Racismo y opresión capitalista. Black Lives Matter (BLM) o las vidas negras importan es un movimiento internacional originado en las comunidades afroamericanas en 2013 cuando absuelven a George Zimmerman por el asesinato del joven Trayvon Martin. “¿Cuántas palabras se necesitan para construir un poder ideológico inapelable? ¿Mil, cien o tres? Black Lives Matter. O cuatro: Las Vidas Negras Importan”, interpela y ahonda desde diferentes miradas el brutal racismo en los Estados Unidos.
Por Juan Montaño Escobar*
La frase Black Lives Matter está pensada, sentida y relacionada con quienes sabemos y argumentamos que las vidas negras no son promesas electorales de la clase política de los países de las Américas. Saber para narrar; saber para educar.
A veces me inclino a pensar que mucha de nuestra gente está usando la palabra “revolución” con descuido, sin considerar cuidadosamente lo que significa realmente esa palabra y cuáles son sus características históricas.
Malcolm X[1]
De la rabia entripada al Black Lives Matter
Alicia Garza estuvo escupiendo algodones todo ese sábado y el desasosiego no la abandonaría en las horas siguientes y más bien caía en un odioso desánimo para saltar de inmediato a esa rabia entripada y cenicienta que alcanza a cualquiera que siente como propia la injusticia ajena. Era el 13 de julio de 2013 y Oakland mostraba la plenitud de su verano, pero ella no estaba para esos detalles. Un jurado había declarado no culpable a George Zimmerman del alevoso asesinato de Trayvon Martin, en Sanford, estado de Florida. Achille Mbembe lo explicó así: “El terror y el asesinato se convierten en medios para llevar a cabo el telos de la Historia que ya se conoce”[2]. A veces hasta el amor molesta si no alcanza para amainar el enardecido cimarronismo militante, se cumplía, como otras veces, el propósito necrológico de la sociedad dominante estadounidense. Alicia hizo del Facebook un breve palenque personal: “Black people. I love them. Our lives matter. Black lives matter”[3]. La crisis emocional fue comunitaria y fue orgánica en vez de organizada. Patrisse Cullors tuvo parecidos sentimientos y los condensó en el hashtag como respuesta ontológica: #BlackLivesMatter.
Ese mismo sábado en Nueva York, Opal Tometi el tiempo antes de dormir lo había completado mirando el filme de Ryan Coogler, Fruitvale Station[4], ella no imaginó que la chispita de irritación que le dejó el filme encendería su pradera emocional cuando leyó y percibió la intensidad de la etiqueta “explícitamente negra”. El tope de sus emociones (rabia, desazón, vehemencia) no se detenía en las redes sociales, porque la necesidad de reafirmar el sencillo acto de valorar la vida de las personas negras se convertía en un acto descomunal y desesperado al contender con las instituciones del Estado. Principalmente con la policía y los organismos de justicia. Alguien que era humanamente evidente se le disminuía su indiscutible derecho a preservar su vida, porque era identificado como ‘negro’ o ‘negra’. La sobrevivencia estaba condenada por la coloración de la piel; por una reacción bioquímica de hace cientos de miles de años. No importa el Ser si la vida es destruida por el capricho asesino de unos tipos jerarquizados como ‘blancos’, como se dice en sus textos venerables “son por sí mismas verdades evidentes”. De repente el puño se alza y la rodilla va al piso, el gesto es tan viral como el salmo ético del trío de mujeres negras: Las Vidas (de las Personas) Negras Importan.
Ismael Rivera, desquite estético
“Son las verdades que la vida reta, pero que llevan por dentro mucho amor”[5], se cantaba con parecida intención por acá. Y por allá. Ismael Rivera oralidad salsera dejaba el sencillo mensaje, pleno y bombea’o. Todavía se canta por la fuerza de la costumbre y por la sospecha que la sociedad dominante suele volver con las mismas narrativas raciales jerarquizantes. Aquella está en su oficio secular de opresor-despojador de ánimas pensantes, de mentes deliberantes y de extractor del producto de los cuerpos trabajadores. Las vidas negras importan y siempre importaron, pero también por su belleza. Y además son vidas como otras vidas. Fue un desquite estético con el ritmo de los cuerpos y el aviso a los espejos. Es el reto planteado por la filosofía opresora de los grupos sociales racistas, en los países americanos, cuestionar existencias y presencias con el poder armado activo. Estatal y paraestatal. Brasil y Colombia, por ahora al tope de la escala criminal contra personas negras. De los otros países apenas se sabe, incluido el Ecuador, porque esas noticias son crónicas rojas o slum chronicle. Y están al fondo y a la derecha de los diarios. Literalmente, por cierto.
