La segunda entrega de la investigación realizada por el filósofo italiano da cuenta del rol de las mujeres en la organización criminal que nació en Calabria y se expandió por otros lugares. “‘Ndrangheta es sinónimo de violencia, business y poder”, afirma. Testimonios de mujeres que transgredieron las normas del clan. Los códigos, la cultura patriarcal, el sometimiento y la violencia sexual. (La Parte I abordó el caso de Dolores Etchevehere.
Por Rocco Carbone*
II . Arrepentimientos
Arrepentirse en las famiglie de ‘ndrangheta no es una decisión que se tome a la ligera porque empezar a colaborar con el Estado significa traicionar a padres, hermanos, parientes y esa colaboración es mucho más onerosa que denunciar a otros con quienes se han mantenido sólo relaciones de negocios.
Las mujeres de ‘ndrangheta que al rebelarse rompieron el pacto de silencio, de poder y violencia de los clanes, y que se convirtieron en colaboradoras de la justicia italiana, proveyeron a la historia de la antimafia una cantidad de detalles desconocidos de esa organización criminal y fragmentos de esa cultura que mantiene unida esa estructura criminal internacional. ‘Ndrangheta es sinónimo de violencia, business y poder, ya no está ubicada en Calabria, ni sólo en Italia, ni en los lugares que fueron receptores de las migraciones italianas, sino que hace pie en todos aquellos lugares donde puede hacer negocios (legales e ilegales) y elige especialmente aquellos países cuyas normas jurídicas son laxas por lo que concierne a las codificaciones de los delitos mafiosos.
Esas mujeres develaron sus roles y funciones en el ámbito de la criminalidad mafiosa pero también en los negocios de las familias y sus circuitos nacionales e internacionales, acuerdos políticos, el orden doméstico y criminal que los capobastoni aplican a su descendencia “díscola”, a los nietos que muestran desinterés hacia las actividades del crimine. Por medio del testimonio de una colaboradora de justicia, descubrimos que el día del bautismo de su primer hijo que se llamaba como el abuelo paterno (un capobastone), este se presentó a la ceremonia con un regalo: una pistola Beretta.
El sentido inmediato de ese gesto consistía en fomentar en el recién nacido la actividad criminal y, sobre todo, sembrar la semilla de “sistema pedagógico”: dotarlo de “armas materiales y culturales” mafiosas, evidentemente contrarias a las exigencias emotivas de cualquier menor. Un muchacho como ese puede llamarse Nicola y convertirse a los once años (en 2015) en un mafioso del clan Bellocco de Rosarno, con plena conciencia. Ya en ese entonces se ocupaba de extorsionar, empaquetar droga, traficarla y ya sabía usar muy bien su Beretta (1).
En este contexto, traicionar tiene muchas declinaciones. Puede querer decir transformase en colaboradora de justicia o “arrepentida”, según el léxico ‘ndranghetista. O enamorarse: de un hombre ajeno a la famiglia, emergente que implica quebrar la moral sexoafectiva del clan, ligada a la esfera del “honor”. Es lo que le sucedió a “Alba”, una mujer de identidad reservada, colaboradora de la justicia italiana. Su familia la amenazó de muerte porque venía teniendo una relación afectiva (no sexual) con un hombre que había conocido en Facebook.
En términos generales podemos decir que las redes sociales a menudo son la única ventana al mundo para las mujeres más jóvenes de ‘ndrangheta, obligadas a existir recluidas dentro de las paredes físicas y simbólicas del patriarcado mafioso de las famiglie. Alba había establecido ese lazo social-virtual cuando su marido, primogénito de un capobastone, se encontraba preso por delitos de mafia.
A partir de ese momento para su famiglia (hijxs inclusive) se transformó en una “puttana”. Entró a formar parte de un programa de protección que la llevó lejos de Calabria -juntos a sus dos hijos: un nene y una adolescente- en donde empezó una nueva vida. Y por eso mismo se salvó de un “homicidio de honor”, que muy probablemente habría ejecutado su propio hermano a partir de una solicitud del suegro. En las “reglas del código de honor es el padre que debe matar a la hija”, dice Maria Stefanelli (Lauricella, p. 52); o: las mujeres de ‘ndrangheta “saben desde niñas que el hombre que llaman papá, el que les dio la vida, tiene también el poder de sacártela” (p. 68).
