“El odio propone descargarse con aquellos que tienen menos, pero a los que se los acusa de poner en peligro los escasos bienes y la identidad”, escribe Daniel Feierstein, autor del libro La construcción del enano fascista (los usos del odio como estrategia política en la Argentina).
Por Carlos Ulanovsky*
Dicen que cualquiera de nosotros, solo por ser argentinos, puede alojarlo en el lugar menos visible. Afirman que no es menudo, chiquito o diminuto, sino enano. Y también aseguran que es un enfermo, pero no de enanismo sino de otra enfermedad grave, el fascismo. Daniel Feierstein escribió el libro La construcción del enano fascista (los usos del odio como estrategia política en la Argentina) y en charla con El Cohete a la luna dijo que se propuso analizar las lógicas del fascismo y que tomó la ya tan común expresión apenas como motivo.
Los que, como quien esto firma, busquen el verdadero origen del calificativo verificarán que hay dos pistas. En plena guerra de Malvinas, en junio de 1982, la periodista italiana Oriana Fallaci entrevistó al general- dictador Leopoldo Galtieri. Esa es una. La otra ocurrió cuando en 1983, en su programa Tiempo Nuevo por Canal 13 Fallaci fue entrevistada por Bernardo Neustadt. Una curiosidad es que, en las transcripciones disponibles de los dos reportajes – durísimas ambas – la frase tal como la venimos escuchando y utilizando hasta hoy (“Los argentinos tienen adentro un enano fascista”) no figura en boca de la aguda cronista, y menos en las de sus interlocutores. Eso no quiere decir que la patología no sea real. Vaya si existe.
Es particularmente oportuno leer el libro porque nos alerta sobre posibles vestigios de este azote que cada tanto golpea a las puertas. Feierstein (doctor en ciencias sociales por la Universidad de Buenos Aires , investigador del CONICET y docente universitario ) advierte esos rasgos en las barras bravas del fútbol; en las patotas barriales articuladas de modo más o menos difusos con el narcotráfico y las fuerzas de seguridad; en los grupos que muestran activa oposición a las políticas de género o que ejercitan la práctica de la delación, que el autor ubica en el 2017 con la campaña enfocada contra los docentes llamada ‘ Con mis hijos NO’.
Y suma otros aspectos capaces de hacer flamear las insignias fascistas: legitimar la dominación de los sectores de poder; profundizar la distribución regresiva de la riqueza; operar a favor del capital transnacional y globalizado; alentar la concentración mediática que conduce a la limitación del ejercicio del periodismo y, como si fuera poco, dañar la capacidad organizativa de los sectores populares y hostigar y perseguir a grupos de población a los que se responsabilizan de distintas frustraciones y carencias.
En contextos de crisis, situación tan habitual y reiterada entre nosotros, el resentimiento y el temor a lo desconocido acentúan y re dirigen las frustraciones de estos sectores hacia grupos sociales que resultan accesibles y vulnerables. “Nos quitan los trabajos”, claman; “utilizan los servicios públicos que nos corresponden”, acusan.
Feierstein agrega: “La culpa es del que tiene menos que nosotros, del planero, de las embarazadas de los barrios populares que tienen hijos para cobrar un plan, de los miserables que con la ayuda que reciben del Estado se estarían robando nuestro bienestar”. La ecuación es clara, reveladora y tremenda: “El odio propone descargarse con aquellos que tienen menos, pero a los que se los acusa de poner en peligro los escasos bienes y la identidad”, escribe.
Posterior a la lectura del libro, que, además, trabaja y aborda otros variados temas, El Cohete planteó algunas preguntas al autor.
–¿Tenés idea si, como ocurrió con gorila (otra expresión nacida en estas latitudes y luego exportada) enano fascista se adoptó en otros países?
–Nunca la he escuchado, pero tampoco llevé a cabo un proceso de investigación más profundo.
–Caracterizás al “enano fascista” como una construcción. ¿Podés ampliar la idea?
