Pepe Mujica, el militante eterno, el último líder de su generación, el hombre de 90 años al que hace unos meses le diagnosticaron cáncer de esófago, cerró la que posiblemente será la última campaña política de su vida y dejó un discurso con tono de despedida: “Cuando mis brazos se vayan habrá miles de brazos sustituyendo la lucha”. Su jugada final fue anticiparse al futuro: garantizar la renovación del Frente Amplio y asegurarse de que -con o sin su presencia- las ideas a las que dedicó toda su vida permanecerán.
Por Soledad Gago*
Epílogo: el final
Primero de marzo de 2015. Montevideo, Uruguay.
Así se despide un hombre que sabe que nunca se irá.
—No me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo.
José Alberto Mujica Cordano, Pepe, tiene 79 años. Esta mañana se levantó temprano, prendió el tractor, trabajó en el campo, se bañó, se puso una camisa blanca, un traje negro impecable. Se peinó el cabello hacia atrás. Se subió al asiento del acompañante de su Volkswagen Fusca celeste, anduvo 13 kilómetros desde la chacra en la que vive junto a su esposa Lucía Topolansky —senadora— en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, hasta la Plaza Independencia, en el centro de la ciudad. En el camino frenó, saludó a las miles de personas que lo esperaban, pasó por la estación de servicio, cargó nafta, le dejó propina al playero, y escuchó a una periodista preguntarle si ese era el día más emotivo de su vida.
Pepe se acercó a ella sin bajarse del auto. Se encogió de hombros y, como si nada pudiera perturbarlo, ni siquiera estar viviendo el último día como presidente de la República del Uruguay, respondió:
—Ustedes no entienden. No pueden entenderlo. El día más emotivo de mi vida fue cuando me trasladaron de Paso de los Toros a la cárcel porque ahí me di cuenta de que la dictadura se estaba derrumbando. Esto es un poroto al lado de aquel día.
Después siguió, llegó a la plaza, caminó entre una multitud que lo esperaba cantando su nombre —Pepe, Pepe, Pepe— diciendo gracias, viejo querido, gracias. Saludó a Tabaré Vázquez, que estaba por asumir como presidente —y que concretaba 15 años consecutivos del Frente Amplio, su partido, en el gobierno— con un abrazo apretado, grosero, triunfal. Se subió al escenario, aún con la banda presidencial atravesándole el torso, y dijo eso de que los cinco años de gobierno habían pasado rápido, eso de que no se iba, de que estaba llegando: gracias, querido pueblo.
Acto 1: hoy
Afuera del Teatro El Galpón, en la avenida 18 de julio, pleno centro de Montevideo, hay una multitud. Hombres, mujeres y niños forman una fila larguísima que se extiende desde el hall del teatro hacia la calle por varios metros. Llevan termos, mates, banderas, remeras, gorros, carteles y globos del Frente Amplio, del Movimiento de Participación Popular (MPP) y de la lista 609. Un carrito vende choripanes, otro refrescos, otro juguetes para niños —autitos de plástico, linternas de colores, muñequitos en paracaídas, burbujeros—. Por parlantes transmiten, ahí, en la calle, lo que pasa adentro.
Es miércoles 19 de junio de 2024 a las seis y media de la tarde. Ya se fue el sol y la noche se asoma cargando un frío infernal. Es como un anuncio: en dos días empezará el invierno, y será uno de los más fríos de los últimos años.
En el hall de El Galpón —uno de los teatros independientes más importantes del Uruguay, cuyos integrantes tuvieron que exiliarse durante la dictadura del 73— reparten la lista 609. Faltan 11 días para las elecciones internas en Uruguay, en las que cada partido elige al candidato que lo representará en las presidenciales, y el MPP, espacio liderado por José Mujica y Lucía Topolansky, celebra el cierre de campaña de la lista con la que apoyan la candidatura de Yamandú Orsi, ex intendente de Canelones.
A las siete y media la sala, con capacidad para 800 personas, está repleta. En el escenario hay una mesa y cuatro sillones. De fondo, en una pantalla inmensa en la que flamea la bandera del Frente Amplio, dice: “Con Orsi volvemos”. Al lado, una imagen del candidato y una de Mujica.
Porque él, un hombre de 90 años que en abril fue diagnosticado con un cáncer de esófago y sometido a un tratamiento de radioterapia, es la pieza fundamental: para que Orsi le gane la interna frenteamplista a Carolina Cosse y para que el Frente Amplio regrese al gobierno. Lo saben los candidatos, lo saben en el partido y, sobre todo, lo sabe él.
