A siete años de la muerte de María Elba Martínez y a 10 del Juicio Videla-Gontero compartimos esta semblanza escrita, a días de su muerte, en memoria de la abogada y militante de los derechos humanos que contribuyó al juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad y la defensa de un amplio abanico de derechos humanos y sociales.
Por Alexis Oliva*
Cómo no enloquecer por lo perdido
Del poder de querellar y mirar
los ojos vacíos del general
(Fragmento del poema “Mantra mem”, de Griselda Gómez, dedicado a María Elba Martínez).

Se fue María Elba Martínez y con ella la lucha por los derechos humanos pierde a una estratega y guerrera indispensable. Es triste e injusto que no pueda ver finalizado el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de La Perla y La Ribera, esa conquista colectiva a la que tanto contribuyó. A tal punto, que la causa que constituye el núcleo de la investigación lleva su nombre: “Adolfo Pérez Esquivel – María Elba Martínez, su denuncia”.
Que esa investigación haya desembocado en la actual megacausa se debe a que durante el largo reinado de la impunidad hubo militantes que no se conformaron con la “verdad histórica” y la “condena social”, y batallaron empecinadamente para alcanzar una justicia real. María Elba Martínez fue uno de ellos, y cuando a partir de 2003 se anularon las leyes de impunidad, se arremangó para concretar la tarea iniciada más de dos décadas antes.
Ella no estará en la culminación de esa victoria, pero nadie debería olvidar hasta qué punto es suya. Tanto como lo fue el histórico juicio celebrado en 2010 por los presos políticos de la Unidad Penitenciaria Nº 1 fusilados durante 1976. Durante ese extenso proceso, nunca se lo vio tan atento y preocupado al dictador Jorge Rafael Videla como cuando la abogada Martínez describía en su alegato la estructura de poder que descendía desde la Junta Militar hasta las mazmorras de la Penitenciaría de Córdoba.
“Estructura” es una palabra que ella usaba mucho, porque no se limitaba a lo superficial de las cosas, sino que iba más adentro, a los principios constitutivos, a la esencia político-económica y los porqués del terrorismo de Estado. (Era difícil discutir con ella cuando te punzaba: “Ustedes, los periodistas, siempre se quedan en lo superficial”). Lo cierto es que si hoy hasta los fiscales y jueces hablan en Córdoba de “dictadura cívico-militar”, es en gran medida consecuencia de su trabajo de investigación y reflexión sobre los factores de poder detrás del brazo armado militar-policial: los grupos económicos, la Iglesia Católica, la corporación judicial…
Había que ser muy osado y “políticamente incorrecto” para desafiar al poder en esa Córdoba en la que el aún general Luciano Benjamín Menéndez subía a los palcos oficiales, el cardenal Raúl Francisco Primatesta pisaba fuerte en política y la Fundación Mediterránea imponía su dogma privatizador. En eso, María Elba también fue pionera.
Pero su lucha por justicia no se limitó a la revisión del terrorismo de Estado. Con una visión amplia y actualizada de los derechos humanos y sociales -y una enorme capacidad de trabajo-, Martínez asumió la representación de un amplio abanico de reivindicaciones. Entre otras, llevó adelante las causas del Sindicato del Personal de Obras Sanitarias (Sipos) en su lucha contra la privatización; de la Junta Gremial Interna del Banco de Córdoba, donde participó de las denuncias de corrupción contra el gobierno de Eduardo César Angeloz; fue abogada querellante en el juicio por el crimen del ex senador Regino Maders; representó a la familia de David Moreno, el niño de 13 años asesinado por la Policía el 20 de diciembre de 2001, y fue la primera abogada de las Madres de Barrio Ituzaingó en su lucha contra los agrotóxicos.
A nivel nacional, acompañó a la comunidad wichi del Chaco con una medida cautelar a la que Corte Suprema de Justicia de la Nación dio curso favorable, a fin de preservar las fosas comunes donde están los restos de las víctimas de las matanzas perpetradas durante el siglo XX por el Ejército argentino. En el plano internacional, integró como representante del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) el Tribunal Permanente de los Pueblos, que investiga y denuncia las violaciones a los derechos humanos que se cometen en todo el mundo.
A pesar de ser una profunda conocedora y activista de los reclamos de los pueblos originarios y de la denuncia del daño ecológico –problemas que son importantes asignaturas pendientes en nuestro país–, Martínez apoyaba al Gobierno nacional, porque tenía plena conciencia de que en el otro plato de la balanza pesaban más las conquistas sociales y políticas logradas desde 2003. Es más, no tenía problemas en definirse como “cristinista” y se indignaba cuando los ataques a la Presidenta incluían un plus de discriminación de género. Por supuesto, eso le deparó en no pocas ocasiones ser ignorada por la corporación mediática cordobesa.
Es que para la Córdoba donde todavía el poder conservador es hegemónico, esa hermosa mujer llamada María Elba Martínez fue una anomalía, un cisne negro, un duro carozo de resistencia ideológica y moral. Y para quienes trabajan por una sociedad más justa, es y será un ejemplo inspirador de las luchas y victorias por venir.
*Periodista. Artículo publicado en el periódico Nuevo Sumario, de Alta Gracia, viernes 23 de agosto de 2013. María Elba falleció el 18 de agosto de 2013|Fotografía Diario Tortuga
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