“El ataque a la investigación afecta nuestro futuro cultural” 

Ex rector de la Universidad Arturo Jauretche, el sociólogo Ernesto Villanueva es un referente en educación superior. En esta entrevista analiza el desdén del gobierno hacia la universidad pública.

Por Daniel Víctor Sosa*

Las universidades estatales continúan en una situación de emergencia. ¿Cómo evalúa la decisión del gobierno nacional de quitarles recursos presupuestarios? 

–Recordemos lo que dijo el ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, en una conferencia que dio en Estados Unidos: lo principal es debilitar económicamente a los adversarios. Entonces este gobierno primero trata de ahogar al sistema universitario público en su funcionamiento. En ese sentido, la UBA tuvo una actitud extraordinaria mostrando que no podían andar los ascensores, que había que cortar la luz. Ahí el gobierno retrocedió y se puso al día con los gastos de funcionamiento de las universidades, que oscilan entre el 5 y el 15 por ciento del presupuesto, mientras no cedió en el tema salarial.

–En ese sentido, se aplicó a la educación superior el mismo criterio que con el resto de los empleados públicos.

–Lo cierto es que hay una situación de agonía, quizá más lenta, no tan fuerte como planteaba al principio el gobierno nacional, pero agonía al fin. Se busca desfinanciar a los trabajadores universitarios de modo tal que haya menos compromiso con la universidad,

–El deterioro de la economía también afecta a las privadas, porque las familias tienen menos recursos para el pago de los aranceles por la educación de sus hijos.

–El gobierno nacional se plantea un esquema clasista de dos grandes sectores: los ricos y los pobres. Y las principales afectadas son las clases medias. Sobre todo las clases medias reaccionarias que llevan a sus hijos a las universidades privadas y hoy sufren las dificultades del proceso económico.

– ¿Cabe esperar que el impacto sufrido por las universidades este año sea momentáneo y dé lugar a una cierta recuperación el año próximo?

–Creo que es un tema más complejo. Va a tardar más. No es solo la cuestión de las partidas presupuestarias. A eso hay que agregar el ataque feroz del gobierno al mundo de la investigación, un área que requiere dinamismo. Está claro que no todos los estudios son geniales ni todos los investigadores van a ser premios Nobel. Ahora, ¿para qué sirve la investigación? Para crear un clima de disconformidad con lo dado, con lo que se enseña. Es una búsqueda de nuevos caminos, que a veces culmina en algo importante y otras veces no. Eso permite corregir y hacer cambios de fondo.

– ¿El gobierno no entiende ese proceso?

–Lo que hace es atacar muchísimo al tema de la investigación, lo pone en cuestión, piensa que no sirve, que hay que privatizar organismos que han sido extraordinarios para la Argentina. Eso provoca un efecto deletéreo para la educación superior y en general para el futuro cultural de nuestro país.

–Desde el gobierno no ocultan que quieren destruir al Estado y en el caso de las universidades públicas se habla de un malgasto de los recursos.

–Podemos ver cuánto se gasta por alumno en la Argentina en relación con Brasil o México; mucho menos. Por lo tanto, el estudiante argentino le sale muy barato al Estado nacional y a los argentinos que pagan impuestos, en relación con lo que ocurre en otros lados. En respuesta a esto, la derecha dice: calculemos el presupuesto por egresado.

– ¿Es válida esa medición?

–Aquí tenemos una trampita, porque en el país hay un nivel de deserción muy grande. El tránsito de un joven por la universidad, ¿sirve solo si obtiene un título final o sirve también si ha cursado tres o cuatro años? Yo creo esto último. El título sirve en algunas disciplinas, para abogados, médicos, contadores. Pero en muchas disciplinas es secundario, lo que importa es la capacidad, lo que sepa esa persona.

–Comparados con otros países, ¿estamos perdiendo terreno en materia de oferta de servicios de calidad educativa?

