El acuerdo con el FMI está en manos de la administración Biden. Aspectos técnicos, financieros y geopolíticos de la negociación. Quién es quién en esta historia dramática para Argentina, desde Steven Mnuchin, David Lipton, Janet Yellen, Geoffrey Okamoto hasta Larry Fink del poderoso BlackRock.
Por Alfredo Zaiat*
Los dueños del FMI son las potencias económicas y dentro de ese selecto grupo el patrón principal es Estados Unidos. La orientación del pulgar, hacia arriba o hacia abajo, para entregar préstamos, definir nuevos programas o para cualquier cosa relevante del organismo multilateral la decide Estados Unidos, en especial cuando involucra su área de influencia (América latina), mientras que Alemania lo hace con la suya (Europa, como en el pasado caso griego).
Se trata de una definición fundamental para entender la dinámica de la negociación de un acuerdo con el FMI. Si no se capta la dimensión de que el Fondo no es sólo una tecnoburocracia sino que es, fundamentalmente, una organización de poder y que Estados Unidos es el líder de esa estructura de poder mundial, en el cual el poder financiero internacional es hegemónico, cualquier análisis acerca del acuerdo con Argentina queda descolocado o con comprensión fragmentada.
No se requiere una red de espionaje ilegal como la montada por el gobierno de Mauricio Macri para detectar cuál es la posición de Estados Unidos en la negociación del gobierno de Alberto Fernández con el Fondo Monetario. La expone diariamente la red de medios de comunicación de derecha alineados, con mayor o menor reverencia, a los intereses geopolíticos estadounidenses. Lo hacen con publicaciones diarias de artículos sobre el peligro de la expansión de China, la situación política en Venezuela, Nicaragua y Cuba y, en estos días, con la presidencia de Argentina en la Celac como contrapeso de la OEA, organización dominada por Estados Unidos. La lista continúa con el lobby a favor de las vacunas de origen estadounidense y con cualquier otra área de interés económico, tecnológico y de control regional estadounidense, como la expansión de la red 5G.
En la cuestión específica del acuerdo con el FMI, actúan de voceros acríticos de la posición de Estados Unidos.
Definido este contexto, en la actual instancia de tratativas para refinanciar la deuda con el FMI, Estados Unidos junto a sus tradicionales aliados rechaza un aspecto central del programa argentino: alcanzar el equilibrio fiscal en 2027, mientras que ellos proponen que sea en 2024.
No es una diferencia menor. El primer sendero fiscal es una apuesta a tratar de sostener un ritmo de crecimiento económico con el objetivo de mejorar el ingreso de las mayorías, mientras que el otro deriva en un fuerte ajuste recesivo con el consiguiente mayor excedente de dólares para garantizar el pago de la deuda de acreedores privados y la del propio FMI.
Debate técnico y definición geopolítica
El aspecto más visible de la intervención del Fondo está vinculado a la tarea técnica de ser auditor de los intereses de los acreedores privados, condicionando planes económicos de los deudores para asegurar la generación de los dólares necesarios para cumplir con los vencimientos de capital e intereses.
En el caso argentino, además, esa auditoría es para su propia acreencia que suma casi 45 mil millones de dólares, que por monto se ha constituido en el acreedor individual más importante con el atributo adicional de ser privilegiado, puesto que en la refinanciación de esa deuda no existe la posibilidad de quita de capital, reducción de la tasa de interés o extender el plazo a más de 10 años, como sí sucede en las reestructuraciones con bonistas privados.
Otro factor poco mencionado se refiere a que el Fondo resulta una pieza clave para subordinar países endeudados a la estrategia global de la geopolítica de Estados Unidos, a la cual se suman sus aliados más firmes (Japón, Canadá, entre otros).
En términos precisos, cuando se habla de corresponsabilidad del FMI por el préstamo inédito a Macri, lo correcto debería ser concentrarse en el papel que cumplió Estados Unidos para promoverlo y autorizarlo, y los motivos que hoy tiene para ejercer una dureza de la que antes carecía.
