Politólogo e investigador argentino y docente en la Universidad de Lisboa, Andrés Malamud sostiene que Argentina se inscribe en una política global que “motoriza el odio” hacia lo público para fortalecer los negocios privados. La supervivencia de la ciencia, la educación pública y el periodismo en tiempos de caos.
Por Laura Vargas *
Andrés Malamud cursó la secundaria en un colegio público de Olavarría. Y suele repetir que la guerra de Malvinas, la guerra Fría y Raúl Alfonsín fueron tres influencias determinantes en su elección de vida: convertirse en politólogo e investigador. “A lo largo de la vida, conocí líderes políticos de todo calibre y nunca dejé de estudiarlos y aprender de ellos. Pero ninguno marcó tanto, y ninguno me despertó tantos ‘ajá’ mientras leía a Nicolás Maquiavelo o a Max Weber, como Alfonsín”, escribe en El oficio más antiguo del mundo (2018). Ahora, sentado en su oficina del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, regresa con su mirada a la Argentina presidida por Javier Milei. Habla del futuro. Del empleo y de las elecciones individuales y profesionales asociadas al placer como una forma de mitigar la incertidumbre que generará la aplicación de las inteligencias artificiales en todas las profesiones. La misma incertidumbre que hoy motoriza el odio y el miedo, que canalizados a través de algoritmos se convirtieron en fuente y sustento de los populismos “de izquierda y de derecha”.
Para Malamud, es necesario recuperar la idea de que las personas puedan sostener una vida digna mediante empleos mediocres, a fin de mitigar las insatisfacciones personales y sociales: “Hoy convivimos con la insatisfacción causada por una brecha entre las expectativas que teníamos y la realidad que recibimos. Durante mucho tiempo –sobre todo en occidente–, alcanzábamos una vida digna a través de empleos mediocres. Hoy, un empleo mediocre no alcanza para una vida digna. ¿Qué sería un empleo mediocre? El del papá de Mafalda, que era un empleado administrativo cualquiera, que se compraba el autito y se iba de vacaciones a Mar del Plata. Ahora con un sueldo de un empleado mediocre, una familia no se va de vacaciones a la playa ni se compra el cero kilómetro. Y esto pasa en Argentina y en el mundo. Entonces, esa brecha entre la expectativa de vivir mejor y la realidad es lo que genera insatisfacción. A esa insatisfacción la aprovechan ‘los ingenieros del caos’ para transformarla y captarla. Para aprovechar políticamente eso que genera resentimiento o rencor”.
–¿Los “ingenieros del caos” son aquellos que lideran a los trolls?
–Claro, es la nueva realidad en la que vivimos. Se da en todo el mundo. Vivimos en la era de la rabia y el algoritmo. Lo dice Giuliano Da Empoli, que escribió un libro que se llama El mago del Kremlin (2023), una novela, pero que también escribió Los ingenieros del caos (2020), un estudio sobre aquellos que estudian a través de los algoritmos en la web las preferencias y sentimientos de las personas. Y a través de ello consiguen motivarlas para votar por los candidatos que los financian, a partir de potenciar las causas que defienden. En Argentina eso es hoy Santiago Caputo. Y lo fue Steve Bannon en Estados Unidos. ¿Qué significa la era de la rabia? Que vivimos en tiempos de emociones negativas. No vivimos en tiempos de ideas ni de emociones positivas. No vivimos en tiempos de raciocinio ni de esperanza, sino de rabia y miedo.
–Así llegamos al Gobierno de Milei, y a su política contra la educación pública y la universidad pública…
–Este Gobierno tiene como objetivo el equilibrio fiscal y no políticas públicas específicas. La ciencia y la educación son parte de esas políticas que se ven ajustadas, y no son las únicas. Hay quien piensa que esto significa que el Gobierno no valora la ciencia y la educación. No valora lo público. La ciencia y la educación para este Gobierno deben ser privadas y, por lo tanto, no se justifica el financiamiento desde el Estado. En esto es consistente. Sin embargo, no es consistente con la historia argentina y con la fuerza de la educación pública en Argentina. En Argentina hay once unicornios privados. Y el Gobierno los valora más que al INVAP (Investigación Aplicada) y el (Instituto) Balseiro. Piensa diferente a nosotros, y piensa diferente al pasado.
