante sus más de 36 años como entrenador, después de haber jugado trece en Estudiantes.

Mediocampista central de corte y empuje, se quedó en la puerta del Mundial de México 1986. Con Carlos Bilardo como técnico, había ganado el Metropolitano 1982 en Estudiantes. “El único rústico era yo”, supo decir. En un ambiente en reiteradas ocasiones irracional, tóxico y celoso, formado en Estudiantes –donde tenía que mostrar el boletín de la secundaria para jugar, adonde se presentaba a los partidos de traje y corbata–, Miguel se ganó el respeto de todos, rivales incluidos.

“Miguel Ángel Russo es…”, abrió el periodista Matías Pelliccioni en el “Líbero Vs.”, de TyC Sports, en 2024. “Una persona que trata de ser lo más común, sensata y razonable posible, y agradecido a una cosa redonda que da vueltas en cada acto de mi vida”, completó.

Azul y amarillo hasta el final 

Miguel deja una lección: hacer hasta el último suspiro lo que se ama con pasión, lo que nos produce felicidad, a pesar de lo que cueste, de cargar con un cuerpo debilitado. Estuvo en las canchas de Boca Predio, armando equipos, charlando con los futbolistas, tomando cafés con los entrenadores de las divisiones inferiores. Actitud de puro fútbol.

Y quiso irse bien a lo bostero, como canta la hinchada, porque “cuando me muera no quiero nada de flores, yo quiero un trapo que lleve estos colores”. Último entrenador campeón de la Copa Libertadores con Boca (2007), familiares contaron que Miguel pidió en los últimos días que le pusieran la ropa de Boca y que la muerte lo encontrase de azul y amarillo. Lo velarán este jueves en la Bombonera.

Acaso el que vio, como veía en la cancha los espacios y las líneas de pase que nadie veía, que Miguel quería morir adentro de una cancha, fue Juan Román Riquelme, el presidente de Boca que lo fue a buscar dos veces para que fuera el DT. Porque Miguel fue un señor del fútbol que no había conocido a su padre –murió cuando él tenía cinco años– y que había sido criado en Villa Diamante, barrio de Valentín Alsina, por la nonna paterna, quien lo llevaba a tomar el té a Gath & Chaves y al Teatro Colón, mientras él se escondía para jugar, porque era primero trabajar y luego estudiar.

El último partido que dirigió fue en la Bombonera, ante Central Córdoba de Santiago del Estero por el Clausura, el 21 de septiembre. Ese día, cuando caminó hacia el banco en el entretiempo, recibió una ovación. El fin de semana anterior había vivido una despedida en vida, cuando Boca visitó a Central en el Gigante de Arroyito. El último, Boca goleó 5-0 a Newell’s, clásico rival de Central, contra el que no perdió ninguno de los doce clásicos que lo tuvo como técnico canalla (siete victorias y cinco empates).

Miguel eligió cómo morir, gesto noble y caballeresco. Conmueve por la determinación del tránsito. Y murió como el viejo Casale del Negro Roberto Fontanarrosa en el cuentazo “19 de diciembre de 1971”:

“¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la Lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa.”

*Periodista especializado en deportes -si eso existiese- desde 2008. Lo supo antes de frustrarse como futbolista, se define. Fuente Caras y Caretas, la revista de la patria https://carasycaretas.org.ar/

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