Pavel Durov, fundador y dueño del sistema de mensajería, fue detenido en Francia por no colaborar con la Justicia. Un caso testigo.
Por Esteban Magnani*
Pavel Durov, el fundador y dueño de Telegram, fue detenido en Francia la semana pasada acusado de complicidad en una investigación por tráfico de drogas y pornografía infantil. No es que él haya cometido esos delitos, sino que se negó a compartir información de Telegram que le solicitó la Justicia para poder avanzar en la investigación. Luego de hacer su declaración, Durov pagó una fianza de 5,5 millones de dólares para no quedar detenido, pero no puede salir del país. Los problemas con algunas plataformas no son nuevos y esta detención marca un aumento de la tensión con la Justicia.
Telegram es un sistema de mensajería similar a WhatsApp. Cuenta con cerca de 900 millones de usuarios y se destaca por sus promesas de privacidad, algo que las plataformas estadounidenses, como WhatsApp, están lejos de garantizar por su evidente vinculación con los servicios de seguridad. Hace años, Julian Assange aseguró confiar solo en esa plataforma para sus comunicaciones personales.
Las plataformas no son responsables de lo que circula a través de ellas, pero sí tienen la obligación de colaborar con las investigaciones vinculadas con los delitos, pero Durov desconfía de los Estados; su prioridad, asegura, es la libertad de expresión. Ahora es posible que otros países reactiven las causas en su contra: España, Alemania y otros países ya intentaron bloquear Telegram, pero resultó técnicamente imposible lograrlo totalmente. Algo similar está ocurriendo con Elon Musk y X: la red fue bloqueada por la Justicia brasileña por no responder a sus pedidos de colaboración en una investigación contra los instigadores del intento de golpe de Estado luego de las últimas elecciones.
Un soviético libertario
Durov nació en 1984 en Leningrado, cuando todavía existía la Unión Soviética. A los 4 años se fue a Italia con su familia y allí vivió su adolescencia hasta 2001, cuando volvieron todos a su ciudad natal, ahora llamada, nuevamente, Petrogrado. Desde pequeños, él y su hermano aprendieron programación, algo que les permitió desarrollar un sitio de intercambio de apuntes que se hizo muy popular y fue derivando hacia una red social llamada VK que creció muy rápidamente y a la que se comparó con Facebook.
A diferencia de lo que ocurrió con otras plataformas, Durov mantuvo el dominio de su creación para mantenerla libre de controles, lo que le generó numerosas demandas, sobre todo por violación a la propiedad intelectual. En 2011, los servicios de seguridad rusos le pidieron que bloqueara cuentas que denunciaban fraude en las elecciones y respondió públicamente con una imagen de un perro sacando la lengua. En 2014 volvió a negarse a pedidos de la seguridad rusa para que identificara a manifestantes ucranianos que protestaban contra el Gobierno. Según cuenta, ante la negativa le ofrecieron dos posibilidades: ir preso o vender. Durov optó por esta última opción y se fue del país, aunque regresa regularmente.
En 2013, Durov y su hermano comenzaron con Telegram, un sistema de mensajería que, aseguraban, mantendrían protegido de miradas ajenas. La app no tiene cifrado de extremo a extremo por default, por lo que hay quienes cuestionan técnicamente su inviolabilidad. Sin embargo, tal vez por oposición a WhatsApp, es valorada por quienes se preocupan por la privacidad, pero también por aquellos que la aprovechan para actividades ilegales o para realizar campañas de desinformación sin obstáculos.
Durov tiene, según Forbes, una fortuna de 15.500 millones de dólares, pero, a diferencia de otros magnates tecnológicos, hasta hace poco mantuvo un perfil bajo. Poco se sabe de sus ingresos: Telegram es de uso gratuito, pero tiene servicios premium pagos. Según él mismo declaró, «la razón principal por la que empezamos a monetizar es porque queremos seguir independientes». Durov asegura no tener propiedades porque lo distraerían de su misión: mejorar Telegram.
Justamente por su perfil bajo llamó la atención que diera una extensa entrevista a Tucker Carlson, un conocido periodista norteamericano de ultraderecha y firme defensor de Trump. Allí contó con tono tranquilo y un inglés por momentos dubitativo que decidió quedarse en Dubai porque en Alemania las leyes le impedían contratar a extranjeros sin hacer una búsqueda local antes. Tampoco se quiso quedar en San Francisco luego de que intentaran robarle y de ver que los servicios de inteligencia intentaban infiltrar su app. Finalmente eligió Emiratos Árabes Unidos, un país con una pésima reputación en derechos humanos, pero al que describió como «el mejor lugar para defender la libertad de expresión». También ponderó la calidad de los servicios que se obtienen pagando muy pocos impuestos. Lleva ahí siete años.
Durov asegura que no apoya la pornografía infantil o el tráfico de drogas, pero que muchos pedidos judiciales no justifican la violación a la libertad de expresión, a la cual menciona muy seguido: por ejemplo, cuenta que no respondió a los pedidos durante la epidemia de covid de cerrar canales antivacunas porque, si bien él apoyaba la vacunación, consideraba que el diálogo permitiría a todos acceder a la verdad. «Somos una red neutral», aseguró de manera tan ingenua que resulta sospechosa.
También aseguró que desde que Musk compró X la red mejoró sus políticas para defender la libertad de expresión. Parecería que el aprecio es mutuo porque el sudafricano mostró rápidamente su indignación en X por el arresto del ruso. Ambos comparten la idea de que la mejor forma de defender la libertad de expresión es hacer lo menos posible, algo que facilita no solo las comunicaciones de, por ejemplo, una población oprimida sino también la actividad ilegal. Además, moderar millones de mensajes es muy caro.
Caso testigo
Una concepción simplista sobre la libertad de expresión va en línea con la idea de que el mercado se autorregula, que hay que dejar que la gente actúe de acuerdo con sus intereses, como si todos tuviéramos iguales recursos, no existieran las campañas de desinformación, la manipulación política, el doxing y otras formas «de libre expresión» que tienen los poderosos para acallar a los más débiles. Por eso, Durov es un caso testigo frente a un problema que tienen los Gobiernos para detener delitos facilitados por la tecnología. La creciente derechización de algunos magnates tecnológicos que argumentan que la libertad de expresión se logra evitando intervenir está provocando mucho daño a la democracia. Como las multas no han dado mucho resultado, el caso de Durov sirve para ir un paso más allá y responsabilizar a los dueños de las plataformas.
También llama la atención que Durov diera su primera entrevista en años a Tucker Carlson y cuatro meses más tarde fuera a Francia sabiendo que había una orden de detención en su contra. ¿Busca elevar su perfil público? ¿Puede tener que ver con anuncios sobre una posible salida de Telegram a la bolsa? Difícil saberlo aún. El caso servirá, seguramente, para abrir un debate más preciso sobre la libertad de expresión y el lugar de la tecnología para favorecerla en su complejidad.
*Periodista, escritor, especializado en comunicación de la ciencia. Docente en la UBA y la Universidad Nacional de Rafaela (UNR). Fuente Revista Acción https://accion.coop/Foto principal: El magante en Tribunales Getty Images
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