A contrapelo de la historia, luchar vaciando las calles

Somos un pueblo pobre, con hambre, sed, frío y descalzo; no podemos darle ni siquiera un respiro a esos niños de mirada rota, a esas madres de platos vacíos, a los viejos de sueños heridos; es el nuestro el país incendiado que se muerde los errores cometidos; no el que nos devuelve aquel imaginario emancipatorio tantas veces recreado sin éxito. En este momento donde se nos mueren y enferman los nacidos en la misma tierra que ustedes y yo, hay que dejar de lado las intrigas palaciegas, la pulseada indigna por el voto esquivo. La patria es un incendio viral.

Por Néstor Perez*

La tragedia se extiende ante nosotros como un rumor malintencionado, como una mancha tóxica en el agua pura de un estanque. Es hora de saber qué clase de pueblo somos anta la adversidad que nos cayó encima. Los muertos de la pandemia no son variables estadísticas, son el dolor penetrante de los nuestros.

Cuando todo lo que hoy vivimos como un giro trágico en nuestras vidas haya quedado atrás, deberemos volver a la refriega por las ideas; con fiereza, con los dientes apretados; porque no todos queremos construir el mismo país; no es verdad que con unión nacional daremos con el destino venturoso que creemos nos aguarda en algún pliegue del futuro. Una premisa tan huérfana de respaldo histórico solo puede ser lanzada por quien pisotee deliberadamente la mejor tradición política nacional. Esa frase de presumida concordia horizontal, un slogan vacío y mendaz, solo puede ser discurso en boca de un sujeto fingido como Mauricio Macri.

No nos da lo mismo construir un horizonte despejado de pesares con cualquier herramienta; diseñar la carta de navegación del barco con bandera pirata, o marcar los límites precisos de nuestra dignidad nacional; no compartimos desabrigar al maltrecho para que mejoren los manjares de las mesas bien servidas.

No nos da lo mismo la usura financiera que financiar la producción; no nos puede dar lo mismo Sarmiento que el Chacho Peñaloza, Manuel Ugarte que Leopoldo Lugones; pero sucede que nos engañan con esa falsa opción de armonía; es parte del conflicto que entraña definir el rumbo de la nación. Hay un pensamiento que en su pretendida homogeneidad pretende barrer con los antagonismos; el cronista, por el contrario, los cree más necesarios que nunca antes, en una tierra polvorienta como la nuestra; si fuese un vergel nada de lo dicho tendría sentido.

Sumo a este razonamiento a quien ha dado letra a Cristina Fernández para construir sus enemigos. Chantal Mouffe, autora de “El Retorno de la Política”, dice en “La Paradoja Democrática” al respecto del “pluralismo extremo”: “Lo que este tipo de pluralismo pasa por alto es la dimensión de lo político. Las relaciones de poder y los antagonismos resultan borrados y nos quedamos con la característica ilusión liberal de un pluralismo sin antagonismos (…) Negar el carácter ineliminable del antagonismo y proponerse la obtención de un consenso universal racional tal es la auténtica amenaza para la democracia”. Con la cita me desmarco de la ingenuidad que el lector me podría atribuir.

Somos un pueblo pobre, con hambre, sed, frío y descalzo; no podemos darle ni siquiera un respiro a esos niños de mirada rota, a esas madres de platos vacíos, a los viejos de sueños heridos; es el nuestro el país incendiado que se muerde los errores cometidos; no el que nos devuelve aquel imaginario emancipatorio tantas veces recreado sin éxito. En este momento donde se nos mueren y enferman los nacidos en la misma tierra que ustedes y yo, hay que dejar de lado las intrigas palaciegas, la pulseada indigna por el voto esquivo. La patria es un incendio viral; la vida se esfuma entre las manos ingrávidas y recelosas de médicos y enfermeras devastados por el esfuerzo; y los especuladores de siempre aún piensan en poner el pié para que tropiecen los contendientes, a ver quién saca mayor ventaja del dolor ajeno.

Tenés preferencias políticas. Yo también. Bien por nosotros, la apatía por los negocios públicos no es atributo sino claudicación. Pero hoy no importan demasiado tus ideas o las mías. Hay que pelearle a la peste que nos azota, que nos discute cada espacio, allí donde se alimenta de seres humanos. Debemos dejar las calles para otro momento, hoy nos tenemos que hacer sentir por la ausencia. Es casi un oxímoron político: luchar dejando vacíos. Porque el sistema sanitario colapsa, los médicos y enfermeras están desfallecientes; esta es una guerra que nos enfrenta a nuestras propias miserias, y por ello se vuelve tan despiadada.

Hoy no es tiempo de disputar. Porque nadie de nosotros saldrá ileso, todos habremos perdido a alguien cuando suene la campana del final; cualquiera de nosotros puede ser el que, asfixiado, clame por oxígeno en una dependencia sanitaria en harapos. Es un deber inexcusable anticiparse al colapso total como si ya se hubiese abierto la panza de la nave que nos destinara su carga mortal.

Aún en la guerra abierta se abre la pausa para que cada bando recoja a sus muertos; los sectores que piden a gritos por sus derechos a seguir en funciones comerciales deben entender que el mundo entero ha caído bajo el peso de una tragedia inesperada y luctuosa; y que, hasta el momento, no parece haber mejor reacción ante ella que desconectar la economía, arrebatándole a la peste su presa más deseada, cada hombre, mujer y niño con identidad argentina, fronteras adentro.

Estas fatigas que nos descomponen tendrán sentido si son colectivas; al individualismo de los sujetos sin doctrina se los tragará el abismo de su propia vileza. Es este momento. Es esta la hora.

  • Periodista. Artículo publicado en la página www.nestorperez.com.ar