El Fondo como institución multilateral es corresponsable del fiasco del préstamo a Macri, pero en los hechos el principal corresponsable de ese desastre ha sido Estados Unidos con el resto de las potencias económicas actuando como laderos del patrón.
Estados Unidos no admite culpas
En ese sentido no es un dato insignificante que quien fuera el número dos del FMI, cuando Christine Lagarde era la titular, el estadounidense David Lipton, resistiera primero el crédito a Macri pero por orden directa del entonces secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, de la administración Donald Trump, lo terminó habilitando.
Lipton se retiró del FMI cuando Lagarde ascendió a titular del Banco Central Europeo y hoy es asesor de la actual secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y mantiene la misma dureza en la relación con la Argentina.
La severidad de Estados Unidos con el programa económico continúa dentro del directorio del FMI, y por eso fue uno de los miembros que rechazó la parte de la autorrevisión del stand by que dice que el staff técnico debería haber recomendado con más intensidad la implementación del control de cambios y la reestructuración de la deuda con el sector privado.
Ambas medidas Macri no las impulsó e igualmente el Fondo no frenó los desembolsos destinados a facilitar la salida de la deuda argentina por parte de los fondos internacionales y la formación de activos externos.
Con la prepotencia de saberse dueño del FMI, Estados Unidos no admite ninguna culpa por el programa fallido acordado con Macri, y desplaza toda la responsabilidad a la Argentina.
Por eso exige un ajuste fiscal más rápido de la economía convencido de que no tiene razones para ser flexible ni en un contexto económico global de pandemia, puesto que piensa que los responsables de hacerse cargo de los errores son exclusivamente los argentinos.
Así funciona la lógica del poder global y, en especial, la del poder financiero, que en Estados Unidos están separadas por un hilo invisible.
Quién es quién
El crédito relámpago entregado al gobierno de Mauricio Macri es prueba evidente de que la cuestión geopolítica está por encima de aspectos técnicos. Estados Unidos autorizó el mayor préstamo otorgado a un país por razones geopolíticas sin ninguna solvencia técnica del programa económico: el objetivo era evitar el derrumbe de una administración de derecha aliada que prometía frenar el avance del “populismo”, el cual identifica como la opción política que abre la puerta de América latina a sus dos principales “enemigos” en la distribución del poder mundial: China y Rusia.
No hubo discusiones técnicas rigurosas ni controversias a nivel político en 2018. Macri solicitó el préstamo en mayo de ese año para eludir el default de la deuda en moneda extranjera, que hubiera afectado a grandes bancos y fondos de inversión internacionales, y a las pocas semanas, el 20 de junio, recibió la aprobación de una línea stand by por 50 mil millones de dólares. Tal fue la relevancia política de esa asistencia financiera que a los pocos meses ese programa ya había fracasado y, pese a ello, fue rápidamente renovado por un monto mayor: 57 mil millones de dólares.
En la actual instancia de negociación existe un plan económico de relativa consistencia con ordenamiento paulatino del perfil de vencimientos de la deuda, pero sin sumisión geopolítica aunque no hay distanciamiento ni ruptura con el gobierno de Estados Unidos. Pese a que el recorrido económico-financiero debería ser lo más importante, Estados Unidos igual está demorando el acuerdo.
Esto refleja la preeminencia del ala dura política de la administración Biden, que es la misma que había en la de Donald Trump. El número dos del FMI por ahora es el estadounidense Geoffrey Okamoto, quien reemplazó a David Lipton y mantiene la misma aspereza cuando aborda el caso argentino. Okamoto dejará el cargo y su lugar será para Gita Gopinath a partir del 21 enero próximo.