–Precisamente, la elección del motivo “enano fascista” buscaba desmontar la naturalización que implica la idea de que “los argentinos tenemos un enano fascista adentro”. El concepto de construcción busca señalar que no se trata de un fenómeno natural, que el odio requiere ser pacientemente construído en cada uno de nosotros, que ni los argentinos ni los seres humanos nacemos con un “enano adentro”, sino que hay una política deliberada para crearlo y alimentarlo, para generar modos de proyección de nuestros fracasos y rencores que las transforman en reacciones fascistas y que eso no tiene por qué ser así, que puede perfectamente ser de otra manera.
–Enano fascista, ¿se nace o se hace?
–Es algo que se construye. No existe como tal, sino que es la capacidad de utilizar lo peor de nosotros en busca de deshumanizar a los demás y quebrar la solidaridad y las formas de cooperación que también existen como parte de nuestro modo de ser.
–Decís en el libro que el enano fascista tiene algún origen en la dictadura cívico militar de los años 70. ¿Crees que también pueda tener que ver con el odio al peronismo, con el grafiti ‘Viva el cáncer’ que celebró la enfermedad de Evita o con los bombardeos de junio de 1955?
–Efectivamente, la utilización del odio en Argentina se vincula a los movimientos populares. A fines del siglo 19 y comienzos del siglo 20 el odio se centraba en los inmigrantes y el comunismo, elementos que buscaban igualarse para considerar a cualquier respuesta popular como extranjerizante y antiargentina. A partir de los años 50 ese odio se va a retraducir como antiperonista y se abatirá sobre los “cabecitas negras”, la migración interna. Sin embargo, la traducción de ese odio en violencia, por lo general se expresó a través de las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad o de grupos más aristocráticos, como la Liga Patriótica en su momento o la Guardia Restauradora después. Si bien surgen algunos grupos fascistas en las décadas del 50 y del 60, por lo general remitían a las fuerzas de seguridad, a la organización de sectores jóvenes provenientes de familias aristocráticas o a grupos marginales de “mano de obra desocupada”.
La organización de sectores medios y medios bajos que busquen actuar su odio a través de la agresión a determinados grupos de población es algo que no tuvo fuerza significativa en la Argentina y que constituye uno de los elementos fundamentales de las prácticas fascistas.
Esto es lo que comienza a verse a partir de las reacciones ante lo que llaman “las políticas de género”, en las campañas de denuncia a docentes que buscaban discutir en clase la gravedad de la desaparición de Santiago Maldonado, en las agresiones en la vía pública a quienes se señala como “kirchneristas” o “ comunistas”, en los linchamientos ante una situación de inseguridad, conjuntos de acciones que los argentinos no hemos vivido ni siquiera en la última dictadura, que fue genocida pero que no movilizó a la población en un sentido fascista.
Esta nueva capacidad de movilización reaccionaria, todavía incipiente, pero con más y más llegada a muchos sectores medios urbanos y también a distintos grupos rurales agrupados bajo el significante “el campo” es lo que comienza a preocuparme y me ha llevado a encarar el proyecto de este libro.
–La figura, reciente, del llamado ‘odiador serial’, centrado en su hostigamiento a la cuarentena, ¿es equivalente al enano fascista?
–En muchas respuestas anticuarentena en distintos lugares del mundo se articulan lógicas fascistas. Pero no me convence el término de ‘odiador serial’, porque pareciera poner el odio en un ser esencial que vendría a ser “el odiador”. Por el contrario, lo importante es comprender lo que llamo la “utilización política del odio”, que es una estrategia que busca aprovechar las frustraciones y resentimientos de cualquier sujeto, de cada uno de nosotros. No se trata de oponer a los que odian y a los que no, sino comprender que cualquiera de nosotros puede ser cautivado por esas lógicas, que se trata de prácticas sociales que buscan sumar a distintos sujetos. Y que un familiar, un amigo, un vecino, o nosotros mismos podemos asumir, en determinados contextos, comportamientos que se articulan con las propuestas fascistas, muy en especial cuando deshumanizamos al otro. Y pensar que el que odia siempre es el otro, una especialización del otro que no busca comprenderlo. Y sin comprensión, no hay modo alguno de revertir esas prácticas.