“Pese a su edad, Mujica mantiene una fuerte gravitación en la política nacional. Es el último liderazgo vivo de las izquierdas uruguayas y en los últimos años también ha sido un factor de gravitación en el contacto con los líderes de los otros partidos, incluido el presidente Luis Lacalle Pou”, explica el historiador y politólogo Gerardo Caetano. “Aún restringido por su enfermedad, su palabra es de enorme trascendencia. En muchas ocasiones, los otros dirigentes de la izquierda parecen hasta esperar que él se expida sobre los temas más difíciles y urticantes para luego tomar posición. Su presencia, aún limitada, constituye sin duda un factor de triunfo para el Frente Amplio y para su candidato Yamandú Orsi de cara a las elecciones nacionales de octubre”.
“El Pepe se encuentra cumpliendo una función de facilitador de la transición de liderazgos. Algo que en Uruguay a la clase política cuesta mucho y sobre todo a la izquierda”, dice Gonzalo Puig, politólogo. Esta es la elección en la que la “renovación” en el Frente Amplio se está consolidando.
Está previsto que en este acto de cierre de campaña hablen la diputada Cecilia Cairo, el senador Alejandro Sánchez, Orsi, Topolansky y Mujica. Todos saldrán al escenario en distintos momentos. Orsi entrará como estrella de rock con termo y mate, caminando por el pasillo, entre la gente: le estirarán la mano, le sacarán fotos, cantarán presidente, presidente, presidente.
Sin embargo, cuando Mujica se pare frente a la multitud vestido con pantalón deportivo gris y campera de abrigo, cuando agarre el micrófono sin titubear, cuando se sienta cansado y aun así insista, cuando diga, con la voz añeja y apretada, que la política requiere épica, compromiso y actitud moral, cuando tenga que hacer silencio porque la gente no deje de cantar ole, ole, ole, Pepe, Pepe, Pepe, cuando reivindique, hoy, en el día de su cumpleaños, la lucha de José Gervasio Artigas y el éxodo junto a su pueblo, cuando sostenga que los políticos tienen que vivir como vive la gente común, cuando hable de esperanza y de utopías, cuando diga “pertenezco a una generación que se está yendo”, cuando lo aplaudan sin parar durante varios minutos, será un estruendo, un alboroto.
Mujica no lo dirá, pero tendrá, entonces, la sensación de deber cumplido, de estar haciendo lo que tiene que hacer. Y lo que quiere hacer.
No hay enfermedad ni invierno que lo frene. Durante la campaña Mujica camina entre la gente, recorre los barrios de Montevideo, participa en actos, charlas, conferencias, canta, toma mate, sonríe y baila esa canción de Rubén Rada que dice “cuando yo me muera no quiero llanto ni pena”, habla de todo lo que quiere, cuestiona a Cosse en una campaña sin cuestionamientos, sin cruces ni debates, recibe críticas que no le afectan, se sienta en una plaza al sol mientras la gente lo rodea, como si estuviese escuchando a un viejo sabio, y lo escuchan decir que el tiempo libre es valioso, que hay que gastar el tiempo en lo que uno quiera y no en lo que le imponen. Hace, en definitiva, lo de siempre: militar con la palabra y el cuerpo.
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La escuela 188 del barrio Las Torres, alejado del centro de Montevideo, está frente a un terreno descampado de pastos crecidos. Es un edificio de techo de planchada y paredes de colores. En una de esas paredes, hay un árbol pintado con manos de niños y una frase de José Martí, poeta cubano. Dice: “La educación es como un árbol: se siembra una semilla y se abre en muchas ramas”.
Es domingo 30 de junio y a las siete y media de la mañana aún no ha salido el sol. En el salón que corresponde al circuito de votación 1990, las tres mujeres encargadas de la mesa se frotan las manos para intentar entrar en calor. El termómetro marca que hay tres grados y no hay manera, en esta mañana que apenas asoma, de escaparse del frío.
Quince minutos antes de las ocho periodistas, fotógrafos y camarógrafos se amontonan en ese salón diminuto que acumula mesas y sillas encimadas y encastradas para ahorrar espacio. Está previsto que allí, a las ocho en punto, vote un expresidente.