La disconformidad de Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi pudo ser parte del apresurado café de la mañana siguiente y hasta ahí. Y no más, si no las alcanza el imprescindible axê de Stephen Bantu Biko. Este hermano la dejó cafeínica y sencilla: “El arma más poderosa del opresor es el espíritu del oprimido”. O sea que el raquitismo de nuestras siembras culturales consolida al grupo social hegemónico. El no ánimo o el desánimo del común de los oprimidos causa debilitamiento del poder de la palabra cimarrona.
¿Cuántas palabras se necesitan para construir un poder ideológico inapelable? ¿Mil, cien o tres? Black Lives Matter. O cuatro: Las Vidas Negras Importan. El espíritu del oprimido deja de serlo en el preciso instante del cimarronismo evolutivo por fuera del valor y del límite de las imágenes diseñadas para él por la sociedad dominante. Entonces, es solo espíritu. Liberado y liberador, si caben adjetivos en la ancha cotidianidad urbana. Sin embargo de aquello, un cambio está por llegar [6]y las periferias se convertirán en el centro revolucionario de las comunidades esclavizadas en este siglo XXI. O al menos superaremos nuestros conflictos Casa Adentro (y Casa Afuera con las alianzas). Más temprano que tarde. Así será.
La calidad semiótica de la Palabra suelta
Ese día que Stephen B. Biko se miró al espejo y redescubrió su humanidad, supo de su pequeña inmensidad o su amplitud sin más fronteras que quienes atajan el estirarse infinito de la sangre o quisieran que se desligara de su Estar-Bien-Colectivo (Ubuntu). Su humanidad cuestionada al minuto de estar en cualquier calle de Ciudad del Cabo (Cape Town), Sudáfrica. Pensó. Observó por la ventana y comprendió que la Palabra suelta es también un medio semiótico, para revolucionar aquello que los ojos ya no perciben después de miles de miradas. S. Biko debió pensarlo y fue el pensamiento de millones de personas, en los ghettos, en las barriadas de calles polvorientas o en el instante cumbre de la indignación: “la conciencia negra es una actitud mental y una forma de vida, la convocatoria más positiva que ha emanado del mundo negro en mucho tiempo”.
Esa actitud prevista por Biko del Ser que supera al No-Ser se convirtió en el Black Lives Matter. Una conversión revolucionaria prevista por V. I. Lenin, para quien una revolución se da “cuando los de arriba ya no pueden, cuando los de abajo ya no quieren”. No del tamaño histórico, en política, que él suponía, sino del imaginario cultural que las Comunidades Negras americanas y de la Diáspora proponen a la totalidad humana. Y también es asumido combativamente en las calles.
El turno de Jairo Varela
La palabra, gráfica o fonética, tiene el poder de la persistencia en las existencias y así sostienen, en la memoria colectiva y cotidiana, la resistencia, para liberarnos de la no-existencia y volver, por siempre, a la re-existencia. Alicia, Patrisse y Opal no imaginan el infinito cielo de tambores, con sus significaciones ’y (el) cómo pudo renacer en este mundo sin poder (y) desde la nada hoy canta el colectivo (JME) el nuevo amanecer’[7]. Y si no es nuevo se lo está inventando con estos signos de otros tiempos en estos tiempos. Importa la comunicación de una verdad sobreentendida y al mismo tiempo, ¡negada! La negación es necrófila. La vida (Negra) importa porque dinamiza el repertorio de derechos para prolongarla con todas las posibilidades de los procesos civilizatorios, hasta que son negados y se rebaja su importancia a una asfixiante rodilla sobre la nuca, a balazos despiadados o al brutal estrangulamiento. ¿Desde cuándo lo evidente es lo único que no es evidente para la sociedad hegemónica blanca? Desde el ‘ayer que fue’ y el ‘ahora mismo que es’ cuando las vidas son jerarquizadas, en ciertos límites ideológicos que tienden a extremarse a cierta ‘perfección sublime’ y a una imperfección rústica (popular, folclórico), valoradas por signos y significados biológicos, por la localización geográfica, por religiones consideradas verdaderas y también por aquellas invenciones antropológicas. Más claro, el racismo cambiante.