–Pero las marchas universitarias tuvieron un amplísimo respaldo en las calles…
–Claro. Entonces, debemos pensar: ¿Por qué las marchas universitarias tuvieron tanta repercusión? Porque el que está afuera quiere entrar. Porque la universidad pública sigue siendo el mejor medio para progresar en la vida. La movilidad social sigue teniendo a la universidad pública como foco. Pero, cuando nosotros defendemos la universidad pública, nos damos cuenta que los que están afuera la quieren para los que no están todavía, o para sus hijos. Ahí hay una lucha que todavía nos une. Es una lucha que hizo que el propio Milei se contradijera. ¿Cómo se contradijo? Dijo que era una causa noble. Tanto que sus votantes fueron a manifestar por la educación pública y él tuvo que reconocer que era una causa noble. Esto es contradictorio. ¿Cómo puede ser la educación pública que está financiada por el Estado una causa noble si “el Estado es una organización criminal”? A este punto lo llevó el apoyo que tiene la universidad pública. Así, la universidad pública argentina sigue siendo una de las pocas cosas que a la mayoría de los argentinos nos ponen de acuerdo.
–En este contexto, ¿cómo ves el futuro de esa universidad pública?
–A la universidad pública hay que bancarla y mantenerla abierta. Para que tengan la esperanza de entrar aquellos que tienen esa aspiración estando afuera. La universidad pública todavía genera esperanza, que es una emoción positiva. Algo a lo que querés llegar. A contramano, el odio y la rabia que genera la realidad de los “empleos mediocres” se relaciona con algo que querés evitar. La esperanza es algo a lo que querés llegar. Por eso es positivo. Lo positivo está adelante. Lo negativo está sobre todo enfrente o atrás. Y el algoritmo detecta esos sentimientos y los articula. Cualquier populista estaría muy de acuerdo con lo que está haciendo Santiago Caputo. Los populistas juntan a diferentes… (Ernesto) Laclau hablaba de significantes vacíos. Vas juntando cosas diferentes que piensa la gente, le das un continente, un liderazgo común y vas, con todo junto, contra el establishment. Que antes era la oligarquía o el antipueblo o la casta. En este punto, no hay diferencia entre el populismo de izquierda y de derecha en lo que hace a la estrategia política. La idea básica es dividir a la sociedad en dos. Ponerte al lado de los puros. Es decir: “Los corruptos nos perjudican. Vamos todos contra ellos”. La ideología es contingente. La esencia –el maniqueísmo plebiscitario– es la misma.
–Y las fake news favorecen ese caos…
–Estamos condenados a las fake news. No hay fact checking que valga. A esto uno lo aprende cuando desarrolla el pensamiento científico. Contra lo que pensaba (Karl) Popper, cuando una teoría deja de explicar, no hay ningún hecho que la desconfirme. Lo único que sustituye una teoría es otra teoría. Vos podés tener una teoría que dice que el mundo es cuadrado, que el mundo es plano. Y tener un montón de imágenes satelitales que te muestran lo contrario. Pero no alcanza. Tenés que encontrar una teoría que muestre que la tierra orbita alrededor del Sol y la Luna alrededor de la Tierra. Eso es Galileo Galilei. Él necesitó demostrar, a través de observación telescópica, que las unidades astronómicas giraban. Claro que Giordano Bruno fue quemado por intentar replicarlo. Los hechos no alcanzaban. Con las fake news pasa lo mismo. Es imposible demostrarle a nadie que lo que cree es falso, mostrándole datos en contrario. Se necesita una teoría sustituta. Lo que necesitamos son mejores explicaciones, más atractivas.
Pero sobre todo necesitamos que la gente se sienta bien creyendo las explicaciones científicas. No que se sientan estupidizados por su creencia anterior. Los que sostenemos las creencias en las teorías científicas, a veces despreciamos a los que no comparten nuestra creencia y con eso los alejamos de la ciencia. Los científicos solemos ser arrogantes. La ciencia debe ser humilde.
