Sebastián Soulier: “No hay día que no extrañe a mis padres”

Este miércoles en le marco de la Causa Diedrich declararon cuatro testigos. En modo presencial lo hicieron Sebastián Soulier y Norma Julia Soulier. Por videoconferencia, Jorge Arias y María Livia Cuello quienes denunciaron que Julio César Aráoz les pidió cinco nombres a cambio de información sobre Miguel Ángel Arias víctima del terrorismo de estado. El abogado Claudio Orosz pidió que la justicia investigue.

Por Katy García*

En la tercera jornada del décimo segundo juicio por crímenes de lesa humanidad que se desarrolla en Córdoba, declararon cuatro testigos en el marco del expediente Diedrich que  investiga tres hechos. En modo presencial lo hicieron   Norma Julia Soulier y Sebastián Soulier, y de manera remota Jorge Arias y María Livia Cuello. El Tribunal receptó los testimonios en ese orden.

Los hechos que se ventilan en el Tribunal Oral Federal N° 1 (TOF1) fueron planificados, diseñados  y ejecutados por el área 311 cuyo jefe máximo fue el multicondenado Luciano Benjamín Menéndez (fallecido). Están imputados 18 exmiembros del ejército y la policía por privación ilegítima de la libertad agravada, imposición de tormentos agravados y homicidio calificado en concurso real.

La primera en declarar fue  Norma Julia Soulier. Tenía 15 años,  cuando secuestraron, torturaron y desaparecieron a sus dos hermanos Luis Soulier Guillén y Juan Carlos Soulier Guillén, y a su cuñada  Adriana María Ríos Seco, militantes de la agrupación Fuerzan Armadas de la Liberación (Fal – 22 de Agosto).  Contó cómo sucedieron los hechos  y cómo recibieron a  Sebastián, hijo de Juan Carlos y Adriana, de apenas cinco meses, secuestrado con sus padres el 15 de agosto de 1976 y entregado al otro día.

Luego lo hizo su sobrino quien expuso cómo fue su infancia cuando no se podía decir que “eras hijo de  desaparecidos” y la más común de las respuestas era “fallecieron en un accidente automovilístico”. A los 10 años, un tío segundo lo sentó y le dijo: “tenés que saber que tus padres  no van a volver más, porque los mataron”.  Después se fortaleció junto a niños y niñas que atravesaban la misma  historia en el Taller Julio Cortázar y despues militó en H.I.J.O.S.

A 30 años del Golpe pudieron conocer cuál fue el destino final de sus familiares a través de la sobreviviente Ana Iliovich quien dio a conocer un listado con los  nombres de personas que estuvieron en La Perla y fueron asesinados y desaparecidos.

Otra familia diezmada  

Luis Soulier estaba casado, cursaba ciencias médicas y trabajaba como preceptor en el Colegio Nuestra Señora de Loreto. Además era delegado del sindicato de docentes de establecimientos privados. Julia contó que lo venían persiguiendo desde marzo en su lugar de trabajo.  Un hombre rubio, con vaqueros y mocasines marrones, engominado y peinado para atrás, andaba preguntando por él. Con el tiempo pudo reconocerlo a través fotos. Era Emilio César Anadón titular del Regimiento de Inteligencia 141,  colaborador directo de Menéndez, el mismo que realizó con un grupo de policías tres allanamientos en la casa paterna. La primera vez “Bajaron con palas, cavaron en el patio y dieron con la tapa del pozo negro”, recordó.  Volvieron dos veces más  y repitieron el mismo procedimiento sin ningún resultado.  No solo eso. Le robaron cadenas, y dijes de oro que le habían regalado cuando cumplió los 15. Lo buscaban a “ese gremialista de mierda que se juntaba con Tosco” y que había  viajado a San Juan al velatorio de  Juan José Varas masacrado junto a  Atilio López  en Buenos Aires por las Tres A.