El don cimarrón de la Palabra liberadora
Es la palabra (mediante este singular suscribo toda la pluralidad de grafías y sonidos) que concentra, produce, conduce e induce a una comunidad de palabras, de más voces, de más expresiones catalizadoras de emociones, entusiasmo y finalmente acciones. Es el don de la palabra. El awọn akọtọ[8]. El Abuelo Zenón explica los alcances de esas cinco palabras: “La palabra que ilumina y devuelve la dignidad al corazón de los hombres y mujeres que buscan frutos en las raíces, es una virtud que se recibe cuando se nace”[9]. Aquello exactamente cumple la acronimia BLM (Black Lives Matter o (Las) Vidas Negras Importan) de Alicia, Patrisse y Opal. La palabra (insisto en el singular) escrita suena, tiene su ritmo emocional, su estética sonora combativa, su desvelo esperanzador y su trova íntima que no defrauda la propia humanidad. “La palabra es, quizás, uno de los medios semióticos más poderosos para incrementar el dominio de la interacción comunicativa (negrita y cursiva de JME), pero también permite a los participantes en el habla reflexionar sobre la palabra misma y sobre las interacciones del habla”[10]. El trinomio fraseológico es perfecto.
El trío de hermanas comprendió muy bien el axê de S. Biko y para este siglo XXI se hizo multitudinario con apenas tres palabras concienciadoras. La gente blanca algo percibió como eco de la conciencia extraviada, al menos ocurrió en una mayoría, en Europa y Estados Unidos. (En la América Latina no sé). Por allá se activó un chininín de humanidad y se sintieron colmados de cierta indignación, mujeres y hombres, por los crímenes de sus policías. Son las policías de la población blanca de cualquier país y es reflejo pavloviano, por cierto. Esas policías, en la mayoría de países (incluyamos a las chotas de Brasil y Colombia al tope de la lista criminal), es el brazo asesino del cuerpo social opresor. En el entrevero de pensamiento y sentimiento, en algún tiempo de todos estos tiempos al fin lo entenderán, entonces, sí la revolución tendrá nicho en sus mentes. Valdría anticiparnos a esa fecha con los versos de Bob Marley: “Cuando la mañana se junta con el arco iris/ Quiero que sepas que soy un arco iris también/ Por lo tanto, al rescate aquí estoy/ Quiero que sepas solo si tú puedes/ Mi punto de vista (es) saber, saber, conocer, saber, saber”[11].
El palenque (o el quilombo) va con los caminantes de prisas criminis
Una ciudad con sus bares para las pausas en el vivir, con sus oficinas que complican o resuelven purgatorios sociales, con los apresurados adictos al tiempo que siempre falta no se sabe por qué, con el “carro que pasa muy despacito por la avenida, no tiene marca pero todos sospechan que es de la policía”[12], se confirma pronto cuando la tripulación selecciona al único negro, de aquella ciudadanía transeúnte, para exigirle el documento de identidad porque sospechan de sus prisas. Aunque no hacía falta ‘identidad’ porque esa es la importancia lombrosiana para los micro linchadores uniformados con el sentir del Estado que criminaliza vidas negras. Carlos Angulo Góngora, un día en Bogotá, asumió con su voz aquella de millones de anónimos caminantes urbanos: “Las prisas de los negros son delitos y las de los blancos agenciosos apresuramientos”[13]. Hay días o noches en los cuales el palenque o el quilombo son de una sola persona cuando está en sitio y a la hora correcta. Para la policía es equivocado ese tiempo y ese espacio. O la gente lleva el palenque o el quilombo consigo y en pie de resistencia. Y con la palabra cimarrona suelta y afilada. Basta y sobra para la inteligencia emocional y solidaria del antirracismo proletario.
