Norma Torres: “Lo único que pido es que se haga justicia de verdad”

Durante la audiencia de la causa Diedrichs Herrera realizada este miércoles el Tribunal escuchó relatos conmovedores de familiares y de un amigo de víctimas del terrorismo de estado. Declararon: Fernando González (hijo),  Ana del Valle Ramírez y Norma Beatriz Torres (hermanas) y Hugo José Oyarzo (amigo y compañero de estudio de un estudiante de arquitectura).

Por Katy García*

El TOF1 reanudó este miércoles el debate con las declaraciones de cuatro de los siete testigos programados. Fue debido a problemas técnicos de conectividad ajenos al Tribunal y ocasionados por trabajos que realizaba la empresa Fibertel en esa zona. Fueron reprogramados para 9 de diciembre próximo fecha en que culminará la etapa testimonial.

El tribunal presidido por Carolina Prado junto a los jueces Falcucci, Díaz Gavier y la cuarta jueza

En esta  jornada se escucharon vivencias singulares y dolorosas que dan cuenta de   familias rotas y de heridas que a 44 años de lo vivido no cierran. De sueños y futuros truncos por el accionar de una maquinaria de terror que dejó marcas profundas en los sobrevivientes. Una testiga contó por primera vez que fue violada.

Los caminos de la búsqueda son  similares y  frustrantes. En cambio el reconocimiento  a la lucha de los Organismos de derechos humanos, a la posibilidad de declarar y obtener alguna reparación, y a la política de estado de memoria verdad y justicia fue valorada.

Horacio, Carlos y Ramón permanecen desaparecidos. Los cuerpos de  Olga y Luis aparecieron ametrallados y  fueron reportados como muertos en un enfrentamiento a todas luces fraguado.

Fernando González: “Tenía proyectos y sueños que fueron secuestrados con él”

Minutos antes de las 11 ingresó a la sala Fernando González hijo  de Horacio Mario González, secuestrado el día de su cumpleaños el 27  de abril  1976. Militaba en la JP Montoneros y era hijo de un militar.

“Mi padre nació en la localidad de Azul, provincia de Buenos Aires, porque su padre era suboficial mayor del Ejército”, contó el testigo que en aquel momento era un bebe.

Con los aportes de compañeros de militancia, amigos y familiares pudo reconstruir la personalidad de Horacio. “Era una persona feliz que como cualquier joven de más de 20 años tenía mucha sensibilidad por el entorno social y que se levantaba muy temprano para ir a trabajar a la linotipia”. Al volver dormía apenas una hora porque tenía muchas responsabilidades que cumplir. Entre ellas, compartir con  la familia que conformó con su madre que tenía un niño de tres años de un matrimonio anterior y él. Arreglar la casa y militar.

“Tenía muchos proyectos y sueños que fueron secuestrados junto con él” aquella madrugada cuando un ruido de automóviles se estacionaban en la vereda de la casa y bajan personas armadas, vestidas con ropa militar y de civil. Su tío y el padre pensaron en huir pero al ver el violento operativo donde se mezclan los gritos de la patota y el llanto desconsolado de la esposa y de los chicos “no se la bancó y desde ese momento no lo volvimos a ver nunca más”.

Con el tiempo, por medio de un compañero de militancia cuya hermana fue secuestrada en el centro de la ciudad –dijo-que ella lo  había visto en el auto donde la ingresaron y que lo golpeaban para que la reconociera. Esta práctica conocida en la jerga de los represores  a sueldo  como “lancheo” consistía en recorrer lugares públicos para reconocer  militantes.

Por Néstor, otro  compañero de militancia ya fallecido, se enteró que militaba en la Juventud Peronista y en Montoneros. Le  explicó el contexto histórico y las razones  por las que luchaban.

Marcas

En otro tramo del relato habló de las marcas que el  terrorismo de estado dejó en la familia. “Son heridas que se abren y se cierran no únicamente (relacionadas) a un tiempo personal sino que también a climas y contextos de época” como por ejemplo “se aviva el fuego con las leyes del indulto” y cierran con “la alegría de la sentencia del juicio La Perla”. Y también trajo al presente su propia experiencia de estar declarando en vez de su madre que aun hoy no está en condiciones de hacerlo.

A los 10 años supo que “no murió en un accidente automovilístico y que era un desaparecido”. A los 16, fue por primera vez a una marcha del 24 de marzo y empezó a militar en el centro de estudiantes del Colegio Nacional Alejandro Carbó.

Impunidad biológica

A los 20 “llego muy contento a mi casa y le digo  a mi mamá que fui elegido secretario general del centro de estudiantes en la facultad” y su rostro se desencajó. “Es el día más triste de mi vida”, le dijo, en aquel momento cunado avanzaban con las leyes del perdón.

Durante el testimonio destacó el carácter “reparador de los testimonios” y afirmó que más allá del veredicto del Tribunal “la sociedad sabe que son culpables”.  Alertó que a 44 años de lo sucedido y a una década de la instrucción “los imputados están caminando hacia la impunidad biológica”. También se refirió a las complicidades civiles y la coparticipación de los poderosos que también sigue impune.

