En la sala de audiencias del TOF1 testimoniaron por videoconferencia los padres de Gustavo Daniel Torres (16) alumno del Colegio Manuel Belgrano, el hermano de José Akselrad, estudiante de agronomía y Victoria Elena Solís por Alfredo Gustavo D’angelo, militante del grupo de Base de arquitectura.
Por Katy García*
En la séptima audiencia del juicio que se realiza en la sala de audiencia del TOF 1 declararon este miércoles ante el tribunal conformado por Carolina Prado (presidenta) y los vocales Jaime Díaz Gavier y Julián Falcucci, cuatro testigos. Es por la causa Diedrich- Herrera que investiga crímenes de lesa humanidad que afectaron a 43 víctimas durante el terrorismo de estado.
Adelina Petrona Barrio de Torres y Carlos Pedro Torres, narraron el secuestro de su hijo Gustavo Daniel Torres (16) , Hugo Daniel Akselrad, hizo lo propio en relación a su hermano José Oscar Akselrad (20), estudiante de agronomía. Victoria Solís aportó información sobre Alfredo Gustavo D’angelo referida a 1975. Ambos estudiaban arquitectura.
Carlos Pedro Torres:”Lo llevaron a Gustavo”
El primero en relatar qué pasó el 11 de mayo de 1976 con su hijo Gustavo Daniel, delegado del centro de estudiantes y militante de la Juventud Guevarista, fue Carlos Pedro Torres de 87 años. La noche anterior habían cenado los cinco integrantes de la familia. Ellos y sus tres hijos. Gustavo había regresado de Venado Tuerto donde había pasado unos diez días en la casa de sus abuelos maternos.
A la madrugada ingresa de modo violento “un grupo de encapuchados con armas cortas me pareció que eran de la policía y otro con un arma larga”. Les ordenan que se pongan boca abajo. Uno se queda en el dormitorio con ellos y dos se van a la pieza de los chicos. Su señora empieza gritarle a este hombre diciéndole que “es la cara del Diablo” y le pegan a él para hacerla callar. “Sentíamos movimientos, pasos, corridas, y nos dicen que contemos y se van. Apenas oyen que arrancan los vehículos “Fuimos a la pieza de los chicos, estaban los dos asustados y nos dicen que lo llevaron a Gustavo”. En el fondo de la vivienda vivían sus padres a quienes no agredieron. De inmediato se dan cuenta de que les habían robado dinero, herramientas, un grabador de cinta, casetes, elementos de pesca, entre otros elementos.
Búsqueda sin fin
La primera denuncia la hizo en la seccional séptima de Barrio Alta Córdoba. Después lo hicieron en la Central de policía, el Comando del Tercer Cuerpo, la Policía Federal, al Servicio Penitenciario. También se dirigieron a los gobiernos provincial y nacional y ante diferentes entidades de derechos humanos y religiosas locales e internacionales como la Cruz Roja, la ONU, OEA, CIDH, el Vaticano. Al Pastor de la Iglesia Evangélica, al director del Centro Ecuménico. Consiguieron llegar hasta Primatesta quien los recibió y envió a Buenos Aires con una carta manuscrita dirigida a Pio Laghi. Pero no lo encontraron.
Reafirmó lo que contaron sus hijos en la audiencia anterior sobre las únicas informaciones que recibieron sobre su hijo. Una la acercó Jorge González -amigo de Carlos, el mayor de los hermanos- que también fue secuestrado y le comentó que pudo ver a Gustavo Daniel en un automóvil y que después en un lugar que podría ser La Perla escuchó su voz respondiendo a un interrogatorio. Después fue dejado en libertad en la avenida Fuerza Aérea.
El otro dato lo recibió de un ex soldado que “llegó a mi casa en bicicleta y lo atendí”. Se trataba de Cesar Masera de Cruz del Eje quien le dijo que “sentía remordimiento y que no podía descansar tranquilo” porque había estado en el procedimiento como soldado afuera. Después no lo vieron más y se supo que falleció. Este hecho le produjo a la familia “una situación de desesperación, esperando que apareciera y haciendo los tramites de la búsqueda”. Trabajaba en la empresa IKA Renault en el área de planificación, donde le daban los permisos pero decidió renunciar para dedicarse a eso y trabajó por su cuenta.
Adelina Barrio: “Lleva el nombre de Gustavo”
Luego de Carlos siguió su esposa Adelina Petrona Barrio (86), ambos asistidos por Gerardo Batistón.
La mamá de Gustavo empezó su relato con una descripción de “la grande y espaciosa casa donde nació y vivió mi hijo hasta que lo secuestraron”. En esa época se consideraban “Una familia normal, sin problemas, ni malos tratos”, los chicos asistían a la escuela Manuel Lucero, y “a medida que crecían eran más amigos y compañeros, les gustaba el fútbol y la música, estudiaron guitarra los tres, muy unidos”, expresó, emocionada.