Con la detención de su marido, Alba asumió un rol activo en la familia mafiosa. Se volvió nexo entre su marido -“yo era cosa de él”, “expresaba la voluntad de mi marido” (Lauricella, p. 132 y p. 130) y el clan. Se convirtió en una especie de intermediaria, llevaba lo que en dialecto se llaman “mmasciate”, “ambasciate” en italiano: mensajes orales con instrucciones para llevar a cabo negocios o disponer acciones violentas. La versión de Alba puede ponerse en diálogo con aquella de un colaborador de justicia referida a la esposa de su jefe preso: ella venía y decía “sigan matando y nosotros seguíamos matando […]. Nosotros no es que respetamos a la señora tal o cual, sino que la respetamos por lo que representa. Nosotros estamos asociados con el señor tal o cual, él está detenido y la esposa nos viene a decir:
– Miren que mi marido ha dicho que ustedes deben seguir haciendo esto, etc. Y nosotros lo hacíamos por obediencia en relación a ese jefe” (Siebert, p. 23). Es la historia de una mujer que había asumido la regencia del clan, no como en el caso de Alba, a quien se le había asignado una función menor. El poder en la ‘ndrangheta lo tienen aquellos que logran hacerse obedecer. Y este mecanismo es doble porque implica obediencia hacia uno y reconocimiento de los otrxs. Si una mujer logra dar órdenes en una estructura mafiosa es porque, en principio, ha sido legitimada por un hombre: padre, marido, pareja, hermano o hijo. Generalmente, ese poder es limitado en el tiempo. Una mujer se “activa” porque el hombre del cual depende –y a quien le reconoce obediencia– ha sido encarcelado.
La historia de violencia de Alba es parecida aunque menos cruenta que la de Maria Concetta “Cetta” Cacciola (2), del clan homónimo de Rosarno, emparentado con el clan Bellocco. En 2011 tenía treinta años, tres hijos y el marido preso por asociación mafiosa. Su propia famiglia la redujo a un estado de semiesclavitud, de secuestro permanente, pues no podía salir con sus amigas, ni de paseo, ni siquiera el 8 de marzo, el día internacional de los derechos de la mujer –conocido en Italia como Festa della donna. Hasta que Cetta se enamoró de Pasquale a través de Facebook.
Cuando el padre y el hermano se enteraron, la golpearon hasta quebrarle una costilla. Le prohibieron ver a un médico. El contrapunto de privaciones y violencias y el amor por Pasquale la instaron a volverse colaboradora de justicia y de ese modo incriminó a su propia familia y al clan Bellocco. El programa de protección del Estado italiano la sacó de Calabria y desde Genova volvió a contactarse con Pasquale: “Si vuelvo a mi casa te pierdo. Mi familia no perdona el honor y la dignidad y yo mancillé ambas cosas. Pero hasta el último aliento yo te amaré. Buenas noches mi amor” (Lauricella, p. 75) (3). Pero sus hijxs habían quedado en Calabria y decidió volver.
Su familia la obligó a retractarse. Frente a un abogado declaró que su denuncia había sido producto de su imaginación y que en realidad tanto los Bellocco como los Cacciola eran ajenos al crimen organizado, que estaba psicótica y por eso tomaba psicofármacos. El 20 de agosto de 2011, estando en su casa, Cetta fue obligada por miembros de su familia a tomar ácido muriático y murió en el hospital de Polistena (Reggio Calabria). Este es el homicidio de honor (4).
Respecto de sus “arrepentidxs”, la ‘ndrangheta tiene la capacidad de contactarlxs incluso fuera de Calabria. En algunos casos puede llegar a matarlxs aún estando bajo la tutela del Estado –es el caso de Cetta–, pero sabe apelar también a estrategias más sofisticadas. Una de las más frecuentes para que se arrepientan de su arrepentimiento consiste en recurrir a la amenaza de algún miembro del círculo íntimo del/la colaborador/a. Otra, nada infrecuente, es ofrecerles grandes sumas de dinero con vistas a que reviertan sus declaraciones.
Esta situación -con las mediaciones del caso porque no se presentó frente a la justicia sino frente a un periodista– parecería ser la de Mariano Macri. Luego de haberse juntado con Santiago O’Donnell para “confesar” secretos de su famiglia y distintas maniobras políticas y de negocios de su hermano Mauricio, se arrepintió de haberse arrepentido.