Mujica llega media hora después. Viste un pantalón deportivo gris, dos camperas de abrigo superpuestas, una gorra de visera negra con el logo de la lista 609. Entra al salón caminando despacio, acompañado por un hombre que le cuida la espalda. Se saca el gorro. Tiene el rostro rígido, severo. Está despeinado. Dice buen día sin ninguna expresión. Entra al cuarto secreto, vota. Sale y, aunque no habla, hace lo que sabe: actúa despacio, pone el sobre sobre la urna, mira a las cámaras que lo rodean, les entrega la foto de su votación.
Sale, saluda a quienes se acercan. Camina despacio hacia el auto en el que lo espera Topolansky.
— ¿Cómo está, Pepe?
—Los médicos dicen que estoy mejor.
— ¿Por qué ha estado tan activo en esta campaña?
—No hice nada. Al lado de lo que he hecho es una pavada. Yo milito desde que tenía 14 años y me voy a morir militando. Es una forma de vida.
Esa noche, a pesar del frío y del invierno, va junto a su esposa al comando donde Yamandú Orsi se entera que, finalmente, le ganó la interna a Cosse y es el candidato a la presidencia. No habla con la prensa. No dice nada. Salvo esto: “Todavía me falta una última jugada, ya van a ver”.
Esa es la última vez que se muestra en público en meses. Después de ese primer triunfo (que es de Orsi y también un poco suyo), se refugia en su casa, recibe el tratamiento de radioterapia y el cuerpo se le debilita, dice que no a las entrevistas, dice que se quiere cuidar para poder militar en la campaña presidencial.
A finales de agosto el MPP anuncia una conferencia de prensa para el día 27 en la noche. Ese mismo día, Mujica es ingresado al sanatorio para hacerse estudios. La doctora que sigue su tratamiento dice que el cáncer desapareció, pero que la radioterapia le dejó algunas secuelas, que no es grave, pero que se tiene que recuperar, que estará internado por dos o tres días.
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La noche del 27, en la sede del Frente Amplio, el MPP brinda una conferencia para anunciar la incorporación al partido de Blanca Rodríguez, profesora de literatura, periodista referente para la opinión pública, con 30 años al frente del informativo más visto de Uruguay.
En una mesa con un mantel rojo y micrófonos están Alejandro Sánchez, senador, Blanca Rodríguez, Lucía Topolansky y José Mujica.
Pepe llegó en silla de ruedas, de boina y guantes, abrigado con la misma campera con la que votó el 30 de junio. Él y Lucía son los responsables de la incorporación de la periodista al Frente Amplio.
Mujica advierte que está jodido, pero que no se podía perder ese momento. “La política no es un negocio, la política es una pasión que se tiene o no se tiene”, dice, con la voz frágil y esforzada. “Acá no venimos por ganar, acá venimos porque estamos convencidos. Soy consciente de que pertenezco a una generación que se está yendo, pertenezco al adiós y el adiós debe velar por lo que viene, porque la lucha continúa y tiene que sobrevivir”.
Esta es su última jugada: dejar la casa en orden, anticiparse al futuro, asegurarse de que, con o sin él, las ideas y las formas —esas a las que dedicó toda su vida— permanecerán.
Acto 2: ayer
Es 1943. La familia Mujica Cordano vive en el barrio Paso de la Arena, en las afueras de Montevideo. Es un lugar habitado por obreros y amas de casa, hombres y mujeres que viven en pequeñas chacras donde trabajan la tierra. Ese es el caso de la familia de Pepe.
La casa está a unas cuadras de la escuela N° 150 a la que van Pepe y su hermana menor, María Eudoxia. Para llegar, todas las mañanas atraviesan caminando un campo. Un día, a comienzos de septiembre de ese año, la rutina cambia: cuando llega a su casa, Pepe, de ocho años, se entera de que su padre, Demetrio, un hombre que toda la vida votó al Partido Nacional y trabaja en la Dirección de Viabilidad, acaba de morir a causa de sífilis.
Lucy aprende a cultivar flores y le enseña el oficio a su hijo mayor. Con el tiempo, Pepe aprende cómo regar cada flor, dónde plantarla, qué condiciones necesita para crecer. Arma ramos y los vende por el barrio. Las flores generan ingresos para la familia, pero, sobre todo, son su fascinación: Pepe se pasa horas y horas observándolas, cuidándolas, pensando en ellas. Aprende que la naturaleza es fundamental para la vida.