La secuencia Trump-Mnuchin-Lipton derivó en la aprobación política inmediata del crédito a Macri, en cambio hoy el acuerdo con el gobierno de Alberto Fernández se estira en el tiempo y se terminará definiendo en la línea política estadounidense Biden-Yellen-Lipton-Okamoto-Gopinath. Como se puede observar, Lipton es el funcionario que se repite en uno y en otro capítulo de esta historia.
El caos brasileño de Bolsonaro juega a favor
Se supone que a ambas partes les conviene definir un nuevo programa de Facilidades Extendidas que implica la refinanciación de la deuda a diez años, con cinco años de desembolsos relativamente manejables mientras la economía crezca, concentrando los grandes vencimientos en los cinco restantes a partir de 2027.
Para la economía argentina el acuerdo despejará un factor financiero perturbador aunque con muchas condicionalidades para la política económica. Para el FMI significará dar vuelta la página más oscura de su historia de asistencia financiera a países, al tiempo que le permitirá erigirse en auditor permanente de la economía local.
Sin embargo, en el juego de poderes esta linealidad analítica puede toparse con intereses que relativizan los aspectos técnicos de un programa de Facilidades Extendidas.
Existen otras cuestiones que intervienen en la puja respecto a si Estados Unidos extiende la mano para cerrar el acuerdo o directamente empuja la economía argentina al abismo. Esto último no sería la primera vez: lo hizo con los gobiernos de Raúl Alfonsín y de Fernando de la Rúa.
En la cuestión geopolítica actúan dos factores contrapuestos. Por un lado, la presión de Estados Unidos para alejar los intereses económicos de China en la región, de los que no puede prescindir Argentina por las necesidades urgentes de inversiones y financiamiento que entrega la potencia asiática, mientras que Estados Unidos lo hace en cuentagotas y con muchas condicionalidades políticas y económicas.
A la vez, Estados Unidos no quiere sumar más inestabilidad en la región, teniendo en cuenta la imprevisibilidad de la administración Bolsonaro en Brasil. Para defender sus propios intereses en América latina tiene que evitar que Argentina, la otra potencia de América del Sur, descienda en un espiral de inestabilidad política, económica y social.
Larry Fink y los grandes fondos juegan en contra
Sin embargo, en ese juego de tensiones cruzadas geopolíticas de la potencia mundial interviene también un frente financiero complejo, el cual tiene como protagonistas a grandes fondos de inversión (BlackRock, Ashmore, Fidelity, Allianz, Prudential, Templeton, entre otros). Estos jugadores poderosos de las finanzas globales quedaron bastante golpeados con activos argentinos, primero con el festival de deuda y posterior megadevaluación de Macri, y después con la reestructuración de la deuda externa privada en virtual default liderada por el ministro Martín Guzmán.
No sólo tuvieron que anotar una quita de capital, reducción de la tasa de interés y extensión de plazos, condiciones que fueron avaladas por el FMI en una alianza táctica con la posición argentina, sino que los nuevos bonos que recibieron ya perdieron casi el 50 por ciento desde el momento en que empezaron a cotizar.
O sea, contabilizan un quebranto fenomenal con la deuda argentina en los últimos años. Para compensar parte de esas pérdidas necesitan que suban las paridades de los bonos. Aquí empieza a jugar la discusión del sendero fiscal.
La lógica ortodoxa predominante en el mercado financiero global indica que un ajuste fiscal acelerado hacia el superávit de las cuentas públicas mejora las perspectivas de cobro y, por lo tanto, suben las cotizaciones de los bonos. Sería una forma de acortar quebrantos. Por eso presionan para que el Fondo tenga una posición dura con Argentina, y lo hacen a través de Estados Unidos.
Estos fondos de inversión no perdonan que el FMI haya apoyado al gobierno argentino en la reestructuración, lo que también permite entender cuál fue la motivación del miembro estadounidense en el directorio del Fondo de no acompañar el capítulo de autorrevisión del stand by a Macri que menciona que se tendría que haber establecido controles de capitales y haber avanzado en la reestructuración de la deuda privada.
