El filósofo italiano, gran crítico de la pluralidad de narraciones que impiden el reconocimiento de la verdad, sucumbió a las narrativas que, enmascaradas de marginalidad, sofocan todo disentimiento. El autor navega sobre los tres periodos y las nociones de su obra.
Por José Homero*
La empresa filosófica de Gianni Vattimo (1936-2023) discurrió a la vera del lenguaje. Formado en el pensamiento de Luigi Pareyson y Hans-Georg Gadamer (de quienes fue discípulo personal) y continuador de Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, podríamos delimitar su obra en tres periodos.
El primero es eminentemente académico con monografías y estudios, principalmente, sobre los filósofos mencionados. De esas décadas –las de los sesenta y setenta del siglo XX–, sus libros más importantes fueron El problema estético (con Luigi Pareyson, 1966), Poesía y ontología (1967), Introducción a Heidegger (1971) y El sujeto y la máscara: Nietzsche y el problema de la liberación (1974). Más allá de su carácter epigonal, se perfila ya la atención a la estética y a la relación del ser con el lenguaje que planteara Heidegger en su famoso ensayo sobre Hölderlin, cuya repercusión continuamos estudiando y cuya refracción ha cambiado conforme a los criterios de cada época: de considerar tal concepción como una fórmula de raigambre romántica a sustento de la estética negativa de la posmodernidad.
El segundo momento corresponde al ascenso de Vattimo como gran figura de la posmodernidad, que lo convirtió en la eminencia filosófica que fue hasta su muerte. A partir de aquí, deja de glosar a sus maestros y formula su propia concepción: el pensamiento débil y la posmodernidad como propuestas de la diferencia y la alteridad. Entre los miembros de la trinidad posmoderna –los otros son J. F. Lyotard y Fredric Jameson–, fue el único en advertir la paradoja o incoherencia terminológica de continuar apelando al tiempo lineal para situar el fenómeno posmoderno, y por ello recurrió al ciclo del eterno retorno para comprender su ubicación temporal. De estos años datan sus obras más célebres: Más allá del sujeto: Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica (1981), El pensamiento débil (1983), El fin de la modernidad (1985), La sociedad transparente 1989) y Más allá de la interpretación (1994).
A partir de la segunda mitad de los noventa, Vattimo viró –sorprendentemente, si lo juzgamos únicamente por sus libros– hacia la religión y la búsqueda de que la filosofía incida en la actualidad. Durante este tercer periodo se erigió en activista de las causas de los oprimidos. Ya no sólo el pensamiento será débil –por oposición a la fuerza y violencia metafísicas como sustento de la historia que su lectura de Heidegger le reveló–, sino que será un pensamiento de los débiles.
Al efectuar un tajo con la herencia de Gadamer, planteó la implicación directa de la hermenéutica en la realidad a través de proyectos de emancipación a la manera cristiana, socialista y comunista. En esta época calificada como de “cristianismo hermenéutico” y “comunismo hermenéutico” publicó El socialismo o sea, Europa (2004), Ecce comu (2007) y Comunismo hermenéutico (2011), entre otros.
Para Teresa Oñate, una de las exégetas e interlocutoras más importantes del filósofo en el ámbito hispano, su pensamiento transitó “desde la estética (ontológica)… hasta la (teología) política del cristianismo comunista hermenéutico”.
La finalidad de este croquis trazado tan bastamente es orientar y situar los temas directrices de esta filosofía, aunque al circunscribirse a la bibliografía excluye los momentos anteriores y posteriores a la reflexión discursiva.
No es una minucia porque, al igual que los grandes poetas de la tradición moderna que se empeñaron en conciliar vida y obra, para Vattimo (no en vano continuador de la noción del fenómeno estético como espacio para la manifestación del ser) la vida fue decisiva, al punto de considerar que la reflexión debe incidir directamente en la comunidad. No a la manera del marxismo ni del historicismo, sino como una hermenéutica que dialoga con la historia increpándola. Acaso por ello, en Vocación y responsabilidad del filósofo, definió su actuación como “una vocación filosófica orientada a la política”.
Para la comprensión cabal de su pensamiento conviene recordar que, antes de convertirse en el exégeta de los dos mayores pensadores de la modernidad, Nietzsche y Heidegger, fue un niño católico y más tarde un joven comunista que se afilió a Acción Católica en Turín y colaboró en la Radiotelevisión Italiana (mejor conocida por sus siglas: RAI), emitiendo opiniones en favor del catolicismo y el comunismo. Tan inmerso estuvo en el activismo que incluso fue detenido en una protesta.
Esta impronta sería la semilla que florecerá abiertamente a partir del siglo XXI. No en el sentido en que algunos de sus críticos entienden su actividad política, como precedente y sucedánea a su ejercicio teórico, sino, por el contrario, considerándola como el origen y sustento de este, reconociéndolo como un cuerpo que actúa y no únicamente como corpus.
Vattimo concibió su existencia –y probablemente la misión filosófica– a través de su intervención en la sociedad, en un primer momento por medio de la escritura, hasta que consideró que, mientras la hermenéutica continuara circunscrita al circuito de la interpretación, una lectura en un enjambre de lecturas, no podría nunca incidir en la historia.
Bajo esta luz, es posible vislumbrar su empresa intelectual como un camino de superación; salir de la modernidad mediante una recusación, no solo de los conceptos, sino de los paradigmas sociales. En vez de superarla, escapar a su lógica, renunciar a su articulación. Situar el problema en el lenguaje y buscar su transformación enjuiciando sus términos, pero también su fundamento, que es retórico, lingüístico y narrativo.