Cuando entra al liceo conoce sobre sindicatos, huelgas y derechos. Se mete en la Agrupación de Reforma Universitaria, que cuestiona, sobre todo, el sistema político y económico del Uruguay y defiende al movimiento obrero. Empieza a leer sobre socialismo y comunismo, sobre anarquismo, sobre marxismo y leninismo. Y, sobre todo, define que, al contrario de su familia, votante y militante de un partido de derecha tradicional, su forma de pensar tiene más que ver con el movimiento obrero y las luchas populares.
Sigue vendiendo flores y, a su forma de pensar a la naturaleza, le suma una manera de entender la vida: siempre en comunidad. Pepe es un adolescente que defiende las causas de los trabajadores y habla —con una facilidad que parece presagio— de la solidaridad como valor supremo.
Es por esa época que su madre le presenta a Enrique Erro, un diputado del Partido Nacional que se corría de la política tradicional y defendía los derechos de los obreros. Pepe se dice de izquierda, pero empatiza con las ideas y las formas de Erro y se suma a su militancia.
Un año después, todo cambia. Mujica viaja, como parte del equipo de Erro —que, tras el triunfo del herrerismo, fue designado como ministro de Trabajo— a Cuba y, después, a la Unión Soviética. En La Habana conoce a un pueblo en medio de la efervescencia de una revolución. En la URSS, se encuentra con un Estado socialista de más de cuatro décadas.
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Hay una parte de esta historia que es más conocida. A mediados de los 60, militantes del Partido Socialista, desencantados del poder político junto a dirigentes sindicales, campesinos, estudiantes y jóvenes de clase media y clase media baja, se unen, primero para hablar sobre el futuro del Uruguay, después, para pensar en una revolución: los movimientos sindicales, estudiantiles y obreros marchan, protestan y hacen huelgas y el gobierno responde. La violencia parece estar, todo el tiempo, a punto de reventarlo todo.
De esa forma surge el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN), un movimiento guerrillero que empieza a utilizar la lucha armada para cambiar el rumbo del país.
Dicen que no hay otra alternativa, que para que algo cambie la acción tiene que ser radical. Y así empiezan a organizar distintas operaciones para lograr lo que quieren —”Algunos salvar al obrero de la explotación capitalista, otros, salvar a la patria del imperialismo”, escribe el periodista Mauricio Rabufetti en el libro José Mujica. La revolución tranquila (Aguilar; 2014) —: roban armas, toman ciudades, asaltan comercios, casas o camiones, pasan a la clandestinidad, cargan con secuestros y asesinatos, los que pueden se exilian, otros mueren y los otros, finalmente, son atrapados y encarcelados.
Mujica, un hombre de 37 años que está dispuesto a sacrificarlo todo por sus ideas, es uno de ellos. Pasa a la clandestinidad, cambia de nombre —elige llamarse Facundo, por el guerrillero argentino Facundo Quiroga— conoce a Lucía Topolansky, también guerrillera, y se enamora. Una tarde de 1970, después de planear el robo a una mansión de empresarios para conseguir fondos y continuar con la guerrilla, mientras brinda con sus compañeros en un bar del barrio La blanqueada, de Montevideo, la policía lo encuentra, lo acorrala y, en el piso, le da seis balazos. Sobrevive. Va preso y se escapa. En 1972 vuelven a atraparlo. Un año después, en junio de 1973, el presidente Juan María Bordaberry disuelve el parlamento y los militares toman el poder.
La dictadura durará hasta 1985. Él estará preso 12 años. Será torturado, física y psicológicamente, pero resistirá: no querrá que todo haya sido en vano.
Después, cuando los años pasen y la vida siga, la sombra del pasado lo seguirá siempre, aunque él insista en dejarlo atrás. Habrá quienes lo condenen. Habrá quienes lo enaltezcan.
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El 22 de noviembre de 2009, José Mujica, que salió en libertad con el regreso de la democracia, que pidió un préstamo junto a Lucía Topolansky para comprarse una chacra afuera de Montevideo, que participó en la formación del MPP dentro del Frente Amplio, que fue diputado, senador y ministro durante el gobierno de Tabaré Vázquez, es elegido presidente de la República en un balotaje en el que le gana a Luis Alberto Lacalle con el 52 por ciento de los votos.
El 1 de marzo de 2010 asume como presidente del Uruguay. La primera decisión que toma es la de seguir viviendo en su chacra. Se refiere a la política como instrumento para cambiarle la vida a la gente y no para enriquecerse. Dona el 70 por ciento de su sueldo para la fabricación de viviendas en barrios carenciados de la capital. Sigue andando en su Fusca celeste, sigue cuidando las flores de su jardín. No cambia su manera de vestirse ni de comportarse, rechaza por completo cualquier protocolo. Recibe críticas por eso. Y, aunque carga con la memoria de la violencia de su tiempo, elige hablar de la naturaleza, de la solidaridad, de la libertad, de la comunidad, del futuro.