Son dos medidas que tienen la oposición de los grandes fondos de inversión internacionales, puesto que limitan la capacidad de acción de su propio negocio.
No es secreto que Larry Fink, el número uno del principal fondo internacional del mercado global, BlackRock, mantiene estrechas relaciones con la Reserva Federal (banca central estadounidense) y con la Secretaría del Tesoro. Otro dato clave para dimensionar la influencia de Fink en el gobierno de Estados Unidos es que Joe Biden, cuando estaba diseñando el gabinete económico, le propuso que sea el secretario del Tesoro, cargo que no aceptó para luego designar a Janet Yellen.
La posición dura que muestra Estados Unidos en el FMI para cerrar el acuerdo con Argentina se explica en parte por la influencia de Fink y el resto de los grandes fondos de inversión internacionales sobre la administración Biden.
Qué y cómo se negocia un nuevo acuerdo
Nunca antes hubo una asamblea política (Poder Ejecutivo y gobernadores) para debatir acerca de la marcha de la negociación de un acuerdo con el FMI. En general, en este tipo de tratativas dominaba el secretismo con una sucesión de misiones de funcionarios a Washington y de técnicos del Fondo a Buenos Aires.
Después de esas idas y vueltas se anunciaba la Carta de Intención acompañada con el Memorándum Técnico de Entendimiento. Ambos documentos establecen las condiciones económicas del país, los requerimientos de fondos, la descripción de las políticas, el cronograma de consultas (diarias, semanales, mensuales y trimestrales) del staff técnico del FMI, los objetivos a cumplir de variables macroeconómicas.
Entre estos últimos, se destacan el sendero fiscal, la meta de acumulación de reservas y la de financiamiento monetario de las cuentas públicas. Estos tres objetivos son interdependientes. El economista Emmanuel Álvarez Agis lo explicó del siguiente modo: “Un menor déficit fiscal basado en una reducción del gasto público tiene efectos no sólo sobre la magnitud del financiamiento monetario, sino también sobre el sendero de acumulación de reservas, debido a que un menor nivel de actividad implica un menor nivel de importaciones y, con esto, un mayor nivel de reservas internacionales”. Es lo que pide Estados Unidos.
La tragedia
El ministro Martín Guzmán escribió en su cuenta de Twitter: “Toda deuda condiciona, pero no hay nada que condicione más que la deuda con el FMI”.
La tragedia de tener de nuevo al Fondo como auditor y además acreedor privilegiado podrá verificarse trimestre a trimestre luego de la firma del acuerdo.
Cada tres meses vendrá una misión a revisar si se cumplieron los principales criterios de desempeño de la economía (fiscal, monetaria, cambiaria), después los evaluará el Directorio (o sea, revisión que realizarán las potencias, en especial Estados Unidos) para finalmente dar el veredicto.
Si no se cumplen las metas, se activará la negociación de una dispensa (waiver), lo que abrirá un nuevo escenario de incertidumbre económica y financiera durante ese lapso. Pero si se cumplen no terminará esta historia con una palmadita de los técnicos del FMI en la espalda del ministro de Economía y arreglando la próxima cita dentro de tres meses.
En esa misma misión evaluarán también si los objetivos trimestrales próximos están en condiciones de cumplirse. Si consideran que no es posible, sugerirán ajustes, abrirán un nuevo espacio de conversaciones, quedarán colgados los siguientes desembolsos y, por lo tanto, arrojarán a la economía hacia un escenario de inestabilidad.
Como se sabe y quedó expuesto arriba, cada una de estas evaluaciones tiene una faceta técnica, pero también un factor determinante acerca de los intereses geopolíticos estadounidense. En este juego de pinzas queda expuesta la tragedia económica y política para la economía argentina de estar ineludiblemente atada por años a las riendas del Fondo Monetario Internacional.
Fuente: Página 12. Imgen Rep.