La serpiente puso un huevito
En el capítulo final del libro se aborda el peligro siempre presente del huevo de la serpiente, la idea que el director Ingmar Bergman convirtió en una película memorable centrada en la situación de la Alemania pre hitlerista en donde, de la mano de una situación económica y social que provocaba tanta angustia como indiferencia, se va formateando, inevitable, el tiempo político que se aproxima. Uno de los protagonistas del film dice: “Cualquiera puede ver el futuro, es como el huevo de una serpiente, porque por su fina membrana se puede advertir ya al reptil en su interior”.
Feierstein reconoce la amenaza. “El enano fascista asoma la cabeza y daría la sensación de que seguimos pensando que es débil, que es marginal, que es incluso risible…Si creemos que para conformar un frente antifascista necesitamos constatar que ha llegado una persona de bigotes que alza el brazo y grita en alemán, si necesitamos que cree un partido único que se identifique con una cruz svástica, poco habremos entendido…Es llamativo que un humorista como Diego Capusotto quien puede tener, a través de la sátira, un registro más profundo de los riesgos argentinos contemporáneos, con personificaciones presentes, hace ya bastantes años en la figura de Micky Vainilla, representante de un fascismo ‘cool, para divertirse’ que, paradójicamente, va avanzando en muy distintos espacios”.
Y concluye: “El fascismo comienza a despertar de modo significativo en distintos puntos del globo y, por primera vez en su historia, comienza a calar con fuerza en importantes capas populares de América Latina. Enfrentarlo colectivamente ahora, cuando todavía resulta posible, es una necesidad para la compleja, multifacética y enriquecedora militancia de la Argentina”.
Bonus
Cuenta Feierstein que la coronavirus obligó a suspender un par de presentaciones públicas de su libro previstas para la postergada Feria del Libro de Buenos Aires y en otro ámbito. El dato dio lugar a una última pregunta:
–La pandemia, ¿pone al mundo en riesgo de fascismo?
–Creo que no puede pensarse el mundo, sino cada región y cada país. La pandemia puede desatar mucho sufrimiento, crisis de distinto tipo (económica, afectiva, otras) y el fascismo se alimenta precisamente de nuestras angustias y nuestros miedos. En ese sentido puede constituir una oportunidad, como las apelaciones de Trump al ‘virus chino’, las conspiraciones antisemitas que difunde la derecha, pero a veces también compra la izquierda o la estigmatización de los llamados, eufemísticamente, ‘barrios populares’.
Sin embargo, también la pandemia puede ser una oportunidad para comprender la importancia de las normas de cooperación, la necesidad de articular esfuerzos para enfrentar la crisis, la relevancia de un Estado presente tanto a nivel económico como sanitario. Las crisis movilizan posibilidades de cambio, pero el sentido de dichos cambios dependerá de lo que cada uno de nosotros sea capaz de hacer con ellos, tanto a nivel micro como a nivel social. No me gustan los pronósticos apresurados que imaginan relaciones demasiado simples en procesos complejos. Ni el “golpe de Kill Bill” al capitalismo que imagina Zizek ni la imposición inevitable de formas de vigilancia digital que augura Byung Chul Han o el crecimiento imparable del fascismo.
Las formas de responder a la pandemia serán construídas por cada sociedad y pueden involucrar respuestas muy distintas. Es importante recuperar nuestra capacidad de incidir en la realidad y comprender que nuestra vida es el producto de nuestras acciones. En este caso, para que vuelva a ser así, dependerá de lo que haga cada uno de nosotros.
*Publicación del sitio elcohetealaluna.com|
www.prensared.org.ar