A 18 años de la muerte de David Moreno (13), ocurrida durante la represión de 2001 en Córdoba, Laura, su hermana, rememora cómo vivió la familia la pérdida del niño. Tras una lucha permanente, por la obtención de justicia, recién este año cumple condena el policía que lo mató por la espalda. Mañana lo recordarán con una radio abierta y un partido de fútbol en la canchita del barrio.
Por Laura Moreno*
Aún 18 años después, duele mucho recordar cómo nos arrancaron a David; llegan estos días y nos quebramos, nos partimos al medio. Las movilizaciones de 2001 eran por falta de alimentos y guita: el pueblo salía a las plazas porque el país explotaba. Mi hermano estaba ahí, mirando cómo se amontonaba la gente, desesperada por comida. Lo balearon sin tapujos, como asesinaron a otras 38 personas.
La impunidad se hizo ley, recién en agosto de este año se hizo efectiva la condena, que habían determinado en 2017: le dieron 12 años y 8 meses al asesino de mi hermano, Hugo Cánovas Badra, efectivo de la Policía de Córdoba, por homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego, aunque no nos quedaban expectativas porque se dilató mucho.
No salíamos por miedo a cruzarlo; la ayudante de la abogada lo encontró en un shopping después de que se dictara la sentencia. Si esto no queda firme, ¿a qué llamamos justicia? Si siguen teniendo vía libre, ¿para qué tanto circo? Hacen que las familias suframos y se nos cagan de risa en la cara mientras culpabilizan a las víctimas porque “algo debían estar haciendo”.
18 años después, no veo mejoras: no hay un cambio social, político y económico de fondo. El tiempo pasa y los hitos de la historia de una sociedad se van olvidando; ahí se asoma la peor amenaza: que se repita. Es tristísimo que nadie hable de las 39 personas asesinadas, de lo que causó, de cómo llegamos a vivir semejante situación y por qué la comunidad se movilizó.
En estos años aumentó todo, la gente volvió a salir a la calle por el boleto y por la comida. La falta de educación, confianza y trabajo es responsabilidad del Estado; el contexto condiciona. Los últimos datos dicen que hoy la Policía mata a una persona cada 19 horas: eso debe transformarse de raíz.
David tenía esa picardía de la pre adolescencia, pero empezaba a transitar la vida desde su propio conocimiento: siempre tuvo muy presentes y firmes sus convicciones. Siempre decía lo que pensaba, era muy compañero de mi papá, compartían la pesca con una paciencia única, y estaba siempre atento a retribuirle a mi madre toda la atención que ella le daba.
También era re pegote con nuestra sobrinita; hacía de todo por estar con ella, pero se le terminó en muy poco tiempo. En el barrio lo conocían y lo querían todos: tenía un montón de amigos con quienes jugaba en la canchita, en los videojuegos… Él, con sus 13 años recién cumplidos y una autodeterminación increíble, andaba por todos lados, y yo, dos años más grande, lo miraba con admiración y algo de celos. Era un pibe racional y muy vivo, en muchas cuestiones era el más maduro, a pesar de ser el menor.
Revivimos un dolor inexplicable de lo que podría haber sido y no fue: qué habría soñado, si habría formado una familia, si estaría estudiando… Es feo sentir esas ganas de que esté acá, de nunca haber sufrido esto. Llegó un punto en que mi viejo paró la pelota y nos dijo: “Hay que seguir por los hijos que nos quedan, por los nietos que tenemos. En ellos vemos reflejado cada momento compartido con David”.
Mañana vamos a hacer un partidito de fútbol en la canchita, con una radio abierta, para que todo el mundo sepa quién fue mi hermano. La memoria es una riqueza colectiva que mantiene viva la historia para que nunca más nos pasen por encima.
*Hermana de David Moreno, una de las víctimas del 20 de diciembre.
**Nota producida y publicada por Redacción La Poderosa, Córdoba.
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