Salir de casa a la hora del sol naciente, es metáfora fehaciente del amanecer más temprano al chorrito de oportunidad que lagrimea la crisis, mi gente con el axê en los labios. La fe práctica y manual podría convertirse en el arma más peligrosa de mujeres y hombres negros; todavía no lo es. Es de esas tradiciones que sostienen humanismos así el neoliberalismo tenga el rostro de todas las desesperanzas juntas; una por una, calle por calle andada y vuelta a andar sin encontrar la “Madre de Dios” se cocina a fuego el descontento comunitario. El descontento educa o enseña a millones que activan memorias de otras luchas desconocidas, porque fueron historia sin libros y aunque no vencieron sí convencieron por la palabra suelta. Ahora es la geografía urbana el campo inmediato de la lucha de clases. Al momento la raza es la clase social. Oralidad preservadora de la existencia antes, ahora es educación liberadora para defender cada centímetro cúbico de humanidad negra asaltada y asesinada en las ciudades estrechas o anchas, pero con frecuencia ajenas. Y deshumanizadas por las confrontaciones que están en el aire. La frase Black Lives Matter está pensada, sentida y relacionada con quienes sabemos y argumentamos que las vidas negras no son promesas electorales de la clase política de los países de las Américas. Saber para narrar; saber para educar. “Esta relación se alimenta en una ley ancestral (negritas y cursivas de JME) que manda a los guardianes y guardianas de la tradición: Enseñar al que llega buscando”[14].
El dolor verdadero es negro
No es marzo como en el de Art Blakey. Blues March. Y sí es “la jungla de cemento”, en este agosto, del 2020, así pregona la salsa clásica de Héctor Lavoe. Este año que transcurre parecido a calificación escolar de excelencia, pero es brutalmente al revés. Mala, sin apariencias. La crisis política devolvió a las Américas urbanas a la economía de neo plantación. Es el neoliberalismo de frac, de tabaco y Chanel. El dueño de la plantación amaga estar ausente y sus mayorales son implacables con la juventud negra, poco importa el andar sencillo de quienes parecen escuchan los consejos de viejos, el caminar “por una cuerda finita” según René Pérez o el swing arrebatao como marca barrial. Eso es calle crítica y lo manido del racismo libera el miedo social en las ciudades estadounidenses, brasileñas y colombianas. Y también en los territorios rurales, No sé, pero elija el país y averigüe. ¿El miedo de quiénes a quiénes? ¿O hay un ranking de quienes se asustan de las dreadlocks?
Hay una izquierda crepuscular, con cosquillas por la consciente desubicación, teoriza sobre realidades aprendidas al braveo con aquellas que tiene en la punta de la nariz, pero comprendidas con invenciones teóricas atribuibles a los empolvados bustos de sus recintos de estudios. Es clásica esta izquierda, elegante manera de decirle arcaica. Ella “no siente con las comunidades negras el dolor verdadero”[15] que debería sentir con y por el aliado más próximo que jamás ha tenido, sin importar quienes a título personal portaron credenciales específicas. Izquierda es una corriente política, tuvo sus tiempos de riada y tuvo sus tiempos de hilo de agua insignificante. Pero es un valor conceptual cimarrón saber las historias de los pueblos y que todo lo aprendido “sea una guía para las acciones y no dogmas dirigenciales”. Siguiendo con Antonio Preciado, que sus “estrellas sean de las más altas y ardan en los lugares de mayor desolación social”[16] en estas oscuranas neoliberales víricas. Está es la encrucijada: o la izquierda brilla con sus estrellas simbólicas o ellas son los símbolos de sus tropiezos estelares. No olvidemos el pedido desesperado del hermano George Floyd, Jr, en Minneapolis, I can’t breathe. (“No puedo respirar”). «Y sin embargo todo el mundo quiere respirar y nadie puede respirar; y muchos dicen ‘respiraremos más tarde’. Y la mayor parte no mueren porque ya están muertos»[17]. Hay razones que no se ahogan en el aguaje del tiempo, la juventud universitaria de aquel Paris, del sesenta y ocho, aún las tiene respirando; no importa la edad y los achaques.
¿Negro fuera el día, negra Mona Lisa?
La ciudad, cualquiera que sea, es conglomerado de afanes, ajetreos humanos en los intersticios de las contradicciones sociales. Unos van a lo suyo, eso que está ahí y parece indisputable, porque lo garantiza el privilegio de raza y de clase social. Otros están por el ¡ay, bendito! En versión puertorriqueña, pero ese léxico alcanza para la geografía humana americana y es el resultado del neocolonialismo con sus estropicios económicos causado por bandidos de hablar difícil y robar fácil. Estos encorbatados malhechores escriben en periódicos o pretenden explicar a través de la pantalla LED (¡vaya a comprender el laberinto incomprensible de sus sentencias de muerte!) del mal que se van a morir los pobres. O sea la negritud empobrecida.
