En la Plaza Colón, días atrás, se produjo un emotivo encuentro entre talleristas y el colectivo infantojuvenil–hoy adultos y con sus hijes- víctimas del terrorismo de estado en Córdoba. Se trata del Taller Julio Cortázar, una experiencia de reparación basada en el trabajo colectivo y la horizontalidad, coordinada por Roger Becerra.
Por Katy García*
Puede que las generaciones nuevas que desconocen qué fue el “Taller Julio Cortázar” lo relacionen con alguna de las tantas ofertas para mejorar la escritura. En rigor, se trata de una experiencia nacida tras la recuperación de la democracia, con la finalidad de brindar apoyo integral a niños y niñas afectades por la represión.
La tarde del sábado, un nutrido auditorio participó del acto homenaje a aquella experiencia que marcó a fuego a niños, niñas, familiares y talleristas. Pablo Balustra, uno de los niños que fue parte del espacio reparador, coordinó el acto. Primero invitó a recorrer la muestra fotográfica, luego presentó a quiénes hablaron in situ, y a los que lo hicieron en modo remoto.

La muestra de fotos ampliadas, montada en el espacio público, acaparó la atención de los presentes que pudieron reconocerse, observar los parecidos, como le pasó a Nino, el hijo de Emiliano que se reconoció en un registro ajado, como si fuera él. Dos gotas de agua. El recorrido, generó conversaciones y permitió recordar a los que ya no están, qué tareas hacían, cómo eran. Y a quiénes cola boraban activamente como Joan Manuel Serrat.
Eduardo Garbarino, vino preparado para leer una reseña que preparó sobre el espacio. En 1986, con 17 años, se incorporó a esta modalidad. Venía de Buenos Aires y había participado en un espacio similar con el Padre Mario. Recordó que estos espacios surgieron como una “necesidad de niños, niñas, y adolescentes, que la pasaban muy mal por la represión” porque sus padres estaban presos/as, exiliados/as, o desaparecides. Otras familias, huían de un lugar a otro dentro del país. (insilio).

En esa línea agregó que además de no tener a sus padres no podían hablar sobre lo que les pasaba en su propia casa, la escuela o el vecindario. En muchos casos quienes se hicieron cargo de la crianza pensaban que era mejor no decirles la verdad “para evitar el sufrimiento y situaciones que podrían ser traumáticas” como haber presenciado el secuestro de sus padres. Otres, no acordaban con el camino elegido por los padres a quien cuestionaban por haberlos descuidado.
“Al final de la dictadura, quedaron miles de niños que crecieron en el silencio, la soledad, el dolor, la negación, el miedo, la mentira y la culpa”, sintetiza, quien siendo también víctima, asumió el compromiso de ser tallerista a los 17 años. Todo esto –dice-generaba una pérdida de identidad porque por ejemplo algunes creían que sus padres eran algunos de los integrantes de la familia. A esto se sumaban “las condiciones económicas precarias”.
Espacios comunitarios
Por iniciativa de pediatras, psicólogues, y otras especialidades incluso biólogos/as y abogades y con la incorporación de familiares de niñes avanzaron en la creación de espacios comunitarios para que el grupo pueda “sacar de las tripas estas historias, estos sentimientos”. Evaluaron entonces que el método elegido iba a ser el taller con la aplicación de técnicas de educación popular de Paulo Freire. En ese camino, descubrieron que las disciplinas artísticas y técnicas grupales ayudaban a romper la barrera del silencio. Así, pusieron en marcha talleres de dibujo y pintura, teatro, expresión corporal, literatura, ecología y música
Rescató y agradeció a los equipos multidisciplinarios formados por veinteañeros que innovaron y lograron la producción de numerosos trabajos creativos como murales, canciones, plástica, poesías, cuentos, obras de teatro, documentos, revistas, audiovisuales, cuyos efectos reparadores “nos permitió expresarnos, tomar contacto con nuestros temores, nuestras historias guardadas profundamente, lejos de nuestra conciencia, reconocer lo que nos pasó”. Todo ese aprendizaje “nos llevó a reconocernos y nos permitió ver de otra manera a nuestros padres y madres y perdonarnos a nosotros mismos”, evaluó Eduardo.

En esta primera etapa se logró armar “un grupo de pertenencia muy sólido, inquebrantable” que más adelante iba a necesitar “abrirse a la sociedad, y a quienes quieran participar. Porque al terrorismo lo vivimos todes”, sostuvo.
Para Garbarino “el trabajo colectivo y la horizontalidad” son dos características notables de la experiencia. Entonces, dice, tendría que nombrar a una cantidad enorme de personas que aportaron desde “los saberes, su enorme solidaridad, militancia y amor” tarea pendiente que deberían hacer entre todes.
No obstante “es imposible no hablar de Roger Becerra” quien fue “el” coordinador, solidario, generoso, con su halo de autoridad no autoritaria y su carisma tan respetable que les daba la seguridad”. También se acordó de Liliana Atensio tal vez porque “se fue demasiado temprano”.