Hay en la postura de Vattimo una entidad y una continuidad entre el joven militante y el anciano militante, en la que se reflejan y dialogan los conceptos heredados de Nietzsche, Heidegger y Gadamer, pero de igual forma los de Friedrich Schleiermacher (el vínculo de la hermenéutica con la interpretación religiosa) y los de las doctrinas dimanadas del marxismo; todos ellos releídos a la luz crepuscular del quebrantamiento de una razón exclusiva. Si la división de su obra en zonas nos facilita la circulación sin riesgo del extravío, y la recapitulación biográfica nos revela su consideración de la filosofía como indisociable de la existencia, repasar tres nociones clave de su teoría nos posibilitará mejor su comprensión, y señalar además la congruencia y el tejido entre las etapas filosóficas y la intervención pública.
La primera de estas nociones es la crítica a la metafísica y en especial a la ontología que plantea Heidegger, que lo hizo comprender la verdad ontológica como un evento histórico lingüístico, en tanto el ser solo es eventual, en vez de estable y unitario.
Esa historicidad, que resultó clave para el segundo Heidegger, indujo a Vattimo a concebir una hermenéutica dirigida hacia el presente, hacia una historia entendida ya no a la manera mayestática de Hegel, sino como un campo en el que se agitan diversas tensiones.
Este cuestionamiento a las pretensiones absolutistas, sean de la ciencia, el arte, el progreso, la técnica o el mercado, le hará desconfiar de los fundamentos de la modernidad y, mediante este escrutinio, observar el declive de la Ilustración, cuyo sistema de valores permitió la emergencia de la idea moderna a través del sustento en la razón y el progreso.
Es aquí donde se entrevera la otra influencia decisiva: el nihilismo. Nietzsche advirtió la ausencia de un proyecto que diera comprensión –en sus dos acepciones– al presente, por lo que conminó a convertir a dicha temporalidad en la medida de nuestra percepción de la realidad.
Se trata del popular tema de la muerte de Dios que marca el fin de la modernidad, pues el deicidio implica la disolución de la trama que sustenta la civilización occidental desde sus orígenes. Ocaso de los valores metafísicos –el ser y la verdad como eternos e inmutables– y advenimiento de una ontología que solo se concibe como presentación: como un vislumbre de la presencia en el presente.
Al advertir que la consumación del nihilismo se enlazaba con la tesis heideggeriana de la disolución del ser, antaño supremo eje racional, y su conversión en un valor de intercambio, un medio simbólico y no el articulador de una trama única, Vattimo percibió el nihilismo como la oportunidad (chance) del hombre para encauzar su propia historia y apartarla de las razones de la modernidad; dado que la manifestación del ser atraviesa por la historicidad, los valores deben ser humanos, no trascendentes.
Este elemento emancipador de su teoría, remanente del principio de esperanza de Ernst Bloch y del mesianismo histórico de Benjamin, será el que repercutirá en su transformación en activista, sea directamente en las esferas de la política –fue diputado y activista de los derechos civiles de la comunidad LGBTI–, o bien como simpatizante de los movimientos populistas de Latinoamérica, que él consideró ejemplos de subversión contra el capitalismo liberal y alternativas para el eurosocialismo, en su perspectiva, anquilosado.
La doble hélice filosófica de Nietzsche-Heidegger que articula la visión de Vattimo hallará su plena expresión en el concepto del pensar débil, el debolismo, que se configura en oposición a la fuerza de la metafísica y su axiología única, pero también como una contralectura de la voluntad de poder. Pensamiento “de un ser que se oculta”, es una respuesta a la violencia y la búsqueda de una salida a esa espiral coercitiva, el ciclo edípico, a través de la tolerancia y la diversidad. Es el tránsito de las cosmovisiones arraigadas como paradigmas, de las creencias verdaderas, a un nihilismo débil que alberga la posibilidad del cambio.
Continuación del Nietzsche alegre que proclama el advenimiento de Zaratustra en tanto reivindica a los oprimidos y propone la construcción de otra historicidad mediante la libertad, dicha esperanza contrasta con los estertores de la razón violenta, como la imposición de un nuevo eje de lo real –el hipercapitalismo como único horizonte–, para zanjar la pluralidad.
Este perfil de Vattimo no estaría completo ni sería fiel al hálito reflexivo si no señalara las incongruencias en su posición política. Se trata de un periodo crepuscular, no únicamente para continuar con la analogía semántica del ocaso de Occidente, sino porque se caracteriza por los claroscuros en sus ideas.
Siendo heredero de la crítica heideggeriana a la sociedad burguesa y escéptico de la razón técnica, advirtiendo la identidad del capitalismo, el estalinismo y el nacionalsocialismo, una hidra de la racionalidad de Occidente, en esa etapa final, en vez de someter las narrativas de liberación populistas al escrutinio hermenéutico –cuánto de verdad contienen, dónde se encuentra su falsabilidad–, prefirió acatar el relato compuesto por el castrismo, el chavismo y el populismo peronista, y asociar estos movimientos represivos de la libertad con esos momentos de exultación presagiados por el nihilismo.
Ese es el gran inconveniente de su postura, semejante al que trastrocó los cimientos de Heidegger, su asociación con ideologías violentas en tanto ejercen el sometimiento de la diferencia.
Irónicamente, el gran crítico de la pluralidad de narraciones que impiden el reconocimiento de la verdad, el observador de la relevancia de las máscaras en el pensamiento, sucumbió a las narrativas que, enmascaradas de marginalidad, sofocan todo disentimiento. Podríamos sentenciar que si la acción política fue el puerto al que buscó llegar su filosofía, entonces su empresa náutica zozobró, no por los coletazos del mercado Leviatán, sino por las marejadas populistas que desde diversas corrientes convierten al mundo actual en un océano proceloso.
* Poeta, ensayista, crítico literario, narrador, editor y periodista cultural. Fuente Letras Libres https://letraslibres.com/
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