Una sociedad enferma     

El título puede referir a una comunidad que no está en sus cabales, o que enferma a quienes la componen. Libre albedrío e interpretación. Lo que no podemos soslayar es la crueldad y el odio que habitan hoy en nuestro país, y que anida en el ideario del partido gobernante, al que adhiere una parte importante de nuestros conciudadanos.

Por Graciela Pedraza*

“Si algo significa la libertad, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. La cita es de George Orwell. Me pliego a ella.

Es inexorable reflexionar sobre lo que nos sucede como sociedad, en este momento crucial no solo regresivo, sino de una violencia impelida por el gobierno y tolerada por la comunidad. No se explica de otro modo el regocijo que se observa respecto a los despidos laborales, el ahogo de comedores populares, la negativa a comprar manuales para las escuelas públicas, la desaparición de organismos culturales, el hacha sobre el Conicet y, sobre todo, la adhesión a un comportamiento grosero y repugnante de la máxima autoridad de la Argentina.

Ocurre aquí, pero también sucede fuera de la Argentina, basta echar una mirada hacia arriba y abajo en el mapa para horrorizarnos ante las tremendas matanzas y genocidios que se cometen ante los ojos del mundo entero. Un mundo de espectadores imperturbables y de hipócritas mandamases. Con las excepciones debidas, claro está.

Hablemos entonces de sociedades bastardeadas, empobrecidas culturalmente, anuladas en su sentido crítico, usando clichés de la tele para evitarse el trabajo de un análisis sensato, propio, fundado en certezas. En definitiva, una sociedad en gran parte haragana de pensamiento y, en cuanto el bolsillo lo permite, hedonista.

Existe, por supuesto, el verbo bastardear, del que se valen los gobernantes para convertirnos precisamente en eso, ciudadanos ilegítimos, ‘fuera de’, plebeyos con derechos nominales pero no formales. La mayoría de la sociedad convalidó esta propuesta en las últimas elecciones, pese a las advertencias con las que el candidato -hoy presidente- fustigaba desde las tribunas preparadas por los monopolios mediáticos. Una sarta de vulgaridades, insultos, amenazas y agravios han caído a diario sobre una ciudadanía que las ha aceptado casi, casi, como merecidas. Y eso se llama indignidad: vileza, abyección, ruindad.

Algunos empiezan a percatarse de esta cuesta abajo, otros siguen bancando humillaciones y orines, extorsiones y escupitajos. ¿Cómo puede tolerar un congresista ser tildado de rata sin activar una demanda? O al menos preguntar: ‘usted señor presidente, ¿se refiere a ratas de albañal, a las domésticas o a las que aparecen en los dibujos animados?’. Las burlas a los propios integrantes del equipo, la falta de respeto o de sentido común, capean a sus anchas en medio de una mediocridad patética. Legisladores incluidos.

El poder y la deshonra

Crédito Agencia Nova.

¿Por qué, quienes no compartimos el ‘ideario’ de LLA (¿existe tal cosa?) debemos tolerar a un presidente intolerante?, ¿por qué aguantar sus descalificaciones groseras, propias de una persona que se enfurece si alguien lo contradice o piensa distinto? ¿por qué soportar a un funcionario que entre alimentar a un niño o a los perros, opta por los últimos? ¿No parece acaso una de esas historias extravagantes y perversas de reyes o emperadores africanos o europeos -por caso Leopoldo de Bélgica, ex dueño del Congo con esclavos incluidos-?

Hay una palabra hermosa que se llama dignidad. Más, quizás, que la tan meneada libertad, que es preciosa con la panza llena pero hueca si te convierten en un paria. Y dignidad tiene que ver con el conocimiento pleno de lo que somos como personas, como ciudadanos, y también como país, que ha perdido el rumbo de manera tan estrepitosa, que hoy somos aliados de los que traicionaron a Malvinas, y enemigos de los países latinoamericanos que nos apoyaron siempre en los foros internacionales (este 25 de abril, Argentina se sumó al bloqueo impuesto a Cuba por los EEUU). Más podredumbre imposible.

Dignidad deberían demostrar también muchos periodistas, agarrando los libros de historia -de otras materias también- para oxigenarse la cabeza de una vez por todas y comprender de dónde venimos y hacia dónde nos llevan. Irrita la falta de preguntas incisivas ante el pestilente show diario de Manuel Adorni; ¿acaso tienen miedo de inquirir sobre la verdadera naturaleza de la casta? ¿de qué casta hablamos? ¿por qué la motosierra no ha tocado ningún imperio económico, billeteras abultadas, blanqueadores de trata y narcotráfico? ¿Cretinismo o ignorancia?

Porque, retomando a Orwell, si la gente no quiere oír, los periodistas tenemos la obligación moral de gritar una y otra vez, cada día, hasta que quienes aún sostienen a este gobierno, se sumen a los millones y millones que desde enero salimos a la calle para evitar que nos pulvericen. Por dignidad.

El presidente de México no entiende cómo pudimos elegir semejante presidente; la mitad de los argentinos, tampoco.

PD: Por primera vez en su historia, la Feria del Libro de Buenos Aires abrió sin la presencia del presidente. La inteligencia tiene límites, la ignorancia no.

*Periodista. Agencia Prensared. Imagen ilustrativa EFE.

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