Roberto Angleró, rebozando la oralidad directa del Caribe, puso sobre la mesa del debate este bembé esencial rotulado de tal manera que no dejaba dudas: Si Dios fuera negro. Verdad metafórica, porque si lo fuera no sería necesario el Black Lives Matter en la calle endurecida. Estas hermanas (Alicia, Patrisse y Opal) nos comprometieron con una narrativa viral (por el tamaño y la propagación), diminuta, pertinaz, sencilla y bella. Y por el impacto comunicacional alejan dudas y acercan conversaciones calienta neuronas, afloja lengua o inventan el mejor jenjeré[18] sin reparos. Roberto Angleró apretó hasta la asfixia al dogma y colectivizó hasta el límite del surrealismo nuestra imaginación reparadora: “Negro fuera el día/ Negro fuera el sol/ Negra la mañana/ Negro el algodón, compay”[19]. Y decidió que al fin se podría saber por dónde se le cuela el agua al coco: “Negra la azucena/ Y negra la tiza/ Negra Blanca Nieve/ Negra Mona Lisa”[20].
Tres palabras para resumir la Historia
Aquel Getsemaní veraniego, difícil y neoyorkino de Alicia Garza resumió millones de miradas detenidas y desesperanzadoras, contemplaciones sin más emoción que un blues perpetuo por allá o en un alabao sin fin por acá, en resurrecciones de una sola línea, tan corta como para quitarle el record a Augusto Monterroso (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, resumió el siglo Monterroso). Mientras las hermanas sintetizan: Las Vidas Negras Importan. O Las Vidas Negras, Importan. Ellas extienden la siembra, en la memoria colectiva del planeta, de esta semilla sin importar si es fértil o árido el terreno, sin importar las aguas milagrosas o los soles secadores hasta de los pensamientos más íntimos. Y este descontento anímico y revolucionario ya es temprana cosecha, en las ciudades del mundo. Cabe sentirlo como un acto transcendente de reparación concentrado en pocas palabras que jamás serán corroídas por ningún olvido y tienen discursos para todas las Comunidades Negras de las Américas y de la Diáspora.
Las tres palabras importan una descomunal narrativa que el maestro Juan García y Catherin Walsh explicarían así: “Hay muchos cuentos (Pàtàkì[21], JME) para explicar el nacimiento de la libertad y su guerra contra el amo, contra el antagónico, contra el opresor. El amo nunca toma centralidad o protagonismo en la memoria porque no es de nosotros. Eso es lo que implica mirar la historia desde la resistencia. No grabar en la memoria colectiva los hechos que vienen de los otros, es parte de la resistencia histórica de las comunidades de origen africano”[22].
Aquellas tres palabras resumen historias, muchas historias, de resistencia en las ciudades de cualquier país de las Américas, en los mediodías despiadados o en los atardeceres del desamparo cuando por fin se entiende que el Estado es un aparato político inservible para la gente negra de ese preciso territorio. La desobediencia de ahora tiene origen histórico en la plantación o en la hacienda, en “el acto que instituye la conciencia”[23]. El encargo ancestral está ahí: “la generación de ahora tiene que repensar la historia, volverla a ver, volver a ser desobedientes. Esta es la generación (de Alicia, Patrisse y Opal, JME) que más trabajo tiene con respecto a la autoreparación”[24]. Ellas no crearon una organización, ellas reorganizaron la resistencia desde la cognición cimarrona.
Ahí mismo, con nuestra historicidad, de allá (Estados Unidos) y de acá (la costa Afropacífica Colombo-ecuatoriana) aquello que es por afinidades incesantes, por el proceso civilizatorio implícito, por las circunstancias individuales y colectivas, por esas sincronías y diacronías y por nuestras hermenéuticas filosóficas[25] se vuelve Rap (Rithm and Poetry) o contrapunteo. A veces con más ritmo, a veces con más poesía, a veces no tiene un mínimo de las dos, pero tiene la fuerza de justicia demandada, exigida. “El rap es una experiencia de libertad, nadie dice lo que hay que hacer, se hace lo que se hace porque se siente, […] son instrumentos de lucha y de resistencia en muchas formas y alcances, desde el propósito de construirlo y construirse así mismo cotidianamente,…”[26]
La bonita militancia
Las hermanas Alicia, Patrisse y Opal no sugieren aquello que debería hacerse, sino a sentir en la piel de humanidad el dolor de cualquier humano; ellas proponen una bonita militancia para pensar y actuar por la imprescindible evidencia de sentir que nuestras vidas, certeramente, importan. Y aquella de cualquier otro humano de cualquier geografía. En Brasil, Colombia y Estados Unidos el valor de las vidas negras está a la baja de acuerdo a los organismos policiales de esos Estados, en el resto de países de la Américas esta sutil epidemia antiética recién empieza. Un asesinado en Honduras, otro en Ecuador y así está el goteo de destructivo de nuestras vidas.
