El caso judicial de robo de bebes durante la dictadura argentina de Videla que hizo caer las leyes de impunidad llega a España en formato de crónica. Claudia Poblete Hlaczik protagoniza un libro escrito por el periodista Federico Bianchini en el que relata la ardua lucha de las Abuelas de la Plaza de Mayo.
Por Guillermo Martínez*
El shock que te persigue no es óbice para que todo el mundo hable de ti, todos quieren saber de ti. No eres Mercedes Landa, como habías creído siempre. La justicia argentina te acaba de hacer ver que quienes creías que eran tus padres, tan sólo son tus apropiadores.
Él se llama Ceferino Landa; ella, Mercedes Moreira, y son dos cómplices del robo de bebés que se dio en la Argentina tras el golpe de Estado de Videla. Tus padres, tus verdaderos padres, militantes de Montoneros primero y torturados después tras su detención el 28 de noviembre de 1978, desaparecidos todavía, son José Poblete y Gertrudis Hlaczik. Eres Claudia Victoria Poblete Hlaczik.
Claudia saltó a los confines de la Historia porque su caso judicial permitió echar por tierra las llamadas Leyes de la impunidad. Quisieron hacer como si no hubiera pasado nada, pero eso era imposible. La gente seguía recordando, buscando, sufriendo, llorando. La gente seguía viviendo para continuar la lucha. Tu nombre no es tu nombre. Historia de una identidad robada en la dictadura argentina (Libros del KO, 2023) es la fantástica crónica recién publicada y escrita por Federico Bianchini, periodista de Buenos Aires, que relata este proceso judicial.
Todo surgió de la idea de hacer un podcast, pero la información que Claudia aportaba a Bianchini era demasiada como para poder condensarla en pocos minutos. Tomó la decisión de convertir la historia en una crónica, pero el plan también se disparató. “Es una historia con muchas aristas y muy compleja que se puede abordar desde distintos lugares, así que decidí convertirla en libro”, afirma el autor.
El gran esfuerzo de síntesis que este periodista porteño ha realizado es ímprobo. Sólo tenía una premisa en la cabeza: qué es lo mínimo que puedo contar para que la historia se entienda de la mejor forma posible. De ahí que su elección del ritmo, pasajes, testimonios y apuntes históricos se adecuen entre ellos para sublimar el resultado. El resultado que es, ni más ni menos, la historia de Claudia.
El dolor toma forma en Claudia
En su antiguo documento de identidad figuraba que había nacido el 13 de junio de 1978. Era mentira. Su madre, Gertrudis Haczlik, dio a luz el 25 de marzo de 1978. Ella, junto a su marido, José Poblete, engrosan la lista de las 30.000 víctimas directas, entre desaparecidos y asesinados, que se calcula que hubo durante los siete años que duró la última dictadura argentina, desde marzo de 1976 hasta diciembre de 1983.
“A cuarenta años de la vuelta de la democracia en la Argentina, la dictadura no sólo sigue presente en la memoria, sino también en algunos cuerpos”, recuerda Bianchini en su relato.
Cuerpos que cartografiaron los 800 lugares que operaron como centros clandestinos de detención durante la dictadura.
Cuerpos como los de Gertrudis y José, que llegaron al Olimpo, el centro de detención al oeste de la Ciudad de Buenos Aires y que estuvo activo desde agosto de 1978 hasta enero de 1979, y en el que les arrebataron a su hija a los tres días de su entrada. Durante seis meses, por él pasaron unas 500 personas. Solo sobrevivieron entre 80 y 90 de ellas.
“Sin relato, la historia se diluye”, afirma el escritor en su obra. No le falta razón, y las Abuelas de la Plaza de Mayo lo saben bien. Ellas, incansables, siguen buscando a los 300 bebés que todavía están por encontrar y que ahora tendrán entre 40 y 45 años. Ya han ubicado a 133, y cada uno de ellos es una gota de fuerza en este mar de esperanza y tormento.
Romper el silencio, derribar el telón
Las Abuelas de la Plaza de Mayo, decíamos, conscientes de la importancia del relato, no dejan que éste muera, o desaparezca. Simplemente, lo crean. El libro de Bianchini cuenta con ello, y un capítulo está dedicado a los testimonios que familiares, amigos y compañeros de militancia de los padres de Claudia realizan a unas cintas de casete que se entregan a cada nieto restituido, para que sepa cómo eran sus verdaderos padres.
