Vuelos de la muerte| Lección para negacionistas

Un documental reconstruye las historias que marcaron un antes y un después en los vuelos de la muerte.

Por Juan Manuel Mannarino*

La temprana revelación la dio Rodolfo Walsh. En la célebre Carta Abierta a la Junta Militar, a un año del golpe, escribió: “Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, ‘con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles’ según su autopsia”.

Floreal Negrito Avellaneda era un adolescente cuando fue secuestrado. Con el tiempo, se convirtió en la víctima más joven de los vuelos de la muerte. En la madrugada del 15 de abril de 1976 un grupo de tareas asaltó el hogar de los Avellaneda en busca de su madre Iris y de Floreal, papá del Negrito, que alcanzó a escapar por los techos. El cuerpo de Floreal apareció en la costa uruguaya el 14 de mayo de 1976, día en que hubiera cumplido 16 años. Lo encontraron junto a otros siete cuerpos, dentro de una bolsa negra. El suyo quedó depositado en un nicho del cementerio de esa capital pero luego desapareció, probablemente como una maniobra del Plan Cóndor. Nada se supo sobre el destino final de sus restos.

Se comprobó que los represores lo empalaron antes de tirarlo al Río de la Plata. En la morgue lo fotografiaron y el tatuaje con las iniciales FA sirvió para identificarlo. En el medio, los forenses uruguayos certificaron que el chico había sufrido un cruel martirio: en Uruguay fue noticia pública desde un primer momento. Iris pasó dos años en Devoto y testificó en el Juicio a las Juntas. Hoy sigue presidiendo la Liga Argentina por los Derechos Humanos, desde donde buscar revertir las prisiones domiciliarias de sus verdugos. Por su caso familiar, condenaron, en dos juicios diversos, primero a los represores de alto mando Santiago Omar Riveros, Fernando Verplaetsen y Osvaldo García, y luego a segundas y terceras líneas, como Raúl Horacio Harsich, César Fragni y Alberto Aneto. El itinerario del infierno incluyó desde que lo sacaron de su casa, lo detuvieron ilegalmente, lo torturaron y finalmente lo arrojaron a las aguas abiertas.

Con investigación de Eduardo Anguita y Daniel Cecchini, producción de Zoe Hochbaum, la colaboración de la especialista María Laura Guembe y guión de Gustavo Gersberg, Nicolás Gil Lavedra –hijo de Ricardo, uno de los jueces del Juicio a las Juntas– tomó el caso testigo de Floreal Avellaneda y fue reconstruyendo el hilo de las historias que marcaron un antes y un después en los vuelos de la muerte en el impactante documental Traslados, de reciente estreno en cines argentinos. “Ubicamos la acción en los dos espacios que concentraron las víctimas de los vuelos, como la ESMA y Campo de Mayo. Casi no hay sobrevivientes de los vuelos. Uno de los pocos es Adolfo Pérez Esquivel, a quien subieron a un avión y después de una hora y media de dar vueltas lo bajaron y ahí lo llevaron a la Unidad 9 de La Plata. Por eso en el relato fue importante ir a los testimonios, como cuando aparecen las hijas de Azucena Villaflor y Esther Ballestrino de Careaga”, cuenta Nicolás en diálogo con este medio.

El vuelo de la muerte más emblemático, en efecto, fue el de la Santa Cruz. En 1977, la Iglesia de la Santa Cruz de la Ciudad de Buenos Aires fue el núcleo donde se reunió un grupo de familiares que buscaban a sus desaparecidos. Un oficial de la Marina, Alfredo Astiz, se presentó en la iglesia con el nombre falso de Gustavo Niño y dijo tener un hermano desaparecido. Los familiares lo apodaron El Ángel Rubio y ponderaron cuando las defendió, poniendo el cuerpo como un héroe, en una represión policial en la plaza. Entre el 8 y el 10 de diciembre, mientras preparaban una solicitada para que saliera en los diarios de mayor tirada, el Grupo de Tareas de la ESMA secuestró a diez familiares y a dos religiosas francesas que colaboraban con ellos. Astiz, el mismo que ahora apareció en el fondo de la foto de la visita de los diputados libertarios en la cárcel, había besado en la mejilla a cada uno para marcarlos durante el operativo de secuestro.