Otras mujeres “traicionaron” y empezaron a colaborar por las violencias simbólicas y sexuales sufridas a mano de algún capobastone. Es la historia de Maria Stefanelli, componente de una familia ‘ndranghetista ubicada ya no en Calabria sino en Liguria, una región noroccidental de Italia. Fue violada por el tío paterno –Antonino Stefanelli– el día de su primera menstruación. Luego “se le hizo una costumbre venir a buscarme a la salida de la escuela, para aprovecharse de mí. Me llevaba al campo y me llenaba de golpes para que no me moviera y obedeciera. Volvía a casa llena de moretones, cojeando, y mi madre no decía nada” (Lauricella, p. 44).
En la cultura ‘ndranghetista-patriarcal no es raro que las mujeres sufran violencia sexual. Violencia que puede llevarlas a alejarse del mundo mafioso. Es la historia de Rita Di Giovine, del clan homónimo de Reggio Calabria. Frente al Tribunal de Milano en mayo de 1996 contó cómo su padre había golpeado gravemente a su madre estando embarazada y cómo ella misma había sido víctima de “violencia desde la edad de siete años hasta la edad de diecinueve años […] fui malamente violada un día sí y otro no… hasta que quedé embarazada […] tuve un hijo […] lloraba como una desesperada, hasta me hizo [la madre] pegar por su hijo [el hermano] diciendo que la puta era yo, tenía sólo siete años. […] Para mí caer presa fue una salvación” (Claire Longrigg, L’altra metà della mafia. Ponte alle Grazie: Milano, 1997, pp. 171-179) (5).
Otras mujeres “traicionan” para preservar a sus hijxs de la cultura mafiosa. Es la historia de Annina Lo Bianco, compañera de Gregorio Malvaso, probable capocrimine de la cosca de San Ferdinando (prov. de Reggio Calabria) Bellocco-Cimato: “Si no hubiera decidido irme, habría tenido un hijo ‘ndranghetista, encarcelado o morto ammazzato [muerto asesinado] al cumplir los catorce años” (Lauricella, p. 22). El resguardo de los hijos es una preocupación de muchas mujeres de ‘ndrangheta, que suelen solicitar a los tribunales de menores que el Estado se ocupe de su descendencia y que los saque de Calabria.
Esto mismo le solicita al presidente del Tribunal de menores de Reggio Calabria la esposa de un mafioso a punto de ser encarcelada: “Señor Presidente, he venido a visitarlo porque temo por la suerte de mis hijos, que tienen un apellido pesado y temo que en el futuro puedan seguir las huellas del padre y de sus parientes […]. Quisiera para mis hijos una vida serena, lejos de los prejuicios y de los peligros que el ambiente familiar y local conlleva […]. mi marido ha sido condenado por mafia, mi cuñado también por mafia, mi suegro y mi suegra por crímenes de mafia” (Lauricella, p. 25).
Otra historia es la de Giuseppina Multari de Rosarno, hija de campesinos, peluquera de profesión, que se casó con Antonio Cacciola, del clan homónimo, afiliado a un clan de mayor poder: los Pesce. El matrimonio tuvo tres hijas y una vida de pareja llena de violencias físicas y violaciones de parte de un marido alcohólico e inestable psicológicamente, maltratado a su vez por su padre, capobastone de la famiglia. Antonio, en tanto primogénito de Domenico, habría tenido que ocuparse de los negocios del clan –dedicado al narcotráfico, pues importaba estupefacientes desde Holanda y armas, desde Alemania–, pero no tenía la madera de mafioso. Razón por la cual el padre y los hermanos lo apartaron de los traffici, pero no se apartó de la cultura de la violencia, que aplicaba a la esposa y a sus hijas, hasta que sin mayores explicaciones decidió suicidarse.
A partir de ese momento, Giuseppina fue reducida por el clan Cacciola a la condición de esclavitud. Sus miembros le aplicaron “poderes correspondientes a los del derecho de propiedad”, le prohibieron “salir libremente de su casa sin el acompañamiento de algún miembro masculino del clan”, “acompañar a sus hijas, menores de edad, a la escuela”, “elegir un médico que la cuidara” (6). En función de estos vejámenes se volvió colaboradora de justicia y el clan Cacciola quedó desarticulado momentáneamente con penas de la mayor “severidad” –entre seis y nueve años, y a un resarcimiento de 20 mil euros para la víctima– por el Tribunal Penal de Palmi el 4 de junio de 2016.