Se transforma en una estrella: periodistas de todo el mundo viajan a Uruguay para conocerlo, para ver cómo vive, para saber si es cierto que tiene una perra, Manuela, con tres patas; se fascinan con las cosas que les dice —”si tengo casa chica y tengo poco, son pocas las cosas de las que me tengo que preocupar”; “la vida es hermosa, con todas sus peripecias, yo amo la vida”—.
Lo nominan al Premio Nobel de la Paz; lo invitan a hablar en foros y en conferencias y en una asamblea de las Naciones Unidas, donde dice, entre muchas otras cosas, esto:
—No miro hacia atrás porque el hoy real nació en las cenizas fértiles del ayer. Por el contrario, no vivo para cobrar cuentas o reverberar recuerdos. Me angustia, y de qué manera, el porvenir que no veré, y por el que me comprometo. Sí, es posible un mundo con una humanidad mejor, pero tal vez hoy la primera tarea sea cuidar la vida. Pero soy del sur y vengo del sur, a esta asamblea, cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres, en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas, en los socavones, de la América Latina, patria común que se está haciendo.
Hacia adentro, dice Mauro Casas, politólogo, el de Mujica es un gobierno absolutamente normal, sin demasiados destaques.
“Con aciertos y errores, con problemas de corrupción, pero con un saldo general positivo, los indicadores de empleo, pobreza y crecimiento económico son positivos, tiene algunos logros a nivel de agenda de derechos, como la legalización del aborto y del matrimonio igualitario, y algunos temas internacionales relevantes y después, como todo, reformas postergadas y fallidas”.
Gerardo Caetano, historiador y politólogo, coordinador del libro José Mujica. Otros mundos posibles (Planeta, 2024), dice que a Mujica no le gusta mandar y que la gestión no es lo suyo.
“Dicen que su gabinete ministerial es un ‘tambo’ pero que en él se dan las discusiones más profundas, que a veces son tierra abonada para decisiones difíciles. Sin duda que su gobierno tiene varios fracasos: varios de sus “buques insignias” (el puerto de aguas profundas para el Mercosur en las costas de Rocha, la regasificadora para encontrar en la región una ecuación energética viable, etc.) no logran zarpar, aunque sus políticas siempre tienen el norte de la redistribución y la suerte de los más desfavorecidos. En esas definiciones primeras se asientan sus aciertos, favorecidos por un contexto internacional favorable”.
Una de las principales críticas a su gobierno fue que, mientras Uruguay creció económicamente favorecido por el contexto internacional, no fue capaz de hacer mejoras significativas en salud, educación o seguridad. La gestión de Mujica dividió (y aún divide) las aguas en Uruguay. Sin embargo, los aciertos de Mujica, hoy, tienen que ver con otra cosa, con otra dimensión.
Mauro Casas lo sintetiza así: “Mujica conecta con buena parte de la sociedad, conecta con mucha más gente de la que lo vota, y esa es una diferencia importante que marca, es un referente en términos éticos, morales o al menos de discusión pública. A veces habla para los militantes convencidos y a veces, a la sociedad en general, y cuando lo hace encuentra terreno fértil para ser respetado y escuchado por personas que no son ni votantes de la izquierda ni pertenecen socioculturalmente al mundo de la izquierda. Ese creo que es el gran valor que ha tenido Mujica como político, su capacidad de hablarle a los otros”.
Acto 3: mañana
En 2020, en plena pandemia de Covid -19, Mujica se retiró del Senado. En un discurso en el que agradeció y recordó, dijo:
—El odio es fuego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye. Yo tengo mi buena cantidad de defectos, soy pasional, pero en mi jardín hace décadas que no cultivo el odio, porque aprendí una dura lección que me impuso la vida, que el odio termina estupidizando, nos hace perder objetividad (…) Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae (…) Hay un tiempo para llegar y hay un tiempo para irse. Y ahora tengo que despedirme.
Y sin embargo, no se ha ido, no se fue.