Hugo José Oyarzo: “Para mí fue una venganza”

El testigo declaró que en 1976 vivía en la casa de Carlos Sayes y Eddy Sayes,  en Alta Córdoba. Aquella noche había regresado de cenar con amigos. Se acostó  y a la medianoche “nos despertamos por los gritos y patadas en la puerta y un tumulto de personas que  preguntaban por Carlos. Nos llevan vendados y cuando nos bajan en un lugar se me cae la venda”, evocó.

En ese instante pudo ver que era “un edificio viejo” y con el tiempo dedujo que era la sede de la Policía Federal. Estuvieron en un pasillo en planta baja y luego los levantaron de los hombros sin que tocaran la escalera a un primer piso. Allí pasaron bastante tiempo hasta que los bajan y suben en un auto, atados, y con las manos atrás. Iba en el asiento trasero, espalda con espalda con Eddy. A poco de andar “ingresamos por un camino de tierra y eso fue muy fuerte porque teníamos conocimiento de que aparecían muertos en las periferias y en  las plazas por supuestos enfrentamientos”.

No éramos militantes

De pronto se detuvo el auto, le aprieta la mano a Eddy y baja. “Ahí pensé lo peor, que venían los disparos”, dice, mientras hace esfuerzos para no llorar. Pero lo dejaron en un campo.

Se retiró la venda y unos vecinos lo orientaron hacia a la ruta que va de Alta Gracia a Córdoba y “gracias a Dios paró el colectivo. Le comenté al chofer y me dejó en la Terminal”. Llegaron casi juntos a la casa y  se quedaron esperando que llegue Carlos. “Nosotros no éramos militantes. Pero no llegó”.

Dijo que los padres de Carlos empezaron a buscarlo sin resultados y que les sacaron dinero con la promesa de obtener datos “pero nunca supimos más de él”. Recordó que su amigo le había comentado que había tenido un problema con el comisario del pueblo y que eso lo preocupaba.

“En esa época tan triste han caído militantes y gente que no tenía nada que ver y que muchas veces como en este caso fue una venganza o algo parecido porque no militaba en ninguna agrupación o partido político (…) Una época de terror”, agregó.

Ana del Valle Ramirez: “Un golpe total en nuestras vidas”

La hermana de Ramón Antonio Ramírez narró que el 24 de agosto de 1976, a eso de las 13, un grupo de cinco personas armadas,  vestidas de civil  irrumpen en su domicilio y “me golpean preguntando por mi hermano”. Al no obtener respuestas la suben a un Peugeot y la trasladan vendada y atada al Comando Radioeléctrico donde continúan con el interrogatorio. Ella les dice que no sabe, que se fue a la facultad.

“A la medianoche una persona me saca y me coloca en la parte de atrás de un auto y me lleva a un lugar de las sierras. Ahí intenta botarme  y me viola. Yo no había tenido relaciones con nadie. Y me dice: por qué no me lo dijiste  y no era un momento para que le contara mi vida. Me dice que me tenía que ir de Córdoba porque tenía la orden de matarme”. (Sobre el delito de instancia privada autorizó que sea girada esta declaración al Juzgado n°3 para su instrucción).

Un Ángel de la guarda

Se sacó la venda y empezó a caminar. Cruzó un vado y se quedó en la esquina en una zona descampada. No sabía dónde estaba. Por suerte pasó un muchacho que la acompañó a la terminal y  se quedó hasta que tomó el primer ómnibus de la empresa La Calera. “Se llamaba José, para mí  fue como un Ángel de la guarda (…) Me dormí y desperté cuando llegaba a la avenida Colón”, afirmó.

Luego viajó en un urbano hasta su domicilio y la dueña de la pensión  le dijo “volvió de la muerte” y le contó que minutos después que la secuestran a ella llegó su hermano y ella le contó lo que pasó y que salió a comunicarse con la novia para avisarle. Y no supimos nada de él.

A la noche viajó a Frías donde vivían los padres. Tenía mucho miedo porque el documento le había sido retenido por la policía. Sus padres viajan de inmediato a esta ciudad y hacen las denuncias correspondientes.

Se contactaron con una persona que trabajaba con un juez para saber si estaba detenido. Pero no figuraba en la lista. Luego recurrieron a un contacto  que trabajaba en la SIDE que funcionaba en el edificio del Correo central quien les dijo que “estaba secuestrado en el campo de concentración La Perla. Pero que no podía hacer nada, ni verlo. Pasaron los años y jamás pudimos saber nada de él”.

Contó que en democracia  volvieron a Córdoba para participar del libro “Los arquitectos que no fueron” víctimas del terrorismo de estado y se reunieron en  la facultad de arquitectura donde cada familia contó lo que le pasó. “Mis padres sufrieron mucho. Éramos cuatro  hermanos y él era el único hijo varón”, dice, llorando. Lo recordó  como a una persona “muy solidaria” que  ayudaba a los que  necesitaban como  los inundados y también pintaba  escuelas del campo. Era “muy creativo”  participaba en un Grupo de teatro y  le gustaba la fotografía.  No sabe si militaba en alguna agrupación.