–Esa es una debilidad del sistema. Si uno ve el promedio de países como Brasil y México, nosotros estamos muy bien. Ahora si observamos la experiencia de punta, de vanguardia, estamos terceros. La Argentina tiene un bagaje importante. Pero en otros países hay una experiencia muy fuerte de innovación, de creación de conocimiento, y en la Argentina estamos un poco más quedados. Son aspectos en los que tenemos que mejorar sustantivamente. Por eso atacar al mundo de la investigación y el desarrollo científico es pegar en la línea de flotación, no de las universidades sino de la Argentina.

Correcciones 

–En los últimos años se expandió el sistema universitario público, pero también el privado. ¿Es una faceta de la contraposición de visiones sobre el país, un reflejo de lo que suele designarse como “batalla cultural”?

–No se puede afirmar que haya universidades encuadradas en dos tipos de visiones o modelos. Lo que se ve en el ámbito privado es una escisión importante, sobre todo entre las universidades católicas, evangélicas o de otras religiones, por un lado, y las otras, que son producto de empresarios en el mundo de la educación. Además, las privadas tienen existencia solamente en algunas grandes ciudades, mientras que las nacionales están distribuidas en todo el país. El crecimiento reciente de las universidades privadas tuvo que ver muchas veces con cierta flexibilidad. Particularmente en relación con la enseñanza virtual, que se ha potenciado mucho con la pandemia.

– ¿Está en crisis el sistema universitario argentino? ¿Diría que necesita cambios importantes? En todo caso, ¿ese es el rumbo que propone el gobierno nacional, o se corre el riesgo de una redefinición regresiva, como ocurre en otras áreas?

–Hasta la llegada del actual gobierno nacional el sistema universitario tenía, y sigue teniendo, un conjunto de características muy positivas. No hay una confrontación fuerte entre las entidades del sector público y del privado, ni un contraste importante debido a las distintas posiciones políticas. No es que no haya diferencias, pero prima mucho la temática corporativa, propia de las universidades.

– ¿Cómo es la relación entre las instituciones de educación superior?

–En este terreno es mucho más importante saber la antigüedad, el tamaño o la ubicación geográfica de una universidad, que el signo político al cual adhiere el rector. Cuando uno observa las diferencias entre el CRUP (Consejo de Rectores de Universidades Privadas) y el CIN (Consejo Interuniversitario Nacional) estos tres temas son los centrales. Desde luego, entre las privadas están las que tienen más interés ideológico en la transmisión de contenidos y las que son meramente privadas. De todos modos, esta situación básica permitió en los últimos años la discusión, desde adentro mismo del sistema universitario, sobre algunas correcciones que se creyó necesario modificar. Lo cual ocurrió en el marco del Consejo de Universidades, donde participan el CRUP, el CIN, el Consejo Federal de Educación (los ministros de la Nación y las provincias).

– ¿En qué aspectos hay coincidencias sobre la necesidad de correcciones?

–El CIN planteó avances en varios temas. El sistema de créditos, la duración de las carreras, el reconocimiento de los títulos. También el fortalecimiento en la articulación interinstitucional y promover la flexibilización curricular, garantizando la calidad en las carreras y la adaptación a la era digital. Lo problemático es que cuando llegó este gobierno lo primero que hizo fue frenar esos cambios, algo insólito. Ahora, con la gran movilización de protesta en abril, esa postura se flexibilizó un poco y se le pidió al CRUP que se avance en aquellos puntos en los que está de acuerdo, como el de los créditos.

–Según su experiencia, ¿con esas modificaciones se conseguirá una situación superadora?

–El mundo universitario argentino tiene un conjunto de déficits, por supuesto. Incluso el mejor sistema tiene que mejorarse. El nuestro, a mi juicio, tiene problemas en la duración de las carreras, en el desgranamiento de los estudiantes. Esos aspectos son clave. Además, encontramos la cuestión de convertir las innovaciones en patentes, de cierto aislamiento en relación con otros sectores de la sociedad. Pero partimos de un sistema bastante sano. Por eso logró esa movilización con un nivel de representatividad y de prestigio que no tienen otros sectores de la sociedad.

Ver el mundo desde acá 

–Hasta hace poco, usted fue rector de la Universidad Arturo Jauretche, así nombrada en homenaje al emblemático pensador fallecido medio siglo atrás. ¿Es posible rescatar enseñanzas suyas para este momento?

–Primero destaco que conocí a don Arturo. Fui secretario general de la UBA en 1973 y al año siguiente estuve unos meses a cargo del Rectorado, mientras Jauretche era presidente de Eudeba (Editorial Universitaria de Buenos Aires). Era un hombre de un ingenio impresionante, de unas salidas muy simpáticas y muy profundas, buscando siempre una perspectiva propia. ¿Qué nos pide Jauretche? Que veamos el mundo desde acá, preguntarnos si tal o cual problema es esencial para nosotros, para la Argentina, para la Patria Grande. Otras enseñanzas son el tema de la alegría, de aprender de la oligarquía, el suicidio de las clases medias. Pero el tema de la perspectiva es fundamental. En ese sentido, la universidad tiene que estar al servicio del pueblo, de la mejora de los argentinos, no del equilibrio fiscal, de la tasa de interés o del Fondo Monetario. Hagamos carreras que nos sirvan a los argentinos.

–Jauretche tenía además una particular lectura de la historia nacional.

–Si hay algo que me preocupa es el olvido de la historia argentina. El predominio del neoliberalismo hace que parezca que todo ha empezado hace quince minutos. Un pueblo que no sabe de dónde viene tampoco va a saber hacia dónde va. La ahistoricidad que hoy prima en la cultura argentina es un tema grave. Tenemos una diputada nacional (la libertaria Lourdes Arrieta) que dijo que no sabía quién era (el represor condenado Alfredo) Astiz porque ella nació en 1993. Es como decir: qué me importa lo que pasó antes. Entonces no existen más San Martín, Belgrano. Esa visión de borrar el pasado es monstruosa para nuestro futuro.

–En el terreno político y pensando en la oposición al gobierno actual, ¿cuáles serían las posibles vías de recuperación de los espacios de gestión perdidos?

–La propuesta de cambio nuestra, de Unión por la Patria, está muy diluida, tenemos que revisarla y proponerla a nuestro pueblo, no solo en términos racionales, sino también emocionales. Eso hoy todavía no aparece, cuando es un elemento central. Se ve más el proceso táctico que el estratégico. Las internas, las ambiciones personales, son secundarias.

–Lo emocional ha sido muy fuerte como motor de las luchas populares en épocas anteriores.

–A mí me duele, por ejemplo, cómo no hacemos hincapié en las Malvinas, nos olvidamos. Hablamos de la hidrovía y no del río Paraná. Parecería que todo lo que es del interés del extranjero es más importante que nuestro propio interés. Eso en el corto plazo puede ser interesante pero en el mediano plazo es un suicidio. No solo para los sectores populares, también para parte de los que detentan el poder económico y que hoy apoyan al gobierno mientras pierden posiciones como empresas.

– ¿El peronismo volverá a reinventarse y recuperar el poder?

–El peronismo ha dejado de significar lo alternativo, la construcción de una Argentina más justa, y en muchos sentidos ha tendido a convertirse en el partido del orden, de la tranquilidad, y eso es una gran debilidad. El conjunto del movimiento nacional y popular tiene que recuperar las banderas originales. No está tan claro hoy que propongamos beneficiar a los más humildes.

*Periodista y escritor. Ha sido prosecretario de redacción de la Agencia de noticias Télam (2004 –  2023).  Fuente Caras y Caretas La revista de la patria, dirigida por Felipe Pigna. https://carasycaretas.org.ar/  

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