Cuando  secuestraron a Juan Carlos,  a su esposa Adriana, y al hijo de ambos Sebastián; su padre, Freddi Soulier,  fue al domicilio, golpeó la puerta, y lo estaban esperando. “Lo ataron por la espalda y lo llevaron en su camioneta, vendado” a la Central de policía, que funcionaba  en el Cabildo. Al ingresar “apareció el comisario de guardia y le dijo que no se hiciera problema. Que estaba “retenido” y que les dijera a sus hijos que se presentaran así se ahorraban problemas. Estuvo parado 24 hs. En dos oportunidades, se acercó el comisario pidiendo la dirección de un familiar. Se negó y lo golpearon así que tuvo que dar el de su hermana.

El paquete

El 16 de agosto, se encontraba en la casa de la tía Yolanda cuando a eso de las 22 tocan el timbre. Miró  por la ventana y luego salió a la vereda y observaó  que unos militares  le entregaban a su tía  “un paquete”. Reconoció de inmediato la colcha y el colchoncito y vio a su tía que lloraba mientras lo descubría. Ahí estaba su sobrino con una carta de Adriana para su madre donde le decía que cuide  a su bebé. La carta fue rota.

“Sebastián fue secuestrado, llevado a un centro clandestino de detención y torturado física y psicológicamente. Llegó en estado de shock profundo. Con la piel arrugada, lastimada por el contacto del orín. Lo mismo que las articulaciones, llagadas. Usaba pañales de tela y bombacha de goma. La planta de los pies moradas. No pude darle la mamadera porque no la recibía”, evocó, la testigo. Cuando le quitaron la ropa y  le sacaron los escarpines vieron que tenía los pies inflamados y que no se distinguían los deditos. Fue ahí que “entendí lo que le estaba pasando”.

Cerca de la medianoche regresó  su madre después de  recorrer las comisarías buscando el paradero de los familiares. Le comentan que quienes trajeron al niño se movilizaban en la camioneta del padre. Ahí mismo se volvió al Cabildo donde le informaron que “estaba retenido”.   Ella siguió con su sobrino en brazos. A la madrugada, empezó a llorar y recién tomó la mamadera  “y ahí me dormí sentada en una silla con él”.  Al otro día lo curaron con cremas.

Aprovechando que era 17 de agosto y había un desfile en la Plaza San Martín se mezclaron con la gente en la plaza. A  su padre lo dejaron libre a las 11,  encontraron la camioneta cerca de la calle Independencia. Su estado era deplorable.

La extorsión

Al mes y medio volvieron. Fue el inicio de otra etapa: la extorsión disfrazada de mentira. Le pedían dinero “para los chicos” que estaban bien, alojados en un lugar “reformándolos”.  Vendieron unos terrenos en Icho Cruz, cuatro departamentos, y perdieron la cuenta bancaria. Prácticamente en la ruina les dijeron que no había más plata. La respuesta fue que “no se olviden que tenían  una hija”. Los extorsionadores no volvieron pero la familia quedó atrapada en un clima del terror. “Hasta que esto pasó era una adolescente feliz, estudiaba guitarra y francés”, dijo Julia, quien trabaja actualmente en el sitio de memoria La Perla. Nunca  retomó aquéllas actividades.

En su extenso y detallado relato contó que sus padres recorrieron iglesias, presentaron hábeas corpus y denuncias ante la  Conadep y se unieron a la Asociación de Familiares de detenidos y desaparecidos por razones políticas.

En 2008 se contactó con la familia de Miguel Ángel Arias más conocido como Coqui con quien mantuvo una relación afectiva en aquella época. Ahí se enteró por medio de su hermano Jorge Arias que fue secuestrado y desaparecido. También le contó que se habían conectado a través de terceros con Cesar “Chiche” Araoz para obtener información sobre su hermano y que les había respondido que si pero que a cambio le dieran cinco nombres de otros chicos compañeros de militancia.

