Matices para hablar de educación popular feminista

La autora comparte principios feministas y decoloniales para la educación popular, desde la Escuela Internacional de Facilitadoras,.

Por Verónica del Cid*

Al hablar de educación feminista y popular, tenemos que no sólo hacer una lectura acerca de la dominación, sino también lograr esperanzar el mundo, mirarlo como algo que construimos y podemos cambiar. Partimos de lo que ya estamos construyendo, sabiendo que no es suficiente, pero aun así es necesario y urgente. Desde ese poder hegemónico y ese sistema de muerte, reconocemos el patrón de poder instalado desde el tiempo colonial para nuestros territorios.

Con la colonia, se racionaliza y sexualiza  la vida y el trabajo. Se designó a los hombres, a las mujeres y a los pueblos por el color de la piel, se asignaron trabajos y se instalaron ejes de acumulación y mercantilización. Se empezó a vender y a comprar todo. No podemos separar estos sistemas de dominación. No se puede comprender una contradicción capitalista sin la interconexión con el colonialismo y el patriarcado.

Estamos viviendo en un proceso neocolonial. La colonia no es una expresión del pasado histórico, sino que es una forma de construcción de sociedad que se viene trasladando a través de los tiempos. Hoy, reafirma  la forma de despojarnos de todo lo que está en la tierra y debajo de ella.

Los cuerpos de las personas pasan a ser parte del botín que hay que dominar y controlar. Hay que identificar las violencias en diversas formas concatenadas. Cuando entra una minera a un territorio, por ejemplo, entra con una estructura militar y se agudizan las violencias sexuales, se controlan los cuerpos, se toman presos políticos. Una violencia no puede estar separada de otras.

La hegemonía va a venir por todo aquello que es rebelde. Nuestros cuerpos no normativos ya implican una rebeldía que a esta normalidad no le gusta, le incomoda. Esos cuerpos rebeldes han sido invisibilizados y controlados a través de la historia. Hay una feminización de la pobreza y una profundización de políticas neoliberales desde los fundamentalismos que tiene estrategias específicas para controlar los cuerpos invisibilizados.

Nosotras estamos marcadas por esas mismas cicatrices, mismo cuando somos las formadoras en espacios de educación feminista y popular. Tenemos historias de vida dolorosas, llenas de miedos, culpas y demás de ese modelo en nuestros cuerpos. Entonces, necesitamos procesos donde nosotras también seamos parte de esa construcción. Las mujeres, las disidencias, los pueblos originarios tenemos una concepción de vida diferente, expresada en las cosmogonías, los ciclos lunares y en nuestros cambios hormonales. Todo esto genera y regenera continuamente la vida, que no está dada, ni determinada.

Pensar que es posible cambiar es el motor que nos hace proponer la educación feminista y popular. Hay una feminización de la resistencia porque en la vida cotidiana, las mujeres están resolviendo el agua, el rol de los cuidados, están frente a luchas contra procesos extractivos. No nos hemos nombrado, pero hemos estado.

La formación política sigue siendo parte de esa estrategia fundamental para construir y deconstruir estas formas de pensamiento hegemónicas. Así como hablamos de una triada del poder –el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado–, desde varios espacios coincidentes estamos hablando también de emancipación. Es urgente pensar cómo construimos un sujeto político capaz de delinear nuestro proyecto político. Las dimensiones de la emancipación tienen que estar íntimamente abrazadas, como está la dominación.

Hablar de educación popular necesariamente incluye una apuesta feminista y una apuesta decolonial. Sin embargo, nuestros procesos de educación popular vienen de una tradición revolucionaria que entendía la vida sólo desde la contradicción de la explotación, pero no incorporaba la dominación como parte de la estrategia de explotación. Por eso, todavía tenemos muchas organizaciones que hablan de educación popular, pero no de desentramar componentes patriarcales y coloniales. Empezamos a incomodar los mismos procesos de educación popular cuando empezamos a colocarle corporeidad, a hablar de cómo pensamos, sentimos, amamos, y cómo vemos estas como dimensiones políticas. Desde ese punto de partida, empezamos a dar otras claves de una educación popular diferente.

La educación popular feminista nos permite colocar en discusión: ¿qué necesitamos para constituirnos como sujeto político? ¿Cuál es el proyecto político al que estamos apostando? ¿Cómo vamos a ponerle carne a esa emancipación? Algunas posibilidades nos permiten acercarnos a esa propuesta. Una de ellas recupera los saberes y coloca la dimensión de la generación natural del mundo. Desde ahí, empezamos a replantear nuestras fuentes epistemológicas y conocer la capacidad sanadora de la Tierra.

Al encontrarnos, no sólo nos reconocemos sino también aprendemos a amarnos. Tú no construyes un horizonte y un proyecto de vida con alguien que no conoces. Es necesario saber quiénes somos. Los procesos de educación popular feminista nos permiten eso: aprender de cerca las diferencias y las sintonías que tenemos.

La educación popular feminista es tan atrevida que empieza a hablar de las disidencias desde los pueblos. No es una educación exclusiva, sino que tiene puntos de partida desde lo invisible, que se hace de los cuerpos no nombrados.

Sobrevivimos. Estamos hoy viviendo después de más de 500 años de invasión en América Latina. Vivenciamos la acusación de una contradicción, como si las luchas de las mujeres por sus territorios y derechos fueran reivindicativas, pero no políticas. Y lo son.

Cuando pasó el golpe de Estado aquí en Honduras, se colocó muy fuerte la pregunta “¿qué hago yo con el miedo?” Tuvimos miedo de salir a la calle, tuvimos miedo que nuestras hijas no regresaran, que a nuestros hijos les pase algo… Como formadoras, izamos ese miedo. Desde el miedo, generamos otras fuerzas para luchar y cambiar. Necesitamos sanarnos, poder hablar, tener espacios de confianza. Nuestros espacios formativos tienen que ser espacios de ternura y de mucha confianza política en todas las dimensiones de la palabra.

¿Cómo cuidamos y despatriarcalizamos nuestras metodologías? ¿Cómo hacemos procesos de diálogo? ¿Cómo trabajamos otra forma de gestionar el tiempo? ¿Cómo recuperamos saberes propios, historias negadas? Partimos de la idea de que hoy es necesario crear dispositivos de pensamiento nuevos, pero no negamos los acumulados de los pueblos. Como formadoras, hacemos estos procesos provocando la sospecha, la pregunta y la capacidad de responder.

La pedagogía feminista nacida en la academia no es suficiente. Necesitamos vincularnos con las experiencias concretas cotidianas de los movimientos y de las luchas de los territorios, que nos dan muchas respuestas. No podemos sectorizarnos. Necesitamos vincularnos y hacer alianzas y articulaciones de movimiento. La educación popular feminista y decolonial tiene la ambición de revolucionar la misma educación popular y llenarla de sentidos que aporten a despatriarcalizar, decolonizar y desmercantilizar la vida.

* La autora es guatemalteca, coordina la Red Mesoamericana de Educación Popular – Red Alforja. Foto Vanessa Ordonez. Fuente Capire, ¡Voces feministas para cambiar el mundo! https://capiremov.org/Este artículo es una edición de su ponencia en la Escuela Internacional de Organización Feminista para Facilitadoras (IFOS), realizada en Honduras, en agosto de 2024.

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