El mayor, Carlos, terminó séptimo grado, rindió y aprobó el ingreso para el Colegio Universitario Monserrat. Gustavo con 11 años ingresó al Manuel Belgrano lo mismo que Claudio dos años después. Orgullosa, le dijo al Tribunal que “Gustavo era muy estudioso y tenía una libreta increíble, maravillosa. Con notas altas – 10 y 9 – un día le preguntó si podría estudiar otra carrera además de ingeniería. Luego se refirió al golpe policial de 1974, y al cambio de autoridades en el colegio donde habían puesto a “un déspota”, dijo, refiriéndose a Tránsito Rogatuso. Gustavo era delegado y al poco tiempo “les cerraron la cantina y no los dejaban hacer asambleas”.
No acostumbraba ir a las reuniones del colegio debido a las secuelas que le dejó la amputación del miembro inferior derecho a causa de un sarcoma. Tenía dificultades para deambular con la pierna ortopédica. Pero recibió una citación y fueron “con los ojos cerrados pensando que era para tratar una invitación para algún viaje. La gran sorpresa fue que era para decirnos que era uno de los revoltosos un indisciplinado. Para nosotros fue un balde de agua fría”, afirmó. El ambiente era feo “Tan es así que cuando iba a quinto año le dijo que no quería ir más. Y lo dejamos” entonces empezó a trabajar con un ingeniero electrónico. Contó algunas anécdotas que dan cuenta de su generosidad para con los que menos tienen.
En otro tramo se refirió al entierro de Tosco cuando esa tarde lo fue a buscar un policía, ingresó al cuarto, revisó sus cosas, la mesa de luz y se fue. Cuando volvió le contó lo que había pasado y le dijo que había estado ”escondido detrás de una tumba” hasta que pasó la balacera. Ocurrió que cuando se produjo el desbande las chicas que fueron con él se volvieron caminando, hicieron dedo, paró un auto policial y las detuvo. Fue ahí que les preguntaron con quién habían ido. A raíz de ese incidente “nos quedamos muy preocupados y nos dijo que tenia miedo y que se quería ir a algún lado” y lo enviaron a visitar a sus abuelos maternos a Venado Tuerto. A los 15 días avisó que regresaba. Lo esperó con una torta de chocolate. “Vino temprano, contento, esa mañana había venido su amigo Ricardo y por la noche el ingeniero le pagó lo que le debía que serían unos mil pesos hoy”, revive, con emoción.
Esa noche puso el cheque en el bolsillo del gamulán y le dijo “Mañana lo voy a cobrar. Fueron la últimas palabras que tuve con el”.
Finalmente reflexionó sobre el tiempo transcurrido que va borrando muchas cosas…pero pasaron muchos años. Murieron los abuelos. “Pero los primos y todos los que lo conocieron lo recuerdan con cariño. Mis nueras y mis nietas no lo conocieron pero le tienen un cariño tan grande como si lo hubieran conocido y se duelen de lo que pasó”, manifestó. Fue una sola vez a una marcha “pero mis nietas y nueras nunca faltaron, estuvieron presentes llevando la foto de Gustavo. Ahora estamos solos, vivimos en lugar muy hermoso…donde las calles no tienen nombre pero las casas sí: y la nuestra se llama Gustavo. Y nos reunimos siempre, todos”, dijo, y tras agradecer dijo: “confiamos en la justicia”.
Akselrad: “Luchó con la pluma y la palabra”
El tercer testigo, Hugo Daniel Akselrad, declaró en modo presencial. Lo hizo en relación a Jose Oscar Akselrad, su hermano mayor, secuestrado y desaparecido.
El testigo manifestó que eran una familia tradicional judía conformada por los padres y tres hijos: José, Jacobo y él. Contó que sus abuelos habían nacido en Vilna y que fueron asesinados a sangre fría por los nazis y enterrados en fosas comunes. Igual suerte corrió la mayor parte de la familia de ambos lados que pasaron por campos de concentración y exterminio donde pasaron hambre, sufrieron torturas atroces físicas y psíquicas y vieron hacer experimentos con humanos. Parte de la familia se vino a la Argentina donde años antes parte de la familia ya se había instalado. Su abuelo trabajó en la fábrica de calzado Tettamanti y luego adquirieron un puesto en el Mercado Norte.
40 años después, a las 21:20
“Lo que nunca hubiera imaginado mi abuela Sofía que 40 años después de estas atrocidades compartiendo la cena familiar, el 26 de mayo de 1976, en Colon al 700, fuera testigo del asalto a nuestra casa y se llevaran con singular violencia a mi hermano José, estudiante de agronomía…”.