–En ese sentido, en Argentina, instituciones científicas de gran prestigio internacional, como la Universidad Pública y el CONICET, son cuestionadas para justificar las políticas de ajuste…
–Somos criaturas del siglo XX, cuando el Estado financiaba nuestro empleo. En la época de Milei no va a ser así. Y si él tiene razón, vamos a tener que adaptarnos al mundo que viene, vamos a tener que conseguir financiamiento por otro lado. Quizás ahí podemos ir relacionándolo con las universidades públicas, las universidades públicas gratuitas y de calidad. Podemos decir que ha sido una lucha y un logro. Yo nunca fui a otra cosa que no fuese una institución pública de educación, Jardín Nº 1 de Olavarría, Escuela Nº 8 de Olavarría, Escuela Normal de Olavarría, Universidad de Buenos Aires, el Instituto Europeo, de la Universidad de la Unión Europea. Y ahora la Universidad de Lisboa, pero cada vez más, si nos quedamos con la pura educación pública, nos vamos a quedar en una zona de mediocridad. No estoy a favor ni en contra. Lo que estoy diciendo es que los grandes proyectos financiados son cada vez más privados, nos guste o no. Entonces: ¿Están los equipos docentes de las universidades preparados con competencias para desarrollarse en proyectos públicos y privados? ¿Con sueldos bajos precarizados? ¿Cómo hacer frente a esta situación? ¿Cómo enfrentarla? Nosotros estamos formados por la universidad que nos dio cinco premios Nobel: (Luis Federico) Leloir, (Bernardo) Houssay, (César) Milstein, (Carlos) Saavedra Lamas y (Adolfo) Pérez Esquivel. En ese mundo, la educación era pública, no había alternativas y era buena. En este mundo, es buena, pero es insuficiente. Hay que dar un paso más. Por eso Argentina ya no produce premios Nobel. Porque nos quedamos en la excelente universidad del siglo XX que no alcanza para el siglo XXI. Tenemos que repensarnos, en una articulación de lo público y lo privado.
–¿Qué le dirías a los estudiantes de Comunicación?
–Que, como no sabemos de qué vamos a trabajar, lo que tenemos que estudiar es lo que nos dé placer. No tenemos que estudiar una carrera para conseguir empleo. Tenemos que estudiar una carrera porque nos apasiona. Porque cualquier cosa que hagamos en el futuro, que no sabemos qué va a ser, la vamos a hacer mejor si somos apasionados por eso. Si vos estudias Derecho porque pensás que te va a dar más plata que estudiar Comunicación, pero te gusta más la Comunicación, vas a ser un mal abogado y te vas a morir de hambre. La pasión es mucho más importante para terminar una carrera profesional que la búsqueda de empleo. En todo el mundo y para casi todas las carreras. Porque la incertidumbre sobre los empleos del futuro es global. Hasta ahora dependía de dos factores: la automatización y la tercerización en países con mano de obra barata. Ahora depende de la inteligencia artificial, que va a hacer casi todos los trabajos que nosotros hacemos. Lo que quede para hacer por los seres humanos va a ser mejor hecho por los que están apasionados por eso. Estudiá la carrera que te dé placer, porque en ese campo vas a encontrar más capacidad de desarrollarte y vas a ser mejor que si estudias en un campo que no te da placer.
–¿Y cuál es el futuro de esos estudiantes convertidos en periodistas?
–Divido la respuesta en dos partes: una es el mercado, es decir, ¿de qué van a trabajar? Y otra: las habilidades, ¿para qué les van a servir? El mercado del periodismo está en crisis en todo el mundo. Los grandes diarios norteamericanos se venden a empresarios que, de repente, deciden tener un capricho. Se vendió el Washington Post al dueño de Amazon (Jeff Bezos). Y se vendió Twitter al dueño de Starlink y Tesla (Elon Musk). En Europa, los medios de comunicación no se pueden sostener sin ayuda pública. La venta y la publicidad ya no alcanzan. ¿De qué van a vivir los periodistas del futuro? No sabemos. ¿Qué van a saber hacer? Eso todavía depende mucho de la formación que reciban en la universidad. Y esa formación debe ser flexible porque no sabemos de qué van a trabajar, lo que sabemos es que deben tener capacidad de entender, simplificar y exagerar.