Eduardo traía su propia mochila. En 1974, fue secuestrado junto a su madre, Aurora Pico, que permanece detenida desaparecida. Tenía 5 años. A dos años del hecho, una familia advirtió que estaba en riesgo y logró sacarlo del país. En 1983, Abuelas de Plaza de Mayo, lo localizó en México. Luego se reencontró con su padre Jorge Antonio Garbarino y su historia. (1)
Aguante El Taller
Juan José “Toto” López, otro de los talleristas, dijo que esta “maravillosa experiencia” fue una de “las más felices de mi vida”. Como si trazara una línea de tiempo imaginaria reflexionó acerca de este “nuevo escenario, distinto, novedoso, donde las nuevas generaciones están pariendo esta etapa” como les hijes de los que ayer fueron niñes y tomaban clases años atrás. Como Mora -hija de Enriqueta Balustra– que cantó acompañada por Jorge Córdoba, temas de los setenta. En ella, ve el futuro.
El actor Toto López dijo que ser tallerista fue una “experiencia maravillosa” quizá la más importante de su vida.
Rememoró que se juntaban cada sábado y domingo en la espaciosa casa, pegada a la Maternidad nacional, que ya no está. Evocó los inicios cuando encararon aquella “extraordinaria aventura cuando balbuceábamos y teníamos dudas de cómo ayudar a las víctimas de la represión” tarea que lograron en conjunto.
En esa búsqueda cuenta que una de las claves fue comprender que “lo que me pasaba a mí le pasaba a otres y que había un montón de espejos y espejitos para mirarnos”. Para este formidable actor el taller fue “un constructor colectivo de identidades que luego se abrió a otros ámbitos, como la universidad, los colegios secundarios y el trabajo”. Lo cual fortaleció a los Organismos de derechos humanos y contribuyó a su consolidación.
Reparación y garantía de no repetición
Ernesto Mobili, director del documental “Infancias y resistencias en tiempos de dictadura” que narra la historia de los talleres de apoyo integral para niños y niñas afectadas por la represión, manifestó: “Me sentí muy identificado con lo que decía Eduardo (Garbarino) de ver a los niños en función de lo que son y no del parentesco con la persona que haya estado detenida o desaparecida. Porque el taller tuvo esa lucidez, esa ternura, de saber que a los niños les pasaban cosas de niño que había que atender”. (2)
Luego alertó si después de las políticas de memoria, verdad, y justicia “no nos estamos quedando cortos cuando nombramos a los 30.000, sino estamos pensando en la cantidad de víctimas limitada, y si ese pensamiento no es una forma de negacionismo. Sino estamos negando los alcances del terrorismo de estado porque los tratados internacionales y la constitución, hablan de reparación y garantía de no repetición. Y esas cosas las estamos viendo muy lentas”, sostuvo. Entonces, reclama políticas públicas que garanticen esos acuerdos del mismo modo que se respetan los que se hacen con el FMI.

En otro tramo del encuentro se proyectó en pantalla gigante un manojo de testimonios de personas que pasaron por el taller. Cada persona dejó mensajes de agradecimiento como “Lo recibido nos devolvió la esperanza”; “Pude reconstruir mi vida y ser realmente yo”; “El presente es lucha y el futuro es nuestro”; “Gracias por haber podido juntar mis pedazos”, entre otres, que seguramente serán publicados en formato audiovisual. Todos y todas, reivindicaron la figura de Roger Becerra.
Para concluir con el acto, se destapó el bastidor que tiene dos códigos QR para que los que vayan a la plaza encuentren información sobre el taller, colaboradores y fundadores. (3) Además, se instaló una baldosa de memoria tallada a mano por la escultora y docente Valeria Velázquez (una de las tantas niñas que asistió al taller) que simboliza la esencia del espacio. Antes de retirarse de la plaza, con la música de Clemente, entonaron: “Somos la patota del taller/ Qué taller/ Julio Cortázar/ largue todo y venga volando/ que se está gestando una generación/

Notas
1-Eduardo Garbarino Pico, es el nieto n° 11. https://www.abuelas.org.ar/caso/garbarino-pico-eduardo-236?orden=c / Es doctor en Ciencias Químicas, especializado en Biología molecular y cronobiología, investigador del Conicet.
2- Ernesto Mobili, en su documental “Infancias y resistencias en tiempos de dictadura”, narra la historia de los talleres Julio Cortázar (Córdoba); De la Amistad (La Plata); Había una Vez (Rosario), Taller Inti Huasi (Santiago del Estero) y Berisso.
3-Para acceder al bastidor donde se encuentran los códigos QR, y ver la baldosa, dirigirse a la Plaza Colón por la calle Rodríguez Peña. Están frente a la casa donde funcionó el taller, a la altura de los juegos infantiles.
*Periodista. Agencia Prensared. Fotos Gentileza de Graciela Gambino.
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