“Eran las 21:20, cuando suena el timbre de mi casa. La empleada domestica Lucy se levanta y vuelve vuelve muy pálida y dice que vio a unos militares”. Golpean la puerta con intensiones de entrar y lo hacen Su padre abre la puerta “entran con armas largas y los ponen contra la pared. Fueron a la pieza, la dan vuelta, no encontraron nada. Lo esposan y lo bajan por el ascensor, sin exhibir ninguna orden de allanamiento. El único que se identificó fue el oficial de la Federal, Villarreal. Buscaban a un estudiante de agronomía. Esa fue la última vez que los vieron.
En 15 horas
Luego narró todo lo que hicieron las siguientes horas. La búsqueda y los contactos más cercanos. Su madre se contacta con un ex vecino Moisés Moreno para pedirle ayuda. Realizan la denuncia en la seccional Tercera y al otro día se comunican con el doctor D’amico y también con un cura porque su padre que era odontólogo los atendía a los Mercedarios. A las 15 horas del secuestro supieron por el Padre Lucas que estaba recluido en el campo La Ribera.
De modo que se enteran que estaba vivo y en manos de los militares. A partir de ahí siguen buscando. La Facultad de Agronomía se interesa por la situación. La madre se apersona en el Campo pero la echan rápidamente. Se dirige a la cola de la cárcel y entra en contacto con otras personas que estaban pasando por lo mismo y se arma una red. Presentaron habeas corpus ante la justicia Federal, se dirigieron al ministerio del Interior, gobierno, Arzobispado, Rabinato, Embajada de Estados Unidos, sin resultados.
Se diluye la esperanza
Hasta que el 24 de julio de 1976 recibe una llamada anónima y le dicen que lo habían llevado al sur. Y a través del doctor Oscar David se enteraron que actuó la Policía Federal y que tenía conocimiento de que había estado en los campos de La Perla y en San José de la Quintana.
Posteriormente, habló de su hermano José. Del origen de su nombre y de su capacidad intelectual que lo llevó a rendir libre sexto año en el Manuel Belgrano y con solo 17 años ingresó a primer año de agronomía. A los 20, cursaba tercer año con un promedio de 8:60.
Recordó que cuando se cumplieron 25 años del Golpe de estado y se realizaron homenajes el aula magna de la facultad lleva su nombre y el de otros compañeros desaparecidos. “Nuestra familia vivió la violencia. Mi hermano no mató a nadie, no ejerció violencia, no luchó con la espada, pero si con la pluma y la palabra, con altas convicciones y solidaridad”. Agregó que compraban varios diarios y se debatía en armonía. “Tocaba el piano, jugaba el fútbol, militaba, un chico que a los 20 años le interrumpieron todos los sueños, los proyectos de hacer una Argentina mejor, más igualitaria y más participativa “, señaló.
Según su criterio la actividad principal de su hermano estaba enfocada en la academia y que militaba en el centro de estudiantes y en laq vida del país. Desconoce si tuvo militancia partidaria y afirmó que no puede relacionarlo con la Juventud Guevarista.
Dijo que la familia se enfocó en buscarlo, saber el paradero para sacarlo del país. Pero no se pudo, entonces el objetivo era lograr justicia. Dijo que lo sucedido afectó a la familia ya que sus padres murieron pronto por la angustia. Su hermano Jacobo Eduardo se recibió de odontólogo con un alto promedio a los 21 años y en 1983 se fue a España y se establece allá.
Antes de retirarse dijo unas palabras desde el judaísmo y habló del libro del Génesis cuando Dios separa la luz de las tinieblas y crea la palabra constructiva la que une para luego abogar por el Nunca Más, Justicia perseguirás.
Victoria Solís: Freno a la barbarie
La última testigo fue Victoria Elena Solís. No pudo aportar datos precisos sobre Alfredo D’angelo a quien conoció en la Facultad de Arquitectura. Militaban en el Grupo de Base pero no juntos. En abril de 1975 lo vio en el Departamento de Informaciones (D2) cuando estuvieron detenidos junto a María del Carmen Claro en la misma celda. Contó que le sacaron una foto y la interrogaban sobre compañeros de la facultad. Recordó que dos personas de civil la torturaron, desnuda, en un baño y que le pareció que querían que Alfredo la viera.
En ese momento no supo nada más. Años después se enteró que estaba desaparecido. Antes de retirarse le agradeció que “se hagan los juicios porque es la ley la que puede ponerle freno a la barbarie” y que no lo dice por ella sino “por toda una generación”, dijo, al finalizar. También nombró a Daniel Torres Castaño quien era compañero de Alfredo en el Monserrat y que se enteró que estuvo detenido en La Perla.
*Agencia Prensared
www.prensared.org.ar