La muerte de Nicolás Alessio sorprendió a las y los habitantes de la ciudad de Córdoba. A través de las redes, viajó rápidamente esta noticia triste, desconcertante. A la vez, miles de adioses reivindicaban su paso por esta vida. Aquí, lo despide alguien que lo conoció de cerca.
Por Luis Miguel “Vitín” Baronetto*
Sin avisarnos, sin despedirse, el Nico partió el 14 de octubre. En donde esté, seguramente junto a tantas y tantos otros compañeros/as de camino, habrá sentido el reclamo y la bronca de esta ausencia inesperada y sorpresiva, que no hubiésemos querido experimentar. José Nicolás Alessio fue ordenado sacerdote cuando finalizaba la dictadura. Lo que los claustros no le mostraron, lo vivió apenas ocupó su lugar en la sociedad cordobesa.
Cuando le tocó ser párroco en San Cayetano, los pobres ocuparon su lugar de preferencia, y él les dio espacio en las procesiones, en las ollas comunitarias, en la búsqueda de trabajo, en la solidaridad efectiva y concreta. Nos conocimos en ese andar, recorriendo el camino de la revista Tiempo Latinoamericano que se inició en esas postrimerías de la dictadura. Y también se sumó al Grupo Sacerdotal Enrique Angelelli con quienes arremetimos la ardua tarea de reivindicar a nuestro mártir y querido “Pelado”, mientras se le cerraban las puertas en los templos del catolicismo anticonciliar predominante en esta Córdoba “católica” de reclinatorios y sacristías. Fueron años de apasionada siembra y contagiosa participación, en el despertar democrático y las nuevas experiencias del cristianismo de liberación y las comunidades eclesiales de base, que nos llegó de la vecindad latinoamericana.
Nicolás Alessio se destacó por ponerle voz a las realidades de los nuevos derechos humanos y sociales, que se sumaron con los colectivos que pudieron visibilizarse cuando tomaron fuerza en su organización, hasta instalarse institucionalmente. Así pasó con la ley de matrimonio igualitario, que le costó las reprimendas y sanciones de la jerarquía eclesiástica.
Formó parte de esos “atrevidos por los nuevos sabores…similares al saber”, como lo dejó escrito. Aquella lucha no fue infructuosa, porque no fue solitaria. Algunos muros sociales y culturales pudieron ser traspasados. Y este avance social no tiene retroceso, aunque sufra los actuales ataques de crueldad y odio que desparraman los instalados en instancias del poder público que debiera ser inclusivo e integrador. Pero el “Nico” se nos fue en un mal momento. Hacía falta todavía su voz, su atrevimiento, su tozudez, su generosidad, su libertad para seguir predicando en medio de los nubarrones del oscurantismo que pretende retrotraernos “cien años atrás”.
Porque apostamos a la esperanza y creemos en la resurrección, experimentaremos igual la presencia del Nico en cada lucha de resistencia al negacionismo de la historia. Porque en ese lugar, otra vez en las calles, seguiremos avanzando por recuperar mayor calidad de vida digna y justa para todas y todos, pero especialmente para los empobrecidos. No sólo allí, también estará presente en Simón, su hijo, y Mariela, su compañera de vida, como sucede siempre cuando se ama lo que se vive y no muere.

*Biógrafo de Enrique Angelelli. Director de Tiempo Latinoamericano. Foto principal tomada en 2011, Cáceres para Clarín.
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