Quienes lo conocen, quienes lo acompañan, quienes lo militan, dicen que es difícil pensar en un tiempo sin él. Que Uruguay no será el mismo sin su irreverencia, sin sus absolutas convicciones, sin su militancia, sin sus pausas. Que en un momento sin referencias, con él se irá el último intelectual de nuestra época, el último hombre al que todos, en el encuentro o en el desencuentro, escuchan, uno de los últimos políticos de unas generaciones que fueron las protagonistas del Uruguay democrático —Danilo Astori, Tabaré Vázquez, Luis Alberto Lacalle, Jorge Batlle, Julio María Sanguinetti—. Dicen que sí, que claro, que es inevitable, que habrá un futuro sin él, el mismo en el que tanto pensó. Dicen que sí, que claro, que habrá un Uruguay sin su presencia. Dicen que será desolador. Dicen que, ese día, pensarán en su legado, en sus ideas, en sus flores y en sus árboles, en sus contradicciones, en sus aciertos, en su deseo de libertad, en sus utopías. Y entonces seguirán.
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Como el 19 de junio, hoy, sábado 19 de octubre a las tres de la tarde, todo se repite: los carros de choripanes y de tortafritas, los puestos que venden juguetes —autitos de plástico, linternas de colores, muñequitos en paracaídas, burbujeros—, los parlantes, las banderas, los globos.
Es el acto de cierre de campaña por las elecciones nacionales de la lista 609, pero, esta vez, a diferencia de lo que hicieron aquella noche el teatro El Galpón, armaron una movida grande, que genere ruido.
Es en la plaza 1° de Mayo, al lado del Palacio Legislativo. Montaron un escenario enorme, con luces, amplificadores de sonido. Y arman una fiesta: tocan ocho músicos y bandas de todos los géneros, de todos los ritmos — hay murga, plena, folklore, cumbia—.
Es una tarde de primavera que parece de verano. Cuando el sol se oculta en el Río de la Plata, la plaza está que desborda de gente. Las banderas del Frente Amplio resaltan entre la multitud. Primero hablan Blanca Rodríguez, Alejandro Sánchez, Lucía Topolanski. Por último entra al escenario Yamandú Orsi.
Desde el anuncio de Blanca Rodríguez al MPP, Mujica estuvo en su casa. Cada tanto, Topolanski hablaba con los medios, daba actualizaciones sobre la salud de su marido como si fuesen partes médicos. Decía que Pepe estaba bien, pero débil, que no podía alimentarse por sí mismo, que tres veces al día le colocaban una sonda para pasarle comida.
No estaba prevista su presencia hoy, y sin embargo, en algún momento, sin ningún aviso, Topolanski anuncia:
—El último ciclista llegó y está acá.
Mujica entra al escenario caminando. Está más flaco que la última vez que se mostró en público. Tiene el rostro como si cargara mil años en él. Se sienta despacio. Agarra el micrófono. Dice:
—Les pido un minuto del corazón. Es la primera vez en los últimos 40 años que no participo en una campaña electoral. Y lo hago porque estoy peleando con la muerte, porque estoy al final del partido, absolutamente convencido y consciente, pero tenía que venir hoy, acá, por lo que simbolizan ustedes, porque tengo fresco en mi retina, la primera mateada con 20, 20 y pico, en la Teja hace 40 años, y ahora me encuentro con una multitud. Soy un anciano que está muy cerca de emprender la retirada de donde no se vuelve, pero soy feliz, porque están ustedes. Porque cuando mis brazos se vayan, habrá miles de brazos sustituyendo la lucha. Toda mi vida dije que los mejores dirigentes son los que dejan una barra que los superan con ventaja. Y hoy están ustedes.
La gente hace un silencio de iglesia. Cada tanto alguien grita, pero el grito es con cuidado, como si no quisieran romper nada, perturbar nada. Algunos lloran con el desconsuelo de una despedida. Mujica se pone de pie.
—Hoy vine a agradecerles de corazón. (…) Gracias por existir. Hasta siempre.
Crónica, una antología sobre Latinoamérica, publicada por la editorial Camino de Noruega.
*Periodista. Trabaja en el diario El País de Uruguay. Pasó de escribir reseñas de teatro a publicar y editar en la Revista Domingo. Ha sido docente, publicó dos libros — uruguayas rebeldes 1 y 2— y escribió la obra de teatro Toska. **ARTE. Es directora del Centro Cultural Reconquista. Desde chica pinta en grandes y pequeños formatos. Su producción está fuertemente ligada a los movimientos sociales y comunitarios en el conurbano. Fuente Revista Anfibia https://www.revistaanfibia.com/
www.prensared.org.ar