Aferrarse a la vida

“Nunca bajamos los brazos y todo lo que hicimos fue infructuoso. Nos dedicamos a criar a nuestros sobrinos que  fueron el motivo por lo que nos aferramos la vida”, señaló. Habló del dolor de sus padres que murieron afrontando enfermedades graves y con ingresos mínimos sin haber logrado encontrar los restos “para darles una cristiana sepultura”.

Cuando se cumplieron 30 años, cuenta, pudieron saber cuál fue el destino final a través de la sobreviviente Ana Iliovich quien memorizaba los nombres de los detenidos en La Perla y cuando iba a su casa los fines de semana los anotaba en un cuaderno.

Julia se despidió con un mensaje esperanzador y comprometido con la búsqueda que “seguirá de generación en generación para que los 30 mil desaparecidos estén presentes”.

Sebastián Soulier: No fue en vano lo que hicimos

“Viví mi infancia criado en la casa de mis abuelos paternos que no sé de donde sacaban fortaleza para criarme a mí y a mis dos primos. Porque Estela –la esposa de Luis-, trabajaba. La búsqueda de mis abuelos fue increíble tanto paternos como maternos”, afirmó y recordó los trámites que realizaron ante el Ministerio del Interior – cuyos originales  aún conserva-y los recorridos por las cárceles de todo el país, y los pedidos ante (Eduardo César) Angeloz y el Arzobispo  Primatesta que no fueron respondidos.

“Tengo recuerdos de mis abuelos varones, ensimismados, tristes, con una carga muy grande. El que tiene hijos y piensa en una situación como esa … es para volverse locos. Años y años buscando a sus hijos, nuera, y sumado a episodios muy duros como la extorsión económica. Yo era chico y esos señores iban a pedirles plata para cuidarlos; le sacaron todo lo que tenían”, reflexionó. Respecto a sus propias vivencias dijo que “No era fácil decir que tus padres estaban desaparecidos. Aun sabiendo, inventaba cosas. Viajes, que vivían en otro lado…”.

No van a volver

Cuando tenía unos 10 años “un primo de mi papá me sentó y me dijo: tenés que saber que tus padres  no van a volver más porque los mataron.  Ahí  empecé a tomar conciencia…pero así y todo cada vez que sonaba la puerta corría y me imaginaba que eran ellos los que volvían”, dice, al borde del llanto.

Repasó los tiempos de impunidad desde el comienzo de la democracia hasta el indulto de Menem. Rescató la experiencia militante en H.I.J.O.S y en el Taller Julio Cortázar donde compartió “con hermanos y hermanas que conozco en esa organización, los hermanos de la vida, los que la dictadura me quitó”.  Recordó los escraches como forma de lucha para que los crímenes  no quedaran impunes. “Cada vez que pudimos nos presentamos a la justicia. Jamás venganza. Estábamos prendidos de las viejas que comenzaron a marchar, aprendimos a ser perseverantes, a militar sonriendo. A exigirle  al estado”, manifestó, y nombró a los familiares que marchaban los jueves en la Plaza San Martín  de quienes recibieron los pañuelos blancos  para seguir la lucha.

“En ese tiempo me reencontré con la militancia de mis padres y tíos. Estoy orgulloso de eso. Soy militante político y lo entiendo como una forma de cambiar la sociedad”, añadió. También evocó el día en que Néstor Kirchner hace entrega del predio a los Organismos de derechos humanos. “Entré a ese lugar por donde pasaron mis padres y cerca de dos mil personas (…) Ese lugar habla,  dice cosas, hay presencia de los que pasaron, de los que no están, de los que mataron. En ese momento me fue imposible no asociar a mis padres y tío”.

Sobre el final  expresó que “los juicios son importantes éste y los que sucedieron porque son una manera de marcar hitos y decir Nunca Más para siempre”. Consideró que en lo personal y social son reparadores. Pero  “No llego solo aquí. Estoy sentado con muchísimos compañeros y compañeras amigos y amigas” aunque los juicios llegaron tarde y muchos de los imputados gozaron de libertad y no llegaron a juicio.