¿Una moda de 500 años?
Mi ciudad se llama Esmeraldas y pudo parecerlo, por el verde material y por el verde espiritual; por el verde filosófico y por el verde de nuestra resistencia política. Nombre colonial cambió a liberador por la territorialidad ancestral. Hoy mucho de ese verde es recuerdo, es temor y es intranquilidad del sueño más propicio para la vida. Este jazzman[27] cree que no es el rojo es el verde que define la inmediatez existencial. O el iwa laaye. O el hecho mismo de existir, en yoruba. Y cuando uno cree que ya ha escrito suficiente sobre el BLM, en la cercana cancha de básquet, las baffles convierten la tarde en un estruendo sonoro, pura salsa choke. Los jóvenes de 3 D Corazones ‘la empiezan a reventar’ con aquello de Los negros están de moda. ¿Ser negro es una moda o un modo cultural de vivir? ¿Celebración del Ser- Negro o jodedera banal? ¿Una moda de 500 años o la asunción de un cimarronismo rebelde y distendido? ¿Fastidiar a los racistas desde la habilidad para chocar caderas ‘sin censuras’?
3 D Corazones, desde su comprensión de la moda o desde su swing barrial afropacífico, proponen una celebración simple e irredenta de la negrura y de la negritud. Mientras Alicia, Patrisse y Opal ya sembraron en el planeta una New Thing que no deja a nadie indiferente, los jóvenes afrocolombianos sueltan un sandungueo free que no contradice la narrativa de la acronimia BLM. Negrura y negritud en festejo salsero. Formidable jenjeré para el tema de la piel, el pretexto mortal bien pensado, construido y ejecutado por el racismo de las sociedades hegemónicas. También se afirma aquello de ‘color, conciencia y cultura’, definición de negritud del Maulana Ron Karenga. ¿Otra forma de New Black Music? Aquel que podía responder a esta pregunta falleció hace unos años, Amiri Baraka[28]. Al final nada es tan fino o tan grueso depende de la percepción de la sabiduría colectiva.
Las matemáticas de Black Lives Matter
¿Cuál es el valor de las vidas negras? Ninguno. No hay valor apreciable. El valor es infinito, incalculable; comienza por el respeto absoluto a nuestras vidas y termina en la permanente integridad de nuestra persona; menos que aquello es la categoría disminuida de ‘personaje’. Estimar nuestras existencias, porque no hay color, cualquiera que sea, que difiera alguna importancia. Hoy, todavía, lo negro atribuido a seres humanos no solo presume un color, algo simple y evidente, sino es la clasificación del Ser. Valorar nuestras vidas negras, desde el No-Ser, reúne factores conceptuales negadores de la justicia a vivir y a existir con la plenitud exacta del derecho de todos los humanos constituyentes de la humanidad. Si a Black Lives Matter se la comparara con una operación matemática el resultado de la interacción de sus factores sería un valor transitorio hacia uno definitivo. Entonces, para que le importe a la sociedad hegemónica y a sus asesinos debe tener el valor imperdible del Ser. Infinito y definitivo. Al final podría alcanzar siempre el valor único del Ser así los factores relacionados sean disparejos.
Es otro domingo sin fútbol, Jorge Valdano justificó la desazón mundial con eso de “lo más importante de lo menos importante”. El fútbol nuestro de todos los domingos. Aunque no se hable del virus el Covid-19, él es el marcador de costumbres, gustos y breves anhelos. El cielo de un azul puro de mi ciudad habría que repartirlo por justicia eco-estética con aquellas que padecen de grisura. Hay una imagen que se multiplica en las pantallas: gente arrodillada y con el puño derecho (o izquierdo) en alto. Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi inventaron el más prodigioso y combativo axê de estas décadas del siglo XXI: Black Lives Matter. O sea nuestras vidas negras tienen importancia infinita y definitiva.
*Fuente: Rebelión |Imagen: Detalle de “Sin título” (1982), un cuadro de Jean-Michel Basquiat. Foto: Sotheby’s/EPA
Notas:
[1] Yo soy un negro del campo, discurso de Malcolm X, pronunciado en la ciudad de Detroit, en la iglesia bautista King Solomon, el 10 de noviembre de 1963.