Entender, porque es lo primero para cualquiera que trabaje con ideas y conceptos; simplificar, porque la capacidad y sobre todo el tiempo de atención de la gente común va a estar muy reducida en el futuro; y exagerar, porque si no, no atraen la atención. Lo que más escasea es la atención y la inteligencia. En cinco segundos tienen que dar el mensaje. Captar la atención. No tenemos tiempo, si no nos enganchan con la primera frase, nos perdieron. Lo único que no pueden ser los comunicadores del futuro es aburridos. Después, si quieren pueden ser hasta inmorales, pero aburridos no.
–¿Por qué serían inmorales?
–Inmorales. Lo que ellos quieran. Venderse al mejor postor. Van a poder vivir si son inmorales. No van a poder vivir si son aburridos. No estoy justificando la inmoralidad, estoy diciendo que es funcional para una vida. El aburrimiento es disfuncional, así que por un lado el periodismo está en crisis en todos lados. La Argentina es una expresión más. Hay mucho periodismo alternativo, mucho streaming y nuevos emprendimientos basados en el aporte voluntario de los lectores. Por otro lado observamos la necesidad de estas destrezas suaves, las soft skills, que permiten comunicar eficientemente después de haber entendido, simplificar para que otro entienda y exagerar para atraerlo. Esto es lo que tenemos que aprender: entender, simplificar y exagerar.
La potencialidad de los oficios
–En la Universidad Nacional de Córdoba podemos percibir una tendencia durante la gestión del rector Jhon Boretto de diseñar carreras más cortas, de desarrollar tecnicaturas, en un espacio donde las tecnicaturas son un porcentaje menor.
–Yo estoy muy a favor de la formación en oficios. No estoy a favor de la rigidez. Es decir, no estoy a favor de que, por ejemplo, el promedio de un alumno en la escuela secundaria determine si podrá acceder a un oficio o a una licenciatura, como sucede en algunos países como Alemania donde el sistema es super rígido. Hay otros países donde hay un sistema parecido, pero en Alemania es una cosa tremenda porque la nota que vos te sacás en la escuela es la que determina tu futuro. Yo estoy a favor de que los que hacen el esfuerzo y tienen la vocación puedan cambiarse entre oficios, profesiones y carreras. Me parece positivo que haya diversidad y no desvaloricemos los oficios. Sarmiento no tenía título universitario. Fue el que permitió que Argentina sea un país diferente por el valor que le dio a la educación. Gardel no tenía título universitario. Charly García, Diego Maradona… Muchos de los referentes que nos tornaron la potencia intelectual que somos en Argentina no tenían un grado universitario. Los universitarios sobrevaloramos el título. El título es muy importante, pero no es lo único importante.
–En Argentina actualmente se incentivan las propuestas de cortas y también la cotutela en posgrado y las estancias en universidades extranjeras…
–Eso es fundamental: la ciencia no tiene patria, no tiene frontera. El conocimiento es universal. Un ejemplo es la Universidad de Bologna. Bologna es la armonización. Todos los estudiantes europeos tienen la posibilidad de hacer parte de su ciclo educativo en universidades de otro país, financiado. También podemos mencionar el Programa Erasmus, que financia especializaciones en donde los estudiantes realizan cursos en al menos tres universidades que forman parte del programa. ¿Quién lo financia? La Unión Europea. Se financian la investigación nuclear y la espacial, pero el intercambio científico y educativo es fundamental. Y el programa Erasmus te permite que vos tengas todo el tiempo estudiantes de otros países en tu universidad y que tus estudiantes puedan ir a universidades de otros países. Sería una experiencia interesante de replicar en Argentina y América Latina. Porque al hacerlo regionalmente, con Uruguay o Brasil, con el Mercosur, sería más barato. Hace falta más financiamiento para este tipo de actividades que te abren la cabeza. Es fundamental. No es lo que te enseñan en los cursos, es lo que te enseñan los pasillos y las calles. Alguien que se va a hacer un semestre en otro país, más allá de lo que aprende en el aula, cuenta lo que aprende fuera del aula. Cuenta que el mundo es mucho más grande de lo que creemos.
* Doctora en Comunicación Social, docente y secretaria de Asuntos Académicos de la FCC-UNC. Fuente: Qué. Portal de contenidos. https://que.fcc.unc.edu.ar /Publicación bajo licencia creative commons.
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