Soldaditos del capital especulativo: masculinidades precarizadas y nuevas derechas

El triple femicidio de Florencio Varela también abre el debate sobre qué pasa con los pibes de los barrios. El éxito financiero como única salida. Brenda, Morena y Lara, además de víctimas de un grupo narco fueron puestas en escena porque “no alcanza con matar: hay que mostrar, que circule, que el mensaje se entienda”.

Por Agustina Kupsch* y Nicolás Pontaquarto**

El triple femicidio de Florencio Varela nos muestra, otra vez, que la violencia no se esconde: se exhibe. Brenda, Morena y Lara no fueron sólo víctimas de un grupo narco; fueron puestas en escena, usadas como insignia de una masculinidad que necesita demostrar su fuerza a través del dolor ajeno. No alcanza con matar: hay que mostrar, que circule, que el mensaje se entienda. Como si un femicidio fuera también stremeable, un contenido más para un feed saturado de odio. Eso es lo más siniestro: la violencia ya no es accidente ni desviación, es gramática. Un modo de narrar la existencia cuando todo lo demás falla.

No es casual que en paralelo proliferan las voces de jóvenes que, desde piezas húmedas y paredes sin revoque, se filman hablando de libertad financiera, de criptomonedas, de cómo van a “pegarla” para salir del barro. No son influencers en Dubái. Son chicos del conurbano, con zapatillas gastadas, que repiten casi palabra por palabra el mismo guion que un millonario en Miami. La promesa viaja por TikTok y Discord: si no progresás es porque no querés. El trabajo de ocho horas es de pobreEl estudio universitario es para perdedores. La salvación está en la apuesta, en el riesgo, en animarse a jugar todo o nada.

Los «cryptobros» y «traders» ya no son patrimonio de la clase media alta. En el conurbano también hay pibes que invierten su indemnización en criptos, que se meten en cursos de trading por WhatsApp, que madrugan para filmarse haciendo flexiones y repetir mantras de superación personal. La precariedad material convive con la fantasía de abundancia. No es contradicción: es síntoma. Lo que antes parecía exclusivo de los lofts vidriados ahora circula en casas con techos de chapa.

La masculinidad especulativa también es el sueño posible de una generación rota. Con una mínima inversión, podés sentirte operador de mercado. Requiere menos esfuerzo que el mandato de ser proveedor. Las “fintechs” permiten volverte trader de un día para el otro y con tan solo 1000 pesos, que hoy no pagan ni 2 boletos de bondi. El gobierno permitió que, desde los 13 años, los pibes se puedan crear una comitente para comprar y vender bonos, acciones y otros instrumentos. ¿Generar trabajo? A donde vamos no necesitamos trabajo.

“Soldaditos del narco” o “soldaditos del capital financiero”. Salir a morir para la ganancia de otros. En un caso se arriesga el cuerpo en la esquina; en el otro, se arriesga el sueldo frente a la pantalla. En ambos, el riesgo se convierte en virtud, la vida en apuesta, la adrenalina en única brújula. No importa cuánto tenés, sino cuánto te animás a perder. Y esa pedagogía del riesgo es exactamente lo que Milei supo capitalizar.

Porque no es casual que tantos de estos pibes sean libertariosLa narrativa especulativa encaja con la narrativa política de las nuevas derechas como dos piezas diseñadas para ensamblar. Milei repite lo mismo que los influencers de cripto: salir de la matrix, romper con los vínculos que te atan, apostar por la libertad individual, despreciar al Estado como si fuera un parásito. Google Ads y los algoritmos hacen el resto: segmentan, multiplican, convierten esa gramática en sentido común.

El triple femicidio en Varela, leído desde esta perspectiva, no solo es un acto individual monstruoso: es parte de la misma trama. Es la versión más cruda de esa masculinidad especulativa donde se arriesga todo, se niega al otro, se deshumaniza, y se convierte a la violencia en espectáculo. El que gana es el que se ve, el que pierde desaparece.

Fromm ya lo había dicho: la destructividad no es instinto, es respuesta al vacío. Cuando no hay proyecto, cuando no hay horizonte, la violencia aparece como brújula torcida. Y esa brújula es la que hoy guía a miles de varones jóvenes: los foros incel, los traders, los discursos libertarios les ofrecen una orientación clara, aunque los lleve al abismo. Odio al Estado, odio a la mujer, odio al pobre que no merece. Más que ideas, son pertenencias. Más que debates, son comunidades de sentido. Tribalización del odio.

Y el odio es adictivo y puede ser también un negocio. Odiar es más fácil que pensar, y mucho más rentable en likes. Los pibes lo saben. Es más sencillo culpar al planero, a la feminazi, al zurdo, que hacerse cargo del vacío propio. Más fácil militar la violencia que habitar la incertidumbre. Por eso celebran la represión, piden bala, aplauden que la policía le pegue a médicos y jubilados. No es ignorancia: es deseo. No vivieron la dictadura, pero festejan la bota. No buscan futuro, buscan demolición. No votan por esperanza, votan por revancha.

La masculinidad especulativa se volvió identidad. No se trata de tener criptos o no, de seguir a Andrew Tate o a Milei. Se trata de organizar el “yo” en torno a la apuesta, al riesgo, a la violencia. En ese marco, la empatía es debilidad, el cuidado es de pobres y la solidaridad es una trampa. La verdadera libertad es estar solo contra el mundo. Lo demás es fracaso. Esa es la gramática que hoy circula en TikTok, en los grupos de WhatsApp y en las tribunas de la política.

No alcanza con denunciar ni con escrachar. No alcanza con decir “qué ridículo ese pibe que filma su trading desde una casa sin revoque”. Los ridículos somos nosotros si pensamos que con reirnos alcanza.

Mientras tanto, en los barrios, la oferta es limitada: ser soldadito del narco o soldadito del capital financiero. ¿Qué otra alternativa hay? No hay educación sexual integral, hay pocos espacios de escucha para varones, y en ese número limitado se hace lo que puede con lo que se tiene, frente a un Estado nacional que atenta contra la comunidad. No hay futuro previsible. Sin embargo, sí hay habilitación estatal para que los adolescentes abran cuentas de inversión: no hay red, pero sí hay ruleta. El mensaje es claro: jugátela solo y si perdés, es culpa tuya.

No alcanza con denunciar ni con escrachar. No alcanza con decir “qué ridículo ese pibe que filma su trading desde una casa sin revoque”. Los ridículos somos nosotros si pensamos que con reirnos alcanza. Tampoco alcanza con los talleres de deconstrucción (que nunca llegan a ser masivos), ni con discursos morales que condenan, pero no ofrecen nada a cambio. La derecha ya entendió algo básico: los pibes no quieren solo crítica, quieren certeza.

El triple femicidio nos recuerda la urgencia de otra narrativa. Una que no se enfoque en la exclusión, en el castigo, en la revancha. Una que vuelva a poner lo común en el centro; que entienda la empatía como tecnología política y no como debilidad. Una narrativa que invite a recuperar la conversación como pilar de otra comunidad posible que habilite el encuentro, la apertura y el intercambio real, algo que requiere de escucha activa y comprensión. Porque mientras ellos prometen libertad financiera en soledad, la única libertad real sigue siendo posible en lo colectivo.

*Antropóloga y fundadora de Panóptico Cultural, **Miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social. Fuente Tiempo Argentino https://www.tiempoar.com.ar/Foto Antonio Becerra.

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