[2]Necropolítica, Achille Mbembe, Editorial Melusina, S.L., España, 2011, p. 31.
[3] “Gente negra. Los amo. Nuestras vidas importan. Las vidas negras importan”. Tomado de La Nación, del 13 de julio del 2020, del artículo de Jamil Smith, titulado: La historia de Black Lives Matter, el movimiento detrás de las masivas protestas contra la violencia policial en Estados Unidos. https://www.lanacion.com.ar/sociedad/la-historia-black-lives-matter-movimiento-detras-nid2396817
[4] Película estadounidense sobre el asesinato policial de Oscar Grant III, en el 2009, en Fruitvale, la estación del tren urbano rápido, en Oakland, California
[5] Las caras lindas, composición de Catalino (Tite) Curet Alonso. Fue cantada por Ismael Rivera. Las caras lindas de mi raza prieta,/ tienen de llanto, de pena y dolor,/ Son las verdades que la vida reta,/ Pero que llevan dentro mucho amor, `[…]
[6] A change is gonna come, canción (blues) escrita, en 1963, por Sam Cooke.
[7] Versos adaptados a la narrativa de la canción Cielo de tambores, de Jairo Varela, interpretada por el Grupo Niche (Colombia).
[8] La Representación de los sonidos, en yoruba.
[9] Pensar sembrando/Sembrar pensando con el Abuelo Zenón, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y Editorial Abya Yala, 2017, p. 26.
[10] El lado oscuro del Renacimiento, escrito de Walter Mignolo, Universitas Humanísticas nº 67, enero-junio 2009, p. 196.
[11] Versos de la canción (en reggae) Sun Is Shining, de Bob Marley.
[12] Versos de Pedro Navaja, canción de Rubén Blades.
[13] El día feliz de un afrocolombiano, Juan Montaño Escobar, columna en Diario El Telégrafo, 23 de septiembre de 2015. https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/el-dia-feliz-de-un-afrocolombiano
[14] Pensar sembrando/Sembrar pensando con el Abuelo Zenón, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y Editorial Abya Yala, 2017, p. 22.
[15] “[…] y es que tan de cerca/ no les duele conmigo/ un dolor verdadero”, Poema solidariamente derribado, de Antonio Preciado, del libro De sol a sol, Colección Antares, 1998, p. 249.
[16] “Tengo una hoguera de estrellas,/ de las estrellas más altas,/ y un lugar en plena luna/ para que arda”, del poema Matábara del hombre bueno, de Antonio Preciado, Óp. Cit., p. 112.
[17] Escrito en alguna pared de la Universidad de Nanterre, Paris, Francia, en 1968.
[18] Alegría, desparpajo, en el habla barrial urbano colombiano, particularmente de Cali.
[19] Si Dios fuera negro, de Roberto Angleró (1929-2018), compositor y cantante puertorriqueño.
[20] Ibídem.
[21] Narración, en yoruba. Para este caso narrativa.
[22] Pensar sembrando/Sembrar pensando con el Abuelo Zenón, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y Ediciones Abya Yala, 2017, p. 166.
[23] Frase escrita en la Universidad de Nanterre, Paris, en 1968.
[24] Óp. Cit., p. 167.
[25] Referencia a El lado oscuro del Renacimiento, escrito de Walter Mignolo, Universitas Humanísticas nº 67, enero-junio 2009, p. 188.
[26] Rap y prácticas de resistencia: una forma de ser joven, Gladys Castiblanco Lemus, Tabula Rasa. Bogotá Colombia, No.3: 253-270, enero-diciembre de 2005, p. 257. La autora toma la cita de una entrevista a Jahsaira, del grupo Kilimanjaro, realizada en el año 2005.
[27] Durante décadas solía utilizar esta autodenominación para
[28] “Uno respira, el corazón late, se acelera con el pulso de la música, los pies se mueven: son las cosas en las que uno ni siquiera piensa. El punto es entonces mover esto, desde lo que ya sabemos, hacia –o dentro de– lo que solamente sentimos. La música es para los sentidos. La música debería hacernos sentir”, Amiri Baraka (1934-2014), escritor, poeta, dramaturgo y músico. Célebre por la frase: “Si Elvis era el rey, ¿quién es James Brown? ¿Dios?”
www.prensared.org.ar