Finti Carballo, querible, inolvidable

“El lado A de Carballo era la revolución permanente. Su lado B, el asador recurrente”, afirma uno de sus amigos en este retrato vívido no exento de ironía y humor que da cuenta de la  vida y obra del “militante de las causas perdidas”, del médico y amigo, que hace apenas una semana dejó este mundo.

 Por Horacio López*

Partió Carballo, quien diría. El médico; el pediatra; el militante; el compañero; el doctor, el revolucionario. El amigo. Conocí a Finti Carballo al filo de los años ’90 y lo perdí de vista por el 2005. En ese lapso tuve la suerte de que me honrara con su amistad y cariño. Al principio vivía en una casa por la zona de Colinas de Vélez Sarsfield pero después compró una vivienda venida a menos en la calle Zaragoza 2225, barrio Maipú, donde residió hasta su partida a Venezuela.

En aquel tiempo andaba en yunta con el periodista Manolo Martín, que había abierto el TAC, una escuela donde el cuerpo docente estaba conformado por periodistas “en acción” formando a futuros obreros de la noticia.

El Finti rondaba aquella casona de la calle Trejo, a pasos del boulevard. Es como que le hacía “la pata” a su amigo, queriendo hacer “algo comunicacional”. A la “escuelita” se le sumó una radio, la FM Urbana. El estudio estaba al fondo de la casa y de ahí tengo una imagen borrosa de Finti entrevistado y hablando cosas de la ciudad.

Tiempito antes Finti había sido noticia porque a su vivienda en Colinas le habían puesto una bomba, pero él no estaba. Estaba un amigo de entonces que el estruendo logró despertar. Se decía que era una acción de los “servicios” por los antecedentes políticos del Finti.

Aquel Finti no era muy locuaz. Más que todo, era un observador, ducho en el arte de ironías en cuentagotas. Su dicción tampoco era muy radial, bien carrasposo el hombre. Me enteré de su participación en Nicaragua, durante la revolución. Pero me costaba asociar ese hombre adusto, urbano, de perfil reservado, metido en las trincheras sandinistas.

Claro, su misión era otra: la reconstrucción de un hospital devastado durante la guerra en la ciudad de Estelí. Es decir que ese Finti ya tenía considerable treining revolucionario; además había sido exiliado en la dictadura y seguía militando “las causas perdidas”, como decía sonriendo.

Aquella su casa de Zaragoza se fue convirtiendo en una suerte de “sede episcopal”. (Perdón Finti, permítame esta licencia). Y yo, y varios más, empezamos a peregrinar esa casa que lucía cuatro arcadas blancas adelante con puertas de madera rústica.

El lado A de Carballo era la revolución permanente. Su lado b el asador recurrente. “Tengo un occiso listo para ser velado”, solía decir con mueca carballesca, lanzando el anzuelo de la tentación. (Occiso era un chanchito donado por algún paciente).

La sede episcopal, con varias habitaciones y pileta al fondo era el paraisito. Allí solían tocar la puerta amigos en situación de separación momentánea, o crisis de pareja. Y ahí estaba el “santo padre” bendiciendo sus llegadas, sin estigmas, sin reproches, tirándoles un colchón, compartiéndoles un ron; fumando y escuchando cual sacerdote los enredos maritales. (De eso también supo él y un día se lo vio partir hacía Río de Janeiro tras la huella de un amor, desamor).

Noches, nochecitas, atardeceres y amaneceres en Zaragoza. En cualquier momento ardía un fuego en ese quincho con cielorraso con telaraña crónica y larga mesa de madera a media altura, en la que había que reclinarse un poco para comer. ¡Donde estará esa bendita mesa!

En Fin. Aquel hombre arisco, de poca verba, bastante ensimismado, resultó ser un cultor de cálida hospitalidad. Los hijos que no había, éramos sus amigos, amigos de los amigos y/o compañeros de trabajo o conocidos de por ahí. Al día siguiente de alguna comilona se lo veía partir estilo “Carballo”. Chaqueta blanca y mocasines marrones, pantalones claros.

Finti era un sobrio, un bon vivant sin excesos (mejor dicho, sin codicia); no le prohíbas su tinto, su ginebra llave, su ron cubano, sus aguafuertes licuados, sus habanos, sus lecturas, sus músicas. Sus mates…y sus tostadas con manteca y miel de la mañana.

Hasta que una vez, por el 2004, 2005 “Carballo” picó llanta. Fue a veranear a su añorada Venezuela y escuchó truenos y refusilos en el cielo bolivariano. Y no dudó. “Me alzo, esta es mi revolución”. El tedio y la cómoda rutina hospitalaria no estaban hechas para él. Al menos yo, me había comido el amague. Finti tenía reservada una “finta”, finta que lo sacó de su Córdoba natal y lo llevó derecho a su segunda patria, Venezuela.

Volvió a la Docta, vendió Zaragoza (chau episcopado), abrazó a su gente, entre asado y asado, y apareció en Cumaná reportándose: “Aquí estoy, Comandante Chávez”. Aflora su mejor mística guevarista, el Carballo que vuelve a poner su cuerpo a una misión sanitaria, consciente y decidido a continuar “la guerra por otros medios”.

Lo que su admirado Che hizo con las armas, el Finti lo iba a hacer con la medicina para todos, lanzado al plan Barrio Adentro, bandera de la gestión chavista en el ciclo más floreciente de su gobierno.

Finti, con la salud tendiéndole emboscadas, no quiso partir sin dejar testimonio escrito de su experiencia venezolana. No podía ser de otro modo para un amante de la lectura, la escritura, la revolución.

El libro de llama Mision Barrio Andentro, Creación heroica. Dicen que al final su corazón funcionaba al 30 por ciento. Y yo soy uno de los que se quedó con un pedacito del 70 por ciento. Yo y unos cuantos más que hoy moquean en silencio su ausencia tan temida.

*Periodista, autor de “Ernestito Guevara, antes de ser el Che”. 

Fotografía Radio Cut

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