Ella no pudo continuar la carrera de medicina que había iniciado. El secuestro y la desaparición “Fue un golpe total  en nuestras vidas. A partir de ahí nunca fue lo mismo. Sabíamos que no estaba con vida porque no pudo comunicarse y lo dimos por muerto”.

Norma  Torres: “Lo único que pido es que se haga justicia de verdad”

La hermana de Luis Eduardo Torres,  declaró en modo presencial. Contó que su familia estaba conformada por cuatro hermanos y los padres. Luis era el mayor. Su padre era empleado ferroviario y su madre maestra. Eran una familia numerosa contando a tíos y primos.

Trazó un perfil de su hermano que hizo el secundario en el colegio Manuel Lucero donde fue escolta. Siguió en la facultad de Ciencias Agropecuarias donde cursó la carrera completa de agronomía con altas calificaciones y le faltaban algunas materias para recibirse. Fue ayudante  alumno, y empezó a trabajar en el Ferrocarril.

En 1975 se casó con Olga Mamaní y se fueron a vivir a barrio General Bustos. En julio del mismo año  fueron detenidos por la policía provincial junto a su amigo Jorge Bulacio y su esposa Alicia. A los dos días les dan la libertad. A su regreso abrazó a su padre y ella que tenía 16 años alcanzó a escuchar que le dijo al oído que los habían golpeado.

En 1976, le informan a su padre que el 30 de junio no se había presentado a trabajar. Algo extraño porque era muy responsable. Van al domicilio y los vecinos les cuentan que durante un operativo “con autos y militares  que andaban hasta por los techos pidiendo documentos”  los llevó.  En ese momento su hermana estudiaba ingeniería civil con una compañera cuyo padre era funcionario militar o policial de apellido Roselli. Recurren a él pero les dijo que no lo comprometieran y solo les indicó que buscaran los cuerpos en el Hospital Córdoba. .

Torturados y ametrallados

“El 5 de julio apareció una noticia ficticia donde informan por los medios que murieron en un enfrentamiento”, evoca la testigo y revive aquél momento de enorme dolor cuando llegó su abuela de 77 años con la noticia que había escuchado en la radio. Que los cuerpos de Luis y Olga y de un varón de apellido  Campos habían aparecido en un auto.

A su  tío Hugo le tocó hacer el reconocimiento. Al salir les dijo que “estaban torturados y ametrallados”.

Relató luego lo terrible que fue para ambas familias –Torres y Mamaní- atravesar de golpe los asesinatos y el velatorio con dos cajones. Valoró la actitud del vecindario que “se olvidó del miedo, de las torturas y de los asesinatos ” Y acompañó el cortejo detrás de las familias  durante tres cuadras. “A partir de ahí nuestra vida no fue la misma”, señaló.

Las secuelas familiares fueron terribles. Su padre se enfermó física y psicológicamente con intentos de suicidio. Fue operado y se  jubiló por invalidez cuando había ocupado altos cargos en la empresa.

En el D2

Tres años atrás  su prima Mariana Torres le trajo un dato. En una consulta con el médico osteópata Luis Enrique Epelman con quien se atendía le contó que había visto a su torturador del D2 como mozo en un bar. Ahí ella le comenta sobre sus primos Luis y  Olga y este hombre le dijo que los vio en el D2 y los describió de manera indubitable.

En la Facultad de Ciencias Agropecuarias durante un homenaje la encargada de la biblioteca  le hizo llegar un expediente con un sumario a su hermano “porque no se presentaba a trabajar”. Ante el abogado Ignacio Vélez Funes -consta- que se presentó el Mayor Antonio Rodríguez quien dice que “en el mes de junio el sumariado ha sido muerto en un enfrentamiento”.  Ana explicó esta y otras contradicciones  en la documentación que aportó ante el Tribunal para que se  incorpore al expediente. Los dos certificados de defunción fueron emitidos con  fecha 6 de julio con la firma del  doctor Cámara, mientras que la información periodística dice que fue el 5.

“En definitiva al día de hoy hemos tenido sobre nuestras emociones y sobre nuestros cuerpos el dolor  de hace 44 años y sumado a todo lo que pasamos”., expresó y recordó que las monjas del colegio de las Mercedarias al que asistía “les prohibieron a mis compañeras que vayan al velorio”.  En otro orden sostuvo que no se conoce que  haya militado en alguna organización armada.

Agradeció esta oportunidad de poder declarar y exponer el dolor inmenso de dos familias y  “lo hago por todas las personas que sufrieron en manos de estos asesinos y torturadores.Si nosotros nos olvidamos puede volver a pasar.  Lo único que pido es que se haga justicia de verdad”. Y agregó que “vale para toda la comunidad para que nunca más sucedan”.

*Agencia Prensared| Fotografía Mercedes Ferreyra| Estos testimonios pueden ser vistos y escuchados en su totalidad en la plataforma de YouTube del Tribunal Oral Federal N°1.

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