Minaccia: declinaciones
En cuanto a las “traiciones”, desembocan siempre en lo mismo: la amenaza de muerte o la muerte misma. La amenaza puede quedarse en eso o pasar a mayores si la mujer que “ha deshonrado” a la familia no se cuadra dentro de la estructura familiar, en términos sexoafectivos, morales y de poder. Si progresa, esa amenaza tiene tres declinaciones posibles, progresivas: la violencia física y simbólica, la desaparición, la muerte. Hay que ubicar la cuestión de la traición en el contexto de la cultura familiarista de la ‘ndrangheta. La famiglia es el centro primario e indeclinable de su poder. Si un miembro hace peligrar esa matriz de sentido, la ‘ndrina se fragiliza. Eso no se perdona.
Si nos atenemos a un artículo de 2012 de Lirio Abbate, publicado en L’Espresso, sabemos que en los últimos veinte años en Calabria –y específicamente en la zona de Reggio Calabria– hubo por lo menos veinte mujeres que fueron asesinadas por padres, hermanos e hijos que recurrieron al “homicidio de honor”.
De todos modos, en Italia no existen estadísticas precisas porque las famiglie no denuncian estos hechos luctuosos puesto que son ellas las que llevan a cabo estos crímenes en el seno de la organización mafiosa. Abbate –autor además del Fimmine ribelli. Come le donne salveranno il Paese dalla ‘ndrangheta (BUR Rizzoli: Milano, 2013)– en el artículo en cuestión cita la declaración de Giuseppina Pesce, del clan homónimo, ante los jueces de Palmi, acerca de las mujeres que “traicionan” a su ‘ndrina: “La mujer que traiciona o deshonra a la familia debe ser castigada con la muerte’. […] Tiene treinta y tres años, un apellido importante […] y una memoria que está poniendo en crisis la cima del poder criminal” (7).
Con estos homicidios –que en realidad son sacrificios humanos– los clanes restablecen el honor mancillado y advierten de las consecuencias que conllevan la traición. Vertiendo la propia sangre se “repara” la ofensa de la traición.
Las historias mencionadas hasta aquí no constituyen casos excepcionales sino ejemplos de un modus vivendi difundido en las familias de mafia. Ese modo en realidad es la cultura sellada con los códigos de honor y tiene su origen en la propia base mitológica de la mafia. Según la leyenda, Osso, Mastrosso y Carcagnosso (fundadores respectivamente de la Cosa nostra, la ‘Ndrangheta y la Camorra) eran tres caballeros españoles que habrían llegado a lo que hoy llamamos Italia alrededor de 1412. Dejaron Toledo tras lavar con sangre una ofensa de honor recibida por una de sus hermanas. Síntesis: es evidente que las famiglie destinan rechazo, hostilidad, persecución y muerte a las mujeres que se alejan del rol socialmente preasignado por los equilibrios mafiosos.
Notas
1. Francesco Viviano y Alessandra Ziniti, “Il bambino di undici anni che racconta i segreti dei clan”, (28/9/2015, consultado el 15/1/2021).
2. En la Argentina, el apellido Cacciola estaba vinculado al transporte fluvial entre Tigre y Carmelo, en Uruguay y con la gestión del restaurante “Fragata Hércules” ubicado en Martín García. Graciela Moreno, “Cerró el transporte fluvial Cacciola y 50 familias de Tigre quedaron sin trabajo”, (29/6/2019).
3. Los testimonios de las mujeres de mafia que aparecen aquí son traducidos de un italiano con fuertes interferencias dialectales. Las traducciones son literales para conservar, hasta donde se pueda, las tensiones lingüísticas entre dos mundos que están en contacto de manera estridente. Las aparentes incoherencias en castellano, cuando aparecen, se deben a las tensiones presentes en el italiano de base dialectal.
4. La historia de Maria Concetta está registrada en las actas del proceso Onta y Onta 2, Procura di Reggio Calabria, rg. pm. 3785/2013. Onta puede traducirse como “vergüenza”.
5. Sobre este tema una investigación relevante es la de Enzo Ciconte, “Mi riconobbe per ben due volte”. Storia dello stupro e di donne ribelli in Calabria (1814-1975). Edizioni dell’Orso: Alessandria, 2001.
6. Expresiones consignadas en las actas de la Operazione Mauser, rg. pm. 4672/06 y 3427/06 RG GIP Reggio Calabria. Además, se puede consultar el documento.
7. “Calabria, la strage delle donne”, (24/7/2012).
*Fuente: El Cohete a la luna (elcohetealaluna.com)| Ver Parte I aquí:http://prensared.org.ar/mujeres-de-la-mafia| El autor es filósofo, académico y docente universitario.
www.prensared.org.ar