“Mis cuatro  abuelos murieron sin encontrar justicia. Y así y todo reparan. No fue en vano lo que hicimos. Les sirve a mis hijas,  a mis tíos, a mis primos,  a los compañeros d emis padres, y a los compañeros de militancia. La ausencia es grande y no hay día que no extrañe a mis padres. Que no los haya necesitado para hacerles preguntas, consultarlos, pelearnos (…)  Es una ausencia para mis hijas que crecieron sin el cariño de sus abuelos, sin poder jugar con ellos, la ausencia que sufrió  mi tía que perdió a sus hermanos y amigos”. Pero hay presencias, agrega, que están “En  los gestos, en los relatos, en las fotos, en los ojos de mi hija que tiene los ojos de mi mamá. Y en mí, que soy parecido a mi padre y me dicen Negro, igual que a él”.

Afirmó que “la batalla contra el olvido y el silencio en buena medida la hemos  ganado” porque se transformó en un reclamo de toda la sociedad.

Antes de retirarse reveló que al ingresar a la Torre de Tribunales pensaba que “iba a estar nervioso. Pero no. Entré tranquilo. Y me voy del mismo modo, sonriente. Voy a poder abrazar a mis hijas, darles un beso y  compartir la certeza que tengo: que nosotros somos la alegría y la vida porque hemos batallado contra la muerte y la tristeza”. Si hay algo que puedo enseñarles es eso.  Porque es necesario tener una sociedad más justa “donde los derechos no sean para algunos sino para todos”.

Jorge Arias: “A mi viejo le pidieron cinco  nombres para saber de mi hermano”

Tras un cuarto intermedio declararon por videoconferencia Jorge Arias y Beba Cuello. El 29 de junio de 1976, Miguel Ángel Arias (19), estudiante de historia en la UNC, empleado de Juncadella y militante  de Fal 22 fue secuestrado de su domicilio. Permanece desaparecido. En ese marco declararon el hermano y su madre por videoconferencia.

Jorge Arias tenía 12 años y compartía la habitación con su hermano. Esa noche se despertó porque  abrieron la puerta violentamente. Un grupo de uniformados había ingresado porque su otro hermano estaba en la cocina, en la planta baja, y lo amenazaron con un arma.

“Me despierto sobresaltado y veo gente que ingresa y quise seguir durmiendo. Me pegan en la cabeza y lo despiertan a mi hermano y le dicen cámbiate que nos vamos”. En ese momento vio de reojo a un hombre rubio, petiso y medio gordo que muchos años después reconoció como el comisario (Raúl Pedro ) Telleldín.

Mientras su hermano preguntaba qué pasaba  escuchó que rompían una sábana. Cuando se van “levanto la persiana que daba al  oeste y  entra mi papá y vemos la cama destendida con la sabana rota. Bajamos,  y mi padre  decidió presentar  la denuncia. Mi mamá tenía una camioneta y cuando la va a sacar la goma estaba desinflada”. Superado este problema, se dirigen a la comisaría de barrio Balcarce y no les toman la denuncia. Se van al Comando Radioeléctrico ubicado en la calle Mariano Moreno “y nos encontramos con unos policías que estaban comiendo asado, bailando y poniendo música. Se burlaban de mi viejo, de su desesperación. No le dieron ninguna repuesta. Volvimos a casa. Estábamos asustados no sabíamos  de qué se trataba”, evocó Jorge.

Luego siguió la búsqueda, presentando hábeas corpus y denuncias ante el Arzobispado. Pese a que su padre era militar retirado no logró obtener información fidedigna. Una vez le dijeron que “estaba bien, pero  que no hablaba ni comía”.