Traslados recorre ese abanico temporal: entre diciembre de 1977 y enero de 1978, en las costas de San Bernardo y Santa Teresita, fueron encontrados siete cuerpos que se enterraron como NN en el cementerio de General Lavalle. Muchos años después, en 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) los exhumó y mediante análisis de ADN corroboró la identidad de Esther Ballestrino de Careaga. Fue la primera pista: todos los cuerpos pertenecían al grupo de familiares de la Santa Cruz. El hallazgo fue la primera prueba científica de los “vuelos de la muerte”, según narra el integrante de la EAAF Carlos Maco Somigliana en el documental, y los restos fueron enterrados en la Iglesia de la Santa Cruz el 25 de julio de 2005. “Las madres volvieron con el mar”, suelta, en uno de las partes más conmovedoras, la hija de Azucena Villaflor.

Sobrio y a la vez intrigante, el film arma las piezas del rompecabezas en un ir y venir de la dictadura a la democracia, narrando la siniestra perfección del método –con los perpetradores dosificando las dosis para dormir a los detenidos, maniatados de pies y manos, vendados y engañados con subirse al avión para una supuesta liberación en una finca patagónica–, los primeros hallazgos judiciales y testimonios que patearon el tablero como la aparición de Adolfo Scilingo en 1995, en la primera ruptura total del pacto de silencio, cuando reveló a Horacio Verbitsky que los prisioneros en la ESMA habían sido arrojados vivos al mar por orden de las autoridades superiores de la Armada.

Con una detallada selección del material de archivo, Gil Lavedra cruza con buen ritmo –sobre todo, cuando no ambiciona dar un hilo demasiado cronológico, de cabezas parlantes y ya abordado en decenas de documentales sobre la dictadura– lo que sucedía al interior de los centros clandestinos de detención, a través de las voces de Miriam Lewin y Martín Gras, con el devenir de los expedientes, donde aparecen Pablo Llonto y Daniel Rafecas, hasta llegar a las primeras condenas a los pilotos, en 2017 y en el marco de la megacausa ESMA, tras la investigación pionera Destino final, de Lewin y el fotógrafo Giancarlo Ceraudo. Allí todo se remontaba al 14 de diciembre de 1977, cuando el avión Skyvan PA-51 de la Prefectura despegó desde el Aeroparque Jorge Newbery para arrojar macabramente a varios cuerpos en las aguas del mar argentino y llega a las pericias de Enrique Piñeyro sobre la planilla de vuelos y la autenticidad de la aeronave, que se solidificarían como prueba judicial por el trabajo de la Procuraduría de Crímenes de Lesa Humanidad.

“Desde hace largo tiempo que tenía ganas de meterme con estas historias, nunca había hecho un documental. Conocía los libros de Verbitsky y de Lewin, y era un desafío darle una construcción audiovisual. Eran piezas aisladas que fuimos reuniendo en un contexto donde crecieron los discursos negacionistas y de odio, por lo que lo situamos como un documental imprescindible para estos tiempos. Y con la repugnante visita de los legisladores de Milei a los represores, con más razón aún”, agrega Gil Lavedra. Su documental dura una hora y media y, además de encumbrar palabras como las de los conscriptos, testigos clave para la develación completa del horror, incluye el uso de dramatizaciones que agilizan y dan cercanía a los dramas que pululan bajo los miles de cuerpos que restan aparecer.

 

*Periodista y licenciado en Comunicación Social por la UNLP. También ha estudiado el Profesorado de Historia. Escribe y colabora como freelance en varios medios. Su crónica “Marché contra mi padre genocida”, publicada en Anfibia, recibió numerosos premios. Fuente: El Cohete a la luna https://www.elcohetealaluna.com/portal dirigido por Horacio Verbitsky.

www.prensared.org.ar