El odio como política, el ajuste como doctrina. El periodismo no sólo está empobrecido: está sitiado. Al que no se calla, lo ajustan. El que protesta, se expone, expresa el trabajador de prensa a horas de la celebración del Día del y la Periodista, en un contexto de alta precarización y salarios de hambre.
Por Héctor Brondo*
En Córdoba, donde el periodismo rema contra una corriente cada vez más caudalosa y borrascosa para no naufragar, cada vez somos menos quienes todavía podemos ejercer el oficio más lindo del mundo con pasión y prepotencia de vocación. No por falta de convicción, sino por imperio de un ajuste atroz, espantoso, perverso.
En general, trabajamos por salarios que no alcanzan ni la línea de pobreza -cuando no, la de indigencia-, según el propio INDEC. En el mejor de los casos, cobramos a fin de mes. Son las excepciones que confirman la regla. Pero la norma que impera es otra: redacciones vacías, condiciones laborales cada vez más precarias y sueldos miserables y en constante pérdida de su capacidad adquisitiva. Mientras tanto, los dueños de los medios se rascan hacia adentro y se muestran empáticos y solidarios sólo con aquel que quedó afuera de la distribución de la obscena pauta oficial de YPF o el Banco Nación. No es por falta de recursos ni por noción de justicia, sino por pura codicia.
Pero la asfixia económica no es todo. El Presidente de la Nación, entronizado en X y bendecido por las “fuerzas del cielo”, ha convertido el odio a la prensa en política de Estado. Desde su cuenta oficial -que debería representar a todos los argentinos y no sólo a los fanáticos de la mofa y el insulto como dogmas- señala a periodistas como quien marca a los herejes antes de la hoguera. Lo hace con nombres y apellidos, y luego se aparta para dejar actuar a la jauría: trolls rentados, militantes exaltados y cobardes anónimos que disparan a quemarropa desde trincheras digitales, con municiones de odio e impunidad absoluta.
Indignados: ¿En serio?
Mientras tanto, en términos generales, las empresas ¿periodísticas? -que pagan sueldos de hambre y llaman “colaboradores” a sus trabajadores cada vez más precarizados- se indignan por la falta de pauta, pero guardan silencio ante el desmantelamiento sistemático de sus propias redacciones. Se enfrentan al poder -cuando lo hacen- por la caja, no en defensa de la libertad de expresión. Uno y otro actúan como perros grandes: se ladran pero no se muerden. Se necesitan mutuamente porque comen del mismo plato y se sirven de la misma fuente.
No se trata de una situación inédita. Sobran antecedentes.
El periodismo no sólo está empobrecido: está sitiado. Al que no se calla, lo ajustan. El que protesta, se expone.
Así las cosas, el derecho a informar y a ser informados se diluye en la cínica escena reinante, donde el poder político y el económico marchan al mismo paso, por la misma senda, con su propia vara para castigar al mensajero.
No es casual. Es estrategia. Da bronca. Y sí, a veces también da miedo.
Por todo eso y otras razones, este 7 de junio, Día del Periodista, tenemos muy poco -casi nada-, para festejar. Pero sí, la oportunidad de confirmar la certeza de que la salida es colectiva, porque nadie se salva sólo y sin voluntad de lucha en defensa de los derechos conquistados.

*Periodista. Delegado gremial, en el diario La Voz del Interior. Nota de opinión publicada en la red de facebook.
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