En 1977,  se contactaron con el dirigente del Partido Justicialista de Córdoba Julio César “Chiche” Aráoz para que les brindara alguna información. “A mi viejo le pidieron cinco  nombres para saber de mi hermano” y volvieron destruidos, llorando y resolvieron que no lo considerarían porque “querían mirar de frente a su hijo”. La respuesta fue clara: “Bueno, olvídense de su hijo” y les recordó que tenían otros dos hijos.

Tarde, pero llega

Hace 44 años que no saben nada hasta ahora que se abre una ventana con el desarrollo de este juicio.  “Mi viejo se fue sin saber qué  pasó con mi hermano. Hoy en día, la justicia llega tarde. Pero llega. Lo buscamos con mi mama que tiene 91 años. No hay día que no nos acordemos de mi hermano. Recién estaba con mis hijas y les contaba anécdotas. La dictadura le cortó la vida a mi hermano”, expresó. Tampoco le fue fácil seguir como  alumno del colegio Loreto “Nos sentíamos un sapo de otro pozo”. No obstante se siente orgulloso de que el establecimiento  homenajeara a los estudiantes desaparecidos.

Jorge era un niño.  “El más chico el más mimado… fue duro y traumático. Triste por ver a mis padres sufrir. Nos miraban como sapo de otro pozo. Y eso es lo que valoramos de las Madres, la fuerza. Yo la acompañaba a las marchas”, evaluó, sobre el final.

Destacó que “Tocaba la guitarra y le gustaba la política” y supo por los amigos que en el secundario participaba en una organización y que daba charlas en barrios carenciados. Nombró a Horacio Sosa y Walter Grahovac como amigos cercanos a Coqui.  Más adelante anheló que los imputados “Tengan la grandeza de decir porqué lo hicieron y dónde están los restos. Ellos, tienen esta posibilidad que no le dieron a mi hermano. Por lo menos, saber algo. No hay rencor ni odio, queremos saber la verdad y que haya justicia”.

El abogado querellante Claudio Orosz dijo en declaraciones a Radio Universidad que solicitó que se investigue el accionar y la eventual responsabilidad de Aráoz en crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura cívico militar en Córdoba. Pidió que se corra vista al Ministerio Público Fiscal para que se analice la conducta del nombrado.

María Livia Cuello: Cada vez más triste

La Madre de Coqui tiene 91 años. Es la última en testimoniar. La pantalla muestra cuando se sienta con su pañuelo blanco de Madre de Plaza de Mayo. Beba, como se la conoce, evoca la noche en que su hijo fue secuestrado.  “Siento que me alumbran y me tocan el pecho; estaban encapuchados creo que dos  o tres  hombres y me dicen: no se mueva. Y se llevaron a mi hijo, estudioso, caritativo”.

Lo retrató en una anécdota cuando lo acompañó a barrio Guiñazú a ver un partido de fútbol. “Hacía frío y había un chico con frío. Se sacó el pullover nuevo y se lo dio. Ése era él. Los domingos se juntaban con dos chicos más, compraban medialunas y frutas y las repartían en barrios carenciados”. Habló de su infancia, de los juegos con sus hermanos, y contó que a los cuatro  años  leía y estudiaba guitarra, y que fue medalla de oro y plata en el Colegio Loreto. Se mostró orgullosa por la placa que  puso el colegio en memoria de las víctimas.

“Nunca pensé que me iba a pasar esto con mi hijo, un  sufrimiento que llevo  durante 44 años. Que iban a entrar a mi casa,  y asustar a los otros chicos. Hablé con varias personas y nadie sabía nada. Solo quería saber qué hicieron con él. Quisiera saber dónde está  para llevarle una flor o rezarle un ave maría y terminar con este calvario. Es todo lo que tengo que decir”, expresó. Y agregó que “Son mentiras que el tiempo borra, estoy cada vez más triste, más dolorida. Y ojalá que se pueda saber dónde están”.

La próxima audiencia se llevará a cabo el  1° de octubre próximo a partir de las 10.

*Prensared| Fotografía Mercedes Ferreyra

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