En cambio, siempre quedaba un hueco en blanco: “Narrar la desaparición es como intentar describir un silencio. Se puede saber lo que sucedió antes del secuestro a partir de los testimonios de quienes conocían a esa persona, pero luego la historia se interrumpe: hay un espacio ausente, como el cuerpo de la víctima”.
Además, un manto metálico de terror arropaba a una sociedad enclaustrada en sí misma. “En aquella época, en las ciudades, en los barrios y los pueblos argentinos, la negación de lo que ocurría se extendía como una sutil capa de neblina. La negación, en algunos casos, iba asociada al miedo, y el miedo, a veces, parece nublar la vista”, cuenta el escritor en su crónica. Y en esa búsqueda, tres palabras sonaban como los palazos que se dan al ahuecar la tierra para enterrar un cuerpo: “Pero nadie, nada, nunca”.
El silencio acompañó la vida de Claudia hasta que con 20 años la justicia argentina le abrió los ojos. Ella siempre dijo que tenía una leve sospecha, desde niña, de que sus padres no eran sus padres. En la calle le decían que iba con su abuela, en lugar de con su madre, y los padres de sus compañeros de clase eran mucho más jóvenes que los suyos. “Había algo ahí que sólo se podía mantener por el silencio que la rodeaba”, reflexiona Bianchini. En realidad, sus apropiadores crearon para ella un espacio hermético, cerrado, una fuerte estrategia para que Claudia no supiera la verdad en una suerte de engaño artesanal, prolijo y continuo.
La verdad que tranquiliza
Bianchini, en un momento dado, pensó en entrevistar a la apropiadora de Claudia, la que fue su supuesta madre durante dos décadas. “El libro es un recorrido emocional por la vida de una persona, y el punto de vista emocional está más cercano al de Claudia. Quise mantenerlo en todo momento”, dice al respecto.
En el mismo libro recoge que “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Claudia, más adelante, dirá que “hay algo en la verdad que es tranquilizador”, aunque siempre quede un poso de incertidumbre respecto a sus verdaderos padres, de quienes algunos testimonios dicen que fueron drogados y tirados al mar en los “vuelos de la muerte”.
El autor de la obra también se para a pensar cómo el ser humano es capaz de aferrarse a la mínima sospecha por seguir en pie: “Una cosa es que tus padres estén desaparecidos y convencerte de algo que te dicen, y otra poderlo ver y comprobar. Si ves por la calle a una persona que se les parece, la sigues por si acaso. Eso es lo más siniestro de la figura del desaparecido, no poder cerrar los procesos de luto”.
Contradicciones en la justicia ya resueltas
Al menos se hizo justicia, pero no fue nada fácil. El caso paradigmático del robo de Claudia y la tortura y desaparición de sus padres hizo caer las leyes de impunidad. Llegó un momento en que la justicia se percató de tamaña incongruencia: las excepciones de las leyes permitían perseguir a los sospechosos de la apropiación de la bebé, pero no procesar a las mismas personas por secuestro, torturas y desaparición de sus padres, un delito este último con una condena mayor que el primero.
En junio de 2005 la Corte Suprema Argentina resolvió la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad. Así se pudieron juzgar a militares, policías y civiles que participaron en la represión. Desde aquel 2005 hasta los 17 años siguientes, Argentina ha dictado 294 sentencias por crímenes de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado y ha condenado a 1.117 personas.
Desaparecidos, pero vivos
Ceferino Landa, antes de morir, le dijo a la hija que nunca fue su hija que lo que él había hecho había sido “un sacrificio”. Para él, haber criado durante 20 años a Claudia tan sólo formaba parte de un tétrico plan que pasaba por hacerse con la descendencia de lo que los militares consideraban el enemigo. Así, podrían cambiar la mentalidad y conjunto de creencias de las nuevas generaciones.
No lo consiguieron. José Poblete y Gertrudis Hlaczik siguen desaparecidos, pero vivos mientras la memoria les siga recordando como lo que fueron: una pareja de jóvenes opositores a la dictadura de Videla que dieron su vida por la libertad.
* Autor, redaccion@lamarea.com| Fuente La Marea https://www.lamarea.com/ Foto principal: Buscarita Roa y Claudia Poblete. Crédito Abuelas de Plaza de Mayo. Imagen ilustrativa